"Destino"

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>> Su llamada será transferida al buzón de voz << decía la grabadora en cada intento fallido.
- Temo ... - susurró irritado. Caminaba de un lado a otro mordiéndose las uñas en señal de lo nervioso y desesperado que se encontraba en ese momento.
Tarde y noche se la había pasado llamándole insistentemente, sin embargo, nada. Recargó todo su peso contra la pared y se deslizó hasta chocar contra el suelo. Miró el celular frunciendo el seño, ya le quedaba poco de batería y hasta ahora no había podido contactar con Cuauhtémoc. Estuvo a punto de tirar el celular por lo angustiado que se sentía, pero lo detuvo el sonido de unos pasos que se acercaban a él. Sabiendo de quienes se trataban, marcó una vez más y este lo mandó al buzón de voz, así que respiró hondo y habló.
- Temo, mi bebé, te eh extrañado tanto en todo este tiempo - dijo con lágrimas en los ojos - Te amo tanto, tanto, tanto. Estoy tan orgulloso de tí, por lo que estás logrando ahora. Me encantaría tanto estar a tu lado en estos momentos y apoyarte como te prometí que haría - el sonido de las llaves trás la puerta le pusieron aún más nervioso - Pero no me queda mucho tiempo, me van a trasladar a un sitio del cuál desconozco completamente. Y no te voy a mentir, estoy asustado, pero sea lo que sea voy a hacer lo posible para volver contigo, mi Tahi - puso el celular contra su pecho al oír que los guardias habían entrado y se estaban acercando cada vez más hacia dónde él - Volveré, te lo prometo.
Envió el mensaje y tiró el celular por el inodoro que estaba a su costado. Se cubrió con las colchas y las rejas se abrieron. Dos oficiales ingresaron y tomaron por ambos brazos a Aristóteles poniéndolo de pie, lo arrastraron hasta la salida y lo llevaron a la parte trasera de la correccional. El camino estaba despejado, no había ni un alma o cámara de seguridad que fuera testigo de lo que estaba apunto de pasar. Uno de los oficiales dió la orden de que avanzaran hasta un gran camión que estaba ahí estacionado. Y aunque no se estaba resistiendo, lo obligaron a subir a patadas a la parte de atrás del camión de carga. Para su sorpresa no se encontraba solo, habían más reclusos de todos los colores amontonados ahí. Detrás suyo sintió la respiración agitada de alguien, al girar para ver de quién se trataba, era el chico odio, quién no le quitaba la mirada de encima.
Aristóteles por dentro se estaba muriendo de miedo porque no sabía que lo depararía el destino apartir de ahí, sin embargo, ya estaba completamente harto de las desgracias tras desgracias que habían estado pasando últimamente. Así que sólo respiró hondo, apretó los puños y decidido a enfrentar lo que fuera a pasar, con una gran sonrisa dijo para si mismo:
- Bien, aquí vamos. Todo sea por volver a verte, Tahi.
No lo había pensado bien, no tenía nada planeado, pero de lo que sí estaba seguro es de que regresaría a ver la sonrisa de Temo. Era lo único que le importaba.

El camión avanzó, y no se detuvo hasta llegar a una zona alejada de la ciudad. Un lugar desolado y triste, lleno de tierra y de grandes montañas alumbradas bajo la luz de la luna. Se estacionó en una carretera que no parecía que tenía fin, los oficiales bajaron a todos los reclusos y los formaron en una fila.
- ¿Seguimos en México? - preguntó Ari incrédulo observando a su alrededor.
Los hicieron adentrarse a una cueva que estaba al frente suyo, estaba tan oscuro que no se podía ver por dónde pisaban. Uno de los oficiales encendió una linterna apuntando a una gran puerta de hierro forjado y esta ni bien abrirse se escuchó la bulla de una multitud gritando emocionados, pero solo se veía otro pasillo oscuro. Caminaron lentamente con precaución, poco a poco se empezó a iluminar. El pasillo estaba compuesto de puras celdas, y dentro de estas habían reclusos, algunos estaban peleando entre ellos y otros solo se sentaban en una esquina encogidos.
Uno de los reclusos jaló por el polo a Aristóteles desde el otro lado de los barrotes.
- ¡¡¡Por favor, ayúdame!!! - le gritó desesperado. Sus ojos no tenían vida y su rostro estaba manchado de sangre - ¡¡¡Sálvame, te lo pido!!!
Uno de los oficiales al ver esto lo golpeó con una barra de metal haciendo que lo soltara. A Ari se le aceleró el corazón del susto que le dió. Observó que solo era un niño que no debía pasar de los trece años.
El mismo oficial tomó del brazo a Aristóteles y lo metió a una celda vacía junto a otros seis reclusos que vinieron con él.
- Ustedes tranquilos nada más - río - Que cuando les llegue su hora, les avisaré - dicho esto cerró la celda con candado y se retiró junto a los demás oficiales que ya se habían encargado de encerrar a los demás reclusos.
Un pequeño de pantalón azul, de aproximadamente once años, se acercó a Aristóteles y con ojos llorosos le dijo:
- Señor, por favor, no deje que nos hagan nada. Nos arrepentimos de nuestros actos, pero nuestros hermanos menores y familia pasaban hambre - lo tomó del polo y rompió en llanto - Queremos que nos perdonen.
Ari sin pensarlo lo abrazó con fuerza. Ese niño no era ni un asesino o algún extorsionador, quizás sí había robado por necesidad, pero sin duda le dolía ver a alguien así.
- Lo intentaré - afirmó.
Debía mantenerse fuerte para lo que se venía.

•Nacimos para crear un mundo de colores juntos• (ARISTEMO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora