5- ·Fiebre·

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Volvió a darse vuelta en la cama, apretando los ojos fuerte pero incapaz de dejar de oír ese sonido que le estruja el corazón y le ensombrece el alma. Suspira sacando la cabeza de debajo de su almohada e intenta enfocar la vista en su cuarto a oscuras.

Camila llevaba días pasando malas noches y él decidió llevar la cuna a su habitación para tenerla cerca, pero eso hacía que no pegara ojo y su humor por las mañanas fuese el peor del mundo.

Su hija volvió a sollozar y él salió de la cama frotándose los ojos. Se asomó a la cuna y los ojos enormes y marrones de Camila le devolvieron la mirada.

-Monito... es re tarde.- Susurró apoyándose en la barandilla.- Luego papá trabaja enojado porque no durmió y se enojan los clientes. Uno en particular...- Dijo pensando en Gabriel.

Era extraño cómo discutir con él cada mañana desde hacía tan poco se volvió una rutina para él.

Camila hizo un puchero con esa boquita tan Quattordio que heredó y Renato suspiró rodando los ojos. Tenía la sensación que esa niña iba a hacer con él todo lo que quisiera el resto de su vida.

La alzó en brazos e intentó colocarla lo más cómoda que pudo entre sus brazos, empezando a acunarla así como su madre tuvo que enseñarle no hacía tanto tiempo. Cerró los ojos mientras intentaba que sus movimientos calmaran los sollozos y sus oídos pudieran descansar un poquito.

En su mente podía verse a sí mismo en medio de aquella habitación, meciendo a una beba, a su hija. Era todo tan reciente y tan loco que parecía la imagen de un completo desconocido y no de él mismo.

Sin saber cómo empezó a tararear con la garganta, todavía con los ojitos cerrados y el movimiento acompasado de su cuerpo y sus brazos. Camila pareció calmarse y a él se le escapó una sonrisa. Abrió un ojo y la vio bostezar mientras él comenzaba a cantar bajito con esa voz poco afortunada que tenía.

-Baila, baila, princesita, la de los pies descalzos.- Comenzó a susurrar intentando entonar.- Despeina ya tu alma que llega tu amado...

Camila se removió en sus brazos y el siguió meciéndola. Lo suyo era tocar la batería, no cantar, pero hacía lo que podía.

-Baila, baila, princesita, en tu bosque encantado. Y cantale al deseo de un amor, de un amor soñado...

Rio bajito al ver cómo su hija bostezaba y se rendía ante el sueño. Era increíble que sólo cosas como esa la calmaran. Y Renato agradecía haber pasado su infancia viendo novelas con Bruna en la televisión y saberse mil canciones como esa.

...

Limpiaba la cafetera a conciencia mientras intentaba sujetar el teléfono entre su oreja y su hombro, haciendo malabares para que no cayera al suelo. Odiaba limpiar la cafetera y odiaba ser siempre él quien tuviera que limpiarla. Pero si jefe era un cretino y siempre acababa haciéndolo él.

-¿Le tomaste la temperatura?- Preguntó haciendo fuerza para rascar la suciedad.- Me fio de vos, ma, sólo quiero asegurarme de si le tomaste la temperatura.- Suspiró escuchando a su madre al otro lado del teléfono.- Bueno, si sube a treinta y ocho me llamás, ¿sí? Y a la mierda el laburo.- Frunció el ceño enojado agarrando bien el teléfono con una mano.- No soy un padre cuida.- Se ofendió.- Vos avísame, ¿de acuerdo?

Rodó los ojos y colgó a su madre. Camila llevaba días con fiebre y parecía que no conseguía bajarse de ninguna forma. Lo peor eran las noches. Y lo poco que dormía sumado a todo el café que tomaba últimamente le estaba poniendo los nervios a flor de piel.

-Si querés puedo hacerlo yo.- Una voz le sacó de sus pensamientos e intentó alejar su mente de todo lo que había dejado en casa.

-Tranquila, dejá, ya estoy acostumbrado.

Café a las diezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora