Cediendo terreno

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Todos los familiares decían que Ignacio crecía muy rápido. La prima Audrie se había ido al exterior con un hombre que había conocido poco antes y que no tenía buena reputación por tener fuertes problemas con las drogas. Amalia sintió lástima por ella, pero a la vez sentía un gran alivio al saber que no recibiría más sus llamadas y mucho menos tendría que verse obligada a invitarla de nuevo a la casa por el motivo que fuese.

Pero había un problema que los amenazaba. Ignacio balbuceaba las mismas palabras desde los dieciocho meses en frases que entendían exclusivamente sus padres. Rodrigo y Amalia estaban muy preocupados, porque a sus tres años Ignacio aún no pronunciaba frases completas como la mayoría de los niños de su edad.

Sus padres evitaban hablar mucho del tema, pero ambos tenían miedo de que el pequeño tuviera problemas, como les decían los médicos. La mayor parte del tiempo preferían hacerse los de la vista gorda, para no tener que enfrentar el duro golpe de admitir que su hijo tenía serios problemas de aprendizaje.

Daniel tomó un interés especial en la situación cuando Rodrigo, en una conversación de sobremesa, perdió la paciencia y sacó a flote su preocupación.

– ¡Ya no aguanto más mi amor! –exclamó decidido, después de ver a Amalia tratando de enseñarle la palabra "agua" al niño–. Ignacio definitivamente tiene problemas y debemos llevarlo a un psicólogo o a cualquier otro especialista para enseñarle a hablar, pues temo mucho que en el futuro no sea un niño normal.

Amalia, ofendida y dolida por el comentario, replicó:

– A mí no me importa si Ignacio es normal o no: yo lo amo y lo amaré como sea, tenga lo que tenga –apuntó antes de desahogarse en llanto.

Rodrigo, consolándola, se le acercó y le dijo al oído:

–Mi amor, hay que llevar a Ignacio a un especialista o a una escuela especial. Él está ausente, se ríe solo y demasiado, se distrae con mucha facilidad y no se concentra para nada en nosotros. Ni siquiera le gustan sus juguetes.

Amalia lo abrazó, desconsolada. La idea de que Ignacio no fuera a crecer como un niño normal la destruía por dentro, pero sacando fuerzas de su debilidad le dijo a su marido:

– No estoy preparada ahora para eso. Tengo mucho miedo de lo que puedan decir los especialistas o de que sea un autista. Posiblemente no sea nada malo, pero ahora no estoy preparada, mi amor. Démonos un par de meses más para pensarlo. Posiblemente Ignacio reaccione y nosotros nos evitemos esa angustia.

Rodrigo sabía que tarde o temprano su mujer debía abrir los ojos y dejar atrás la negación para aceptar la realidad de la situación de Ignacio, así que la tomó de la mano, la levantó de la silla y la abrazó con todo el amor y la comprensión posibles.

En ese momento, Daniel fue consciente de a qué se debían los problemas de Ignacio: a él mismo. El pequeño estaba tan apegado a su ángel guardián que eso lo mantenía alejado de sus padres. El niño había aprendido a comunicarle sus sentimientos exclusivamente a su ángel y debía aprender otros medios para entrar definitivamente en su mundo material y cumplir con su karma en él. Resultaba muy difícil de aceptar para el ángel guardián, pero tenía que dejar el entendimiento espiritual total con Ignacio, para que este pudiera adentrarse en el mundo terrenal, aunque eso implicara quizás la desconexión total del niño con su protector.

Daniel observó como ambos padres cargaban al pequeño, lo llevaban hasta su cochecito y salían de la casa para dar un pequeño paseo por el parque. Los acompañó, pero mientras caminaba reflexionaba sobre la situación de Ignacio. Evitó llamar la atención del niño o jugar con él como era su costumbre. Permitió que sus padres estuvieran solos con él y ni siquiera prestó atención a ninguna de las cortas y habituales palabras con que Ignacio lo llamaba.

Daniel supo que ahora tenía que hacer la tarea más dura que hubiera realizado para cumplir con sus obligaciones hacia su protegido: tenía que conseguir que el niño se distanciara espiritualmente de él para adquirir una independencia propia. Sólo así Ignacio podría comunicarse de una vez por todas con su mundo.

...

Pasaron los días y el ángel mantuvo su distancia. No se acercó más a Ignacio, pero estuvo atento a todo lo que pasaba a su alrededor, para evitar que algo maligno se acercara a la familia. Sabía bien que todavía tendría muchas cosas que enfrentar, pero las reglas del juego habían cambiado y él tenía que aceptarlas.

Al principio, el niño extrañó a su ángel tanto como Daniel a él, ya que había estado acostumbrado a esa interrelación cotidiana, hasta el punto que se enfermó con fiebre muy alta debido a la tristeza que le producía la creciente distancia con su guardaespaldas.

Pero, en cambio, en cuestión de dos meses aprendió a hablar como un niño de su edad. Sus padres disfrutaban mucho esa peculiar manera de decir algunas palabras que tienen los niños cuando recién aprenden. Se interesó de nuevo por los juguetes y aprendió a distinguir formas, olores y sabores rápidamente, concentrándose en sus cinco sentidos físicos antes que en los otros que lo comunicaban con el mundo espiritual y los agudizó con rapidez. De alguna forma inconsciente, parecía que Ignacio trataba de recuperar el tiempo perdido con el mundo viendo, tocando y probándolo todo. Tenía una curiosidad enorme y siempre quería satisfacerla bajo la supervisión constante de sus padres.

El aura azul era cada día era más tenue y se dejaba ver con fuerza sólo durante la noche, cuando el pequeño dormía. Entonces Daniel se acercaba para vigilar sus sueños y abrazarlo con sus alas, pero ya el ángel estaba ausente casi por completo de la vida de Ignacio, quien se mostraba impaciente y curioso con sus juguetes y sus fantasías propios.

Sólo cuando Daniel estuvo seguro de que Ignacioya no sentía su presencia –aunque a veces sonreía cuando el ángel se quedabapensativo y recordaba los viejos tiempos–, supo que podía acercarse de nuevo asu protegido sin problemas, pero ya no para tocarlo con sus alas sino con sualma.

Alas de ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora