Capítulo 3

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Capítulo 3

"Ella llegó a mi vida así, de golpe. 

Y yo tan distraído...

Que me enamore del susto."

-Roy Herbach

El sol se volvió una llama abrasadora insoportable. Sentía mis mejillas quemar y las ganas de sacarme toda la ropa, y echarme desnuda al agua. Quería refrescarme.

Pero cuando el comandante de mi pelotón —al que supuestamente pertenecía— nos mandó con un generoso libro de insultos a rodear la cerca en cien vueltas y a toda velocidad, me sentí desfallecer.

En definitiva, esto había sido una mala idea, pero en ese mismo sentido me gustaba. Descargaba todas mis energías y evitaba que pensara en cosas que no quería.

Pasamos una eternidad en el campo y me estresaba porque mientras los gigantes de mis "compañeros" daban una fuerte zancada, yo tenía que desvivirme tratando de alcanzarlos en cinco pasos. Era agotador, pero es por esa razón que cuando el guiso de lenteja y carne humeó para nosotros, casi me desmayó del gozo. Olía a gloria.

Y definitivamente debía saber a gloria.

Me paré firme en la columna de hombres sudoroso y olientes y aguantando el sol y las desagradables conversaciones, me quedé hasta mi turno.

—¡Siguiente! —gritó la señora rechoncha que servía en platos.

Di un paso al frente y extendí el plato de barro. Bajé la vista, las mujeres tenían un sexto sentido en todo y es por eso que no hablé mientras me servía el plato.

Oh, pero la que si gruñó fue mi tripita.

Me escabullí a la esquina más alejada dónde la sombra me llegaba de chiripa, y haciéndome un ovillo, le di el primer sorbo al guiso.

¡Santa madre de las lentejas!

Sí, definitivamente era sabroso. Tomé otro bocado, y cuando la sombra que me cubría se agrandó de la nada, levanté la vista. Miedosa. Había alguien allí.

Tuve que toser para que se disipara el miedo.

Un hombre de la altura de un verdadero cíclope me miraba con burla y cinismo. La uniceja que le cubría la frente estaba empapada de sudor, y sus ojos rojos y enormes me fulminaban con la mirada.

Su boca tiró de una sonrisa socarrona, y se me fue el aire de los pulmones cuando se acuclilló a mi altura.

—Dime, escarabajo —su aliento me dio arcadas— ¿Quién eres y por qué te escondes? Nosotros no te haremos daño.

Y si no hubiese sido ironía suficiente, las risas de los demás me lo confirmaron.

Alcé el mentón y dejé el plato de guiso en el suelo. Me levanté con las piernas temblorosas, y lo desafié con la mirada.

—No soy ningún escarabajo —traté de que mi voz sonara firme y más grave de lo normal —Y en caso de que lo fuera no podrías opinar con tu apariencia de ogro malhumorado.

El hombre tensó la mandíbula y nuestra peculiar audiencia soltaron risitas de sorpresa. El se giró y fulminando con su escalofriante mirada a todos los calló.

Se giró de nuevo y se frotó las sienes, y luego sonriendo. Pisó mi plato de comida. La arcilla se desplomó bajo sus pies.

No lo confesaría en voz alta, pero me pregunté si me aplastaría con la misma facilidad.

Por Un Arrebato © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora