El ángel guardián

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Allí estaba Daniel nuevamente en la Tierra, completamente confundido, cuidando a un niño que aún no había nacido. Sí, era un ángel, pero todavía no entendía siquiera qué debía hacer en su nuevo rol.

Caminó por la sencilla casa de la pareja y observó por cada ventana. Aunque no conservaba recuerdos precisos de su vida pasada –quién había sido o qué había hecho–sí distinguía su antiguo mundo. Pero era distinto: sus sensaciones habían cambiado. Estaba en paz, con más voluntad y mucho más sereno. Le estaba gustando contemplar las maravillas de la Tierra: todo le era familiar y al mismo tiempo nada recordaba.

Daniel notó que su presencia era real exclusivamente para él. La pareja que habitaba la casa no lo veía, ni lo sentía, pero por alguna razón respetaban siempre el espacio que ocupaba, como si lo intuyeran sin ser conscientes de ello. Por eso, él podía colocarse en cualquier lugar de la casa, sentarse donde deseaba y hasta seguirlos a cualquier parte, sin alterar el orden cotidiano de las cosas entre ellos.

Poco a poco fue enterándose de que la joven pareja eran unos novios que recién experimentaban la experiencia de estar viviendo juntos, y compartían con mucha pasión la vida en común. Se llamaban Amalia y Rodrigo. Daniel no se sentía un intruso estando allí. Estaba siempre muy tranquilo, casi imperturbable. Sólo en los momentos más difíciles o ante las expresiones de amor más intensas, la pareja le llamaba la atención. Ellos no eran sus protegidos, sino el niño que esperaban. Y como el niño aún no había nacido nada alteraba su calma.

Un día llegó Amalia llorando a su casa. Daniel la había acompañado como era su costumbre. Lloraba incansablemente y tenía en sus manos el resultado de un examen médico. Ella sabía que estaba esperando un hijo y, por miedo o felicidad, no paraba de llorar. Daniel sonrió, se acercó a ella, la abrazó y le dijo:

–No te preocupes Amalia. Ese niño es un regalo del destino, que te hará la persona más afortunada del mundo y yo estoy aquí para asegurarme que así sea.

Amalia dejó de llorar sin saber porque. Aunque no había escuchado las palabras que le había dicho Daniel, sí sintió cómo crecía su esperanza y comenzó a reír de felicidad y nervios. No había razones para estar triste, pensó. Sería mamá y eso sería lo mejor de su vida además de amar y ser amada por Rodrigo.

Ante la reacción y el cambio de humor en Amalia, Daniel se sorprendió. No sabía que a ella pudiera contagiársele su energía y su amor con sólo un abrazo.

Pronto llegó a casa Rodrigo y recibió la confirmación del embarazo. No dijo una palabra, solamente abrazó con fuerza a Amalia, mientras Daniel se acercaba a ellos para abrazarlos también... Allí, en ese abrazo, se unieron todas las buenas fuerzas para que el bebe viniese bien a este mundo. Un hermoso y puro ser, quien ya había escogido a sus padres, a su karma y... a su ángel.

...

Las actividades dentro de la casa habían cambiado. Rodrigo se pasaba el día arreglando el cuarto del futuro bebé. Lo pintó de colores neutros como amarillo y verde, porque la pareja no quería conocer el sexo del pequeño antes del nacimiento. Amalia, por su parte, se dedicaba a leer bellas historias para relatarlas al niño cuando naciera, además de comer mucho y recibir el amor de Rodrigo. Ambos estaban nerviosos, contentos y muertos del miedo, pero se daban apoyo mutuamente. Además, aunque ellos no sabían de la presencia del ángel, sí la sentían. Lo que les daba la sensación de que no había nada por qué preocuparse realmente, puesto que la presencia de Daniel era suficiente para calmar las situaciones más tensas del embarazo y hacer que el amor triunfara siempre.

Daniel se sentía bastante familiarizado con Rodrigo, Amalia y su barriga de futura madre. Y tenía mucha curiosidad por saber cómo sería el bebé. Un día, cuando la gestación rozaba ya el octavo mes, sintió la presencia de un ser extraño en la casa. La pareja dormía abrazada en su cuarto. Él siguió buscando por la casa hasta que encontró a Vasiel, quien revisaba su libro. Feliz por ver a un viejo amigo, Daniel le dijo:

– Hola Vasiel, ¡qué bueno verte! ¿Viniste a visitarme?

– No, querido Daniel. Estoy trabajando y he venido a buscar a alguien.

– Pero tú no eres mi consejero. ¿Cómo es que vienes a buscarme?

– No vengo por ti. Las cosas no parecen estar bien por aquí y vengo por otra persona.

Daniel, muy asustado, corrió al cuarto para ver a Rodrigo y Amalia, quienes dormían profundamente. Y con mucha angustia le gritó a Vasiel:

– Pero lo he cuidado muy bien y ellos están muy felices y sanos. ¿Qué es lo que pasa?

– Daniel, lo siento, pero si ellos no van ahora mismo a un hospital, el niño morirá en un par de horas. Hay una complicación, no entiendo bien lo que dice aquí – dijo, mientras revisaba de nuevo el libro–. Es todo lo que puedo decirte a ti como ángel guardián del bebé, pero no puedo ayudarte a resolverlo.

– Pero... ¿Qué debo hacer? Ellos no tienen contacto físico conmigo. ¿Cómo les digo? ¿Cómo les aviso?

Vasiel levantó la voz para llamar la atención de Daniel:

– No lo sé, pero hazlo y rápido, porque no hay tiempo que perder.

Daniel intentó despertarlos. Gritaba exaltado, pero no logró llamar la atención de la pareja. Vasiel observó de cerca lo poco común de la reacción del guardián y su extremada angustia. Se conmovió y lo alentó:

– Grítales detrás del cuello. Concéntrate y llegarás a su subconsciente.

Daniel entendió y así lo hizo con todas sus fuerzas. Les gritó para que todos se levantaran y fueran al hospital.

De repente Amalia se despertó como si hubiese tenido una pesadilla y al mismo tiempo lo hizo Rodrigo, quien preguntó:

– ¿Qué te pasa, mi vida? ¿Te sientes mal?

– No lo sé, mi amor, pero tengo un presentimiento muy fuerte. Estoy como angustiada, tengo miedo con el bebé.

Rodrigo, sin dudarlo un instante, se levantó de la cama, se vistió rápidamente y le dijo a su mujer:

–Vamos al hospital para que te revisen, tenemos que estar seguros de que todo marcha bien....

Daniel y Vasiel se miraron y sonrieron al presenciar esa escena. Vasiel complacido manifestó:

– Espero que todo esté bien y ojala no tenga que regresar pronto.

– Te aprecio mucho Vasiel –le dijo Daniel, con una sonrisa temblorosa donde aún se notaba la angustia que acababa de pasar–, pero me gustaría no tener que volver a verte.

Vasiel se rió, entendiendo del todo lo que quería decirle su amigo, pues él también se sentía aliviado por el desenlace. Y guiñándole el ojo le dijo a Daniel:

– Trataré de que así sea.

Ambos ángeles acompañaron a la pareja hasta el auto. Con el gesto amable que lo caracterizaba, Vasiel se despidió pensando para sí que, a pesar de lo que le había dicho a Daniel, sabía que el próximo encuentro de los dos sería muy pronto, mucho más pronto de lo que el ángel guardián desearía.

Alas de ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora