En coma sonreído

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Una extraña presencia flotaba por todo el hospital... Era el espíritu travieso de Daniel buscando algo en medio de la nada. Observaba con detenimiento cada dolor, cada esperanza y cada preocupación de todo hombre, mujer y niño dentro del hospital. Estaba confundido y no sabía si ya estaba muerto. Peor aún, no sentía nada que le indicara cuál era su estado actual. Estaba en paz y sin sentir emociones. Observaba toda aquella locura dentro de un hospital de emergencias colapsado, aunque sin entender nada... Pero durante un momento escuchó una voz que lo llamaba:

– ¡Daniel, responde mi amor!

Una fuerza que desconocía lo obligó a recorrer el lugar de forma extraordinariamente rápida, flotando entre la gente sin detallar nada más. Daniel sentía que tenía que volver a su cuerpo, del cual se había extraviado momentáneamente...Como una cinta elástica gigante que se estira al máximo y luego se suelta, alcanzó su cuerpo. Ese mismo cuerpo que estaba quemado y descansaba en una unidad de cuidados intensivos, rodeado de personas que no reconocía.

La voz que lo llamaba se perdió nuevamente en el vacío y sintió un cansancio incontrolable. Era su alma que quería descansar, pero su cuerpo no la dejó, hasta que ambos –alma y cuerpo– lograron un acuerdo para dormir juntos la pena y el cansancio.

...

Dos meses después, aunque para Daniel fueran solamente algunos segundos de descanso, volvió a escuchar otra voz... Esta vez, la de un niño:

– ¡Papá! ... Soy yo... ¡Papá!

Aquella voz le producía una profunda ilusión. Podía sentirlo... ¡Sí! Era su hijo, estaba allí, en ese lugar. Era una energía, una fuerza tan poderosa que impulsó a que su alma le pidiese a su cuerpo que se unieran y éste se lo concedió. Daniel se concentró con esfuerzo para salir del "descanso" de dos meses y, tan pronto lo logró, lo recibió un dolor increíble. Se sentía otra vez en su cuerpo y éste le reclamaba por las lesiones que se habían transformado en una tortura constante. Pero todo era tolerable porque así lo querían su alma y su corazón. Sentía a su hijo cerca y no había pena que él no resistiera, o esfuerzo que no hiciera, sólo por la esperanza de verlo.

Logró abrir los ojos y, entre la neblina, sintió la fría temperatura del ambiente. Con un esfuerzo doloroso divisó a duras penas la silueta de un niño al lado de una mujer, parados muy cerca de él. ¡Era Esteban con Camila! Sonrió profundamente y volvió a rendirse ante el cansancio y el dolor... Pero acompañado por la paz y completamente conectado con un sentimiento volátil: la esperanza. Su rostro sonrió. Los médicos y las personas que estaban en el lugar reaccionaron sorprendidos ante esa respuesta de Daniel. Todavía se discutía entre si dejarlo vivir como un vegetal, o desconectar definitivamente las máquinas para que descansara. Pero aquella sonrisa que se plasmó en ese momento y que no volvería a borrarse de sus labios, obligó a todos a mantener la esperanza, igual a la que Daniel tenía de volver a ver a su hijo Esteban.

...

– ¡Daniel! Vuelve mi amor, por favor, ¡vuelve!

Daniel sentía la voz mucho más cerca, aunque no lograba reconocerla.

– ¡Daniel! ¿Puedes escucharme?

Repentinamente supo que era la voz de una mujer conocida. Sonaba dulce y amorosa y al cabo de un rato supo finalmente a quien pertenecía... ¡Era la voz de Elisa! Su gran amor y su gran amiga.

Daniel volvió a sentir el dolor en su cuerpo. Sus sentidos comenzaron a reaccionar lentamente y logró hacer algunos pequeños movimientos. Las personas que estaban en la habitación se sorprendieron y alegraron. Junto con el personal médico estaban Elisa y Simón. Ambos lloraban de emoción al verlo reaccionar. Nadie podía creer que, después de seis meses de verlo sonreír mientras seguía en coma, volviera a la vida. Que después de visitarlo periódicamente todas las mañanas antes de ir al trabajo, sin ver ninguna reacción más que su sonrisa esperanzadora, ocurriera repentinamente lo que antes se veía tan lejano... Daniel reaccionaba después de tantas calamidades y penurias dentro del hospital. Para todos los que lo amaban, todos sus esfuerzos parecían más que recompensados.

Daniel abrió los ojos lentamente. No sabía cuánto tiempo había pasado. Podía sentir que su cuerpo no estaba bien, y era lógico porque estaba quemado en un setenta por ciento. Sabía que nada volvería a ser como antes, pero eso no le importó. Enfocó a las personas de la habitación y se encontró con la mirada de amor de Elisa, quien lloraba y reía nerviosamente sin intentar contener su emoción. Sintió la mano de Simón apretando su antebrazo y, aun sin poder ver su rostro por sentir demasiado dolor en el cuello para mover la cabeza, escuchó su voz.

– Bienvenido de nuevo, hermano...

Simón dejó que le viera la cara al inclinarse a un lado de Elisa sin ocultar su sonrisa, antes de continuar:

– Nada puede contigo: eres el tipo más fuerte del mundo... ¿Lo sabías?

Daniel respondió con una sonrisa cómplice y un tenue:

– ¡Sí! Lo sé...

Volvió a sonreír tratando de reconocer la habitación y como buscando algo más dentro de ella... Al no encontrar a nadie más sino a los médicos que estaban cerca presenciando su regreso, les preguntó:

– ¿Lo vieron? ¿Verdad que es hermoso mi hijo? Pensé que no llegaría a tiempo...

Daniel cerró los ojos, borró su sonrisa y, aun sin poder distinguir detalles entre sus recuerdos de aquel incendio, revivió el fuego, los gritos y la angustia de aquel momento...Escuchó de nuevo la voz de su pequeño gritando:

– Papá... ¡Auxilio! Papá...

Justo en el momento en que recordó el estallido, abrió los ojos impresionado y volvió a ver a sus amigos, saliendo de la pesadilla de sus recuerdos... Aunque las caras de Simón y Elisa sonreían todavía, ambos estaban tristes y sin poder decir palabra.

– ¿Lo vieron? –insistió Daniel–. ¿Verdad que es hermoso?

Ninguno de los dos respondió a aquella pregunta que para ellos era como la muerte en forma de interrogante.

Daniel volvió a insistir:

– ¿Verdad que es hermoso mi hijo? –exclamó, mientras trataba de contener las lágrimas–. Ha crecido mucho, ¿verdad?

Simón y Elisa no podían emitir palabra. Todo lo decían con su silencio y sus lágrimas.

Daniel no lo podía creer. Estaba seguro de que lo había visto aquel día en que la voz de Esteban provocó la esperanza de la cual nació su sonrisa de meses. Pero ahora, ya en la realidad, su hijo no estaba. Ya no existía... Sus ojos se llenaron de tantas lágrimas que le dolían los párpados, y al cerrarlos sintió la tibia humedad de su dolor recorriendo sus mejillas y bajando por su cuello.

– ¿No llegué a tiempo? –insistió–. Fue mi culpa. Habría podido llegar a tiempo y sacarlos de ese infierno, si no... ¡Dios mío! No llegué a tiempo, Dios... No llegué a tiempo...

Sin parar el torrente de lágrimas que brotaba de sus ojos y quemaba sus mejillas, escuchaba desde muy lejos la voz de sus amigos que lo consolaban y le daban aliento para seguir adelante. No quería escuchar nada más, simplemente no podía... Sentía que el tiempo se acababa al igual que sus esperanzas. Las lágrimas le ahogaban la lucidez y su alma perdía la unión con su cuerpo que este le había permitido.

La petición de tener fuerza que su inseparable Simón le suplicaba se perdió... Daniel ya estaba muy lejos, más lejos que nunca y su conciencia no alcanzaba a escucharlos... Soltó la última lágrima de dolor,cerró los ojos nuevamente y sintió que estaba más cansado que nunca. Su tristeza era tan profunda que inundó en lágrimas su corazón hasta que este dejóde latir. Y así, ahogado en tristeza, Daniel murió.

Alas de ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora