"Si escribo algo, temo que suceda, si amo demasiado a alguien temo perderlo; sin embargo, no puedo dejar de escribir ni de amar..."
—Isabel Allende
Capítulo 36
Su respiración era lenta y pausada, su pecho subía y bajaba y el sueño le dominaba al completo.
Cerré los ojos, tratando de convencerme a mí misma que lo que iba a hacer era una completa locura, pero, aunque estaba consciente al completo de la veracidad y la demencia del acto, también supe que quería hacerlo.
Miré una vez más en su dirección, su boca rosada dejó ir el aire suavemente y gruñó algo ininteligible.
Apreté los labios y me deslicé con suavidad, las sábanas se quedaron enrolladas en su cuerpo, me concentré en que mi pie tocara el piso. Estaba frío, bajé el otro pie y muy despacio me levanté.
Suspiré un poco más aliviada.
Empecé a caminar con la luz de la mañana filtrándose por la cortina, y supe que si no la cerraba mi escape no tendría beneficio alguno.
Miré en dirección a la cama, donde el cabello ensortijado y rojizo seguí quieto sobre la almohada.
A pasitos chiquitos y apresurados caminé hacia la ventana, pero fue tal mi hazaña que cuando me di cuenta que algo se había enrollado en mis piernas mi primera reacción fue gritar. Me tapé la boca con ambas manos mientras mi equilibrio se perdía y me caí al suelo.
Golpe seco. En toda la habitación.
Mis rodillas ardieron y enseguida empezaron a irritarse. Suspiré y cerré los ojos mirando hacia la cama con el corazón desbocado.
Él se movió.
Su brazo se extendió a mi lado de la cama y gruñó con un poco más de fuerza, luego se giró y volvió a dormir.
¡Cristo!
Desenrollé el jodido pantalón de mi esposo de mis pies y me levanté aún con el leve escozor de mis rodillas, caminé hacia la ventana y cerré la cortina.
Oscuridad.
Suspiré un poco más relajada, me dirigí siguiendo un curso más seguro y con más atención en donde me paraba, hasta llegar al clóset que usaba en está habitación. Cuando abrí la puerta de madera está se quejo con gusto. ¡Maldición!
Ni siquiera me giré para ver si se había levantado, tomé un vestido cualquiera, pero asegurándome de que sea ligero y me lo pasé por los hombros. Ropa interior por debajo y mallas para calzarme las botas de cuero.
Cuando anudé el cordón de la bota faltante me erguí y giré. Sorprendentemente el seguía con Morfeo. Ojalá le durará otra hora más, me daría el margen de tiempo necesario.
Avancé hasta la puerta, tratando de que mis pisadas sean lo más silenciosas posibles y me deslicé por la abertura de la puerta. Cerré despacio y después de mirar con la respiración acelerada que estaba fuera, empecé a andar con prisa.
Si corría, haría ruido, pero si andaba muy lento, seguro que me atrapaban.
Matilde se levantaba a rezar cada madrugada hasta que todos nos despertábamos, cuando pasé por su habitación abierta corrí para que apenas mirara una figura a toda velocidad.
Bajé las escaleras casi saltando y para cuando llegué a la entrada ya conocía el camino.
Pero allí estaba David, acorralando a Alicia contra la pared.
Gracias al cielo, fue ella la que me vio, abrió los ojos con sorpresa al notar mis prisas y cuando David hizo intento de girarse ella tomó su cuello y lo besó con fuerza.
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Por Un Arrebato © |COMPLETA|
Ficción históricaSolo quiero la verdadera historia. En un mundo donde callarse es la manera más fácil de sobrevivir, una jovencita aprende que tal vez no está hecha para vivir de forma fácil. Leah es como el viento, inconstante, vital; y sus sueños se convierten en...