Difícil es la infancia

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Y así empezó realmente a vivir su hermosa infancia el pequeño Ignacio. Iba conociendo el mundo vigilado por su ángel, pero cada vez que encontraba algo interesante en sus juguetes, en la calle o en la televisión quedaba un poco más atrás su anterior contacto profundo con su guardián.

Daniel sentía cada milímetro de aquel distanciamiento, aunque mantenía las esperanzas de que algún día podría volver a tocar con sus alas a Ignacio. Sin embargo, esto no disminuía su empeño en protegerlo o su capacidad de disfrutar la compañía del pequeño. Se divertía en grande viendo a Ignacio jugar con Rodrigo, quien aunque estaba poco en casa por causa de su trabajo, empleaba el tiempo en dejarle a su hijo un buen recuerdo, entre juegos, ocurrencias y bromas, para que Ignacio durmiera feliz tras cansarse de tanta diversión con su padre.

Por su parte, Amalia estaba más dedicada que nunca a participar en el proceso de aprendizaje de Ignacio, así como a atenderlo y llenarlo de amor. Era perfecta la atmósfera que respiraba el infante, pensaba Daniel, quien también contribuía con su energía a ese equilibrio que se podía sentir dentro de la casa, cálida y armoniosa.

Además, todavía generalmente funcionaban con el pequeño las advertencias de su ángel, cuando se trataba de prevenirlo de algún peligro que podía amenazarlo o que él mismo provocaría al tomar una decisión errada o jugar con objetos inadecuados. El niño parecía escucharlo y, sintiendo una especie de pálpito momentáneo, cambiaba de rumbo o de juego justo antes de que el peligro se hiciera evidente. Por eso, Daniel se sentía todavía útil, lo que aliviaba en parte la ausencia creciente del aura con tonos azules de Ignacio.

...

Un día Ignacio visitó a una tía en las afueras de la cuidad junto con su madre. Amalia quería ver a su hermana, tomar un té y conversar largo rato acerca de su tema preferido: ser mamá. Para Ignacio salir de casa significaba parque y más parque y se fue acostumbrando a tan divertida rutina. Con tres años y medio era muy osado en los columpios y desconocía el miedo, porque nunca le había pasado algo malo.

Cuando llegaron, Ignacio entró como una tromba a la casa de su tía sin siquiera saludar, aunque su mamá le había insistido en que lo hiciera. Se montó luego en todos los muebles y recorrió todas las habitaciones en cuestión de segundos.

La tía Margaret era muy complaciente y se reía junto con Amalia de las payasadas que improvisaba el pequeño. Daniel también la pasaba de lo mejor con las ocurrencias de Ignacio y, aunque muchos de sus atrevidos movimientos le crispaban las alas, Amalia siempre llegaba a tiempo para evitar que algo malo le pasara al niño.

Ambas hermanas se sentaron a tomar un café mientras el travieso Ignacio se distraía en el piso con algunos juguetes que su tía había conseguido. El tema de la conversación fue interesando cada vez más a las hermanas, por lo que se fueron desentendiendo de lo que estaba haciendo Ignacio, quien ya estaba aburrido de jugar en el piso y buscaba desesperadamente algo con qué entretenerse.

Ignacio arribó a la habitación de su tía y vio que la puerta estaba entreabierta. Empujó y observó que además la ventana principal estaba abierta para que entrara aire fresco .Y junto a ella estaba la cama. ¿Qué más podía pedir Ignacio? Podría ahora saltar a la cama desde la ventana, tal como en su casa saltaba sobre las almohadas alentado por Rodrigo, quien pensaba que era un excelente ejercicio. Sin pensarlo un segundo, aunque Daniel trató con toda la fuerza de convencerlo de no hacerlo, se montó en la cama y con destreza se trepó a la ventana.

Daniel se asomó por la ventana y vio el peligro. El apartamento, situado en un edificio antiguo de ventanas muy grandes, se encontraba en el quinto piso. E Ignacio comenzó a jugar justo al borde del abismo. Inmediatamente después de subirse a la ventana, contó el típico uno, dos, ¡tres! que Rodrigo le había enseñado y se lanzó encima de las almohadas. Al verlo caer sobre la suave superficie, Daniel suspiró, pensando que el peligro ya había pasado, pero el juego era demasiado bueno para que Ignacio se tirara sólo una vez... Y sin darle tiempo a su ángel para que acudiera a su mamá y alertara sus instintos, volvió a montarse en la ventana, pero esta vez con todavía más decisión y confianza en sus movimientos. Y mientras Daniel trataba de convencerlo para que se bajara de allí, en su exceso de confianza el niño se tropezó con la base de la ventana al retroceder para tomar impulso y se fue de espaldas, balanceándose por un instante al borde del precipicio. Sin embargo, logró alcanzar la manilla de la ventana y agarrarse de ella para no caerse. Pero como la ventana estaba abierta, no sostuvo el peso de Ignacio sino que se abrió aún más y, aunque los pies del niño todavía se apoyaban en el marco de la ventana, su cuerpo prácticamente quedó suspendido en el aire.

Ignacio conoció por primera vez el pánico al vacío cuando miró por sobre su hombro y observó el suelo cinco pisos más abajo. Gracias a que su mano aún sostenía la manilla, sólo tenía que dar un pasito hacia adelante para poder salir airoso de la experiencia. Pero era imposible hacerlo con tanto miedo. Así que se sostenía fuertemente de la manilla jalándola hacia atrás y evitando, por instinto, dejarse llevarse por la gravedad. No podía pensar en nada más. Daniel, quien de inmediato voló hasta estar a su espalda, trataba inútilmente de empujarlo a un sitio seguro, pues no podía tocarlo. El pánico rápidamente se fue apoderando del niño.

Daniel gritó desesperadamente para que Ignacio no soltara su único apoyo y observó que sus deditos iban soltando poco a poco la manilla. El aura del niño cambió de color inmediatamente y, entregado al pánico y sin poder siquiera llorar de tanto miedo, entró en un limbo terrenal donde su aura se tornó en azul. Gracias a esto Daniel pudo sostenerlo para que sus dedos no soltaran del todo la manilla. Y así estuvieron por casi un minuto el niño y su ángel, antes de que llegaran Amalia y su hermana, quienes precisamente habían estado buscando a Ignacio por toda la casa al notar su ausencia.

El rostro de Amalia, al ver a Ignacio parado en la ventana y casi por completo sin apoyo, adquirió unas tonalidades violáceas. Sentía que estaba a kilómetros de distancia y que no alcanzaría a rescatar a su pequeño. Corrió y, justo cuando Daniel ya no podía sostenerlo más por lo frágil de su conexión física, su madre llegó hasta la ventana y tomó al niño. Ignacio estalló en llanto cuando sintió los brazos de su madre... Lloró desconsoladamente por un par de horas, repitiéndose en pucheros una y otra vez, hasta que finalmente se quedó dormido por todo un día.

De allí en adelante Daniel entendió que aúnpodía establecer el contacto físico con Ignacio, pero sólo cuando a este lodominaba el miedo o existía algún peligro extremo. Por eso para Daniel dejó deser agradable desear una conexión física con Ignacio. Todo el amor que sentíapor él le obligaba a no desear ver nunca más el aura azul. El buen ángelanhelaba sólo lo mejor para su protegido y por eso resultaba mejor no tenerningún tipo de conexión. ¡Nunca más! Por el bien de ambos.

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⏰ Última actualización: Jun 24, 2019 ⏰

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