Gajes del oficio

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El pequeño Ignacio crecía aceleradamente. Era un chico fuerte y sano y su ángel guardián realizaba tan buen trabajo que la familia permanecía siempre feliz. A veces era complicado evitar que Ignacio pasara por malos momentos, porque era demasiado inquieto. Había descubierto los placeres de caminar y como Daniel sólo podía tocarlo con las alas mientras sus padres no estaban viéndolo, a veces le resultaba imposible impedir que se golpeara o sufriera algún percance.

Un día llegó una visita inesperada a la casa. Se trataba de una prima de Rodrigo llamada Audrie. La prima transpiraba una mala energía que el ángel e Ignacio sintieron de inmediato, sin dejarse engañar por su inocente sonrisa y amable trato, a pesar de que muchos otros, como le pasó a Amalia, solían creer en la falsa máscara de Audrie.

Ese mismo día, como sorpresa para Rodrigo. Amalia pensaba celebrar fuera de casa el aniversario matrimonial y el cumpleaños de su esposo que coincidían el mismo día. Había pensado que la linda y "amable" prima Audrie sería una buena opción para servir de niñera, mientras ellos festejaban con una larga velada, juntos. A Daniel no le gustó mucho la idea, porque esa joven no acababa de darle confianza, más con lo que ya conocía de ella, y el llanto de Ignacio cuando la veía tampoco lo calmaba.

–Creo que no está acostumbrado a estar con otras personas –comentó Audrie, de altura promedio y peinado discreto, cuando provocó la ira de Ignacio al intentar cargarlo. No aparentaba los veintiséis años de edad que tenía, posiblemente por su vestimenta de adolescente y a su forma inocente de reír.

Amalia, emocionada porque preparaba algo especial para Rodrigo, le restó importancia al llanto de Ignacio:

– Bueno, ésta es la primera vez que va a estar sin nosotros. Posiblemente se ponga nervioso un tiempo, pero ya verás que es un niño muy tranquilo: no te preocupes.

Rodrigo llegó a la casa y no le gustó la presencia de su prima. Pero cuando conoció los motivos de la visita, cambió su comportamiento y la expresión de su rostro al pensar que quizá una velada de cumpleaños era justo lo que necesitaba.

Conversaron todos animadamente. Amalia se levantó y fue a la cocina para lavar unos vasos. Rodrigo se ofreció a ayudarla con la idea de charlar con ella en privado.

– ¿Estás segura de que quieres dejar a Audrie cuidando a Ignacio? –le preguntó a su esposa.

Para Amalia fue muy gracioso el sarcasmo de Rodrigo.

– ¡No seas malo, chico! Ella no es como tú piensas.

– No lo sé. Ella nunca me ha convencido, ¿Te acuerdas que era medio loquita cuando tenía diecisiete años y nosotros ya éramos novios? Me parece muy rara y su sonrisa es como falsa.

– Mi amor, tú si eres prejuicioso: eso fue hace más de nueve años. Ella es ahora una mujer hecha y derecha y ha sido muy atenta con nosotros desde que nació el bebé.

Rodrigo no se sentía convencido aún.

– Pero, mi amor, si es la primera vez que viene desde que nació Ignacio.

– ¡Sí, Rodrigo, es verdad! Sin embargo, ha llamado para saber de él y siempre ha ofrecido su ayuda para cuidarlo. Creo que este es el momento adecuado para aceptarle el ofrecimiento, ¿no crees?

Después de la explicación, Rodrigo se sintió convencido, y si alguna duda le quedaba, los besos de Amalia terminaron de despejar su preocupación. En la sala se había quedado Ignacio con Audrie, quien no mostraba ningún tipo de interés por el pequeño, aunque, cuando vio que la pareja se besaba en la cocina, por un momento se le cayó la amable máscara del rostro y dejó entrever un resentimiento profundo. Al descubrir a Ignacio jugando en el piso con una caja de zapatos y poniéndosela en la cabeza, desahogó su mal genio dándole una disimulada patada a la caja, lo que tiró al piso al pequeño Ignacio.

Alas de ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora