Capítulo 32 - Parte Uno

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"Ven y dímero al oído que te has vestido hoy pensando en desvestirte frente a mí."

-Madrugadas XIV

Capítulo 32 – Parte Uno.

Estábamos fuera de control.

Estábamos tan fuera de control...

Y lo amaba, cada pequeño momento, cada beso, cada palabra, cada risa, era... tenía otro color.

No podía nombrar con exactitud lo que había pasado, lo que había cambiado. Pero podía enumerar las cosas que hicimos juntos.

Nunca había salido con alguien que me siguiera el paso a caballo, ni siquiera mis hermanos, que nunca se interesaron lo suficiente en mí, pero debí saberlo en el momento en el que me persiguió como loco.

Lo comentamos una tarde, donde estábamos desnudos a lado de un arroyo. Sí, vivíamos teóricamente en Londres, pero Alencar estaba tan alejado de la civilización que al sentarnos a comer en una manta me sentó como estar en casa. En mi antigua casa, es decir. En Harrods.

Jamás imaginé sentirme bien con mi propia desnudez, o bueno, con alguien admirando mis senos con tanta libertad, pero lo cierto era que estar de esa manera, desinhibida y resuelta me daba otro tipo de vestimenta.

Me sentía más en poder conmigo misma.

Esa tarde, en especial, estaba comiendo un pastelillo de alguna fruta que no identificaba, pero sabía delicioso, lo recuerdo, porque, después de darle un mordisco, Alejandro me limpió la comisura de los labios.

Uhum...

—Aún no me logro explicar que hacía alguien como tú persiguiendo a una chica común a caballo.

Alejandro estaba comiendo una fresa, pero al terminar de preguntar alzó una ceja, divertido. Me recosté mirando al cielo.

—Bueno, en mi defensa al llegar al arroyo no me imagine encontrar a una chica casi desnuda en el agua.

Me sonrojé, y lo miré ceñuda. Él se río al ver mi reacción.

—Es decir que si hubiese sido cualquier otra chica igual la hubieses perseguido —su carcajada solo logró irritarme más. Apoyé la cabeza en mi mano —Ah, pero mira que gracia, me parto de la risa.

—No te enfades —pero seguía teniendo esa sonrisita petulante —No cualquier chica tiene los pechos que tú tienes.

Abrí los ojos, sintiendo como mis mejillas alcanzaban temperaturas peligrosas.

—No seas cerdo.

—Tu preguntaste.

Aún así, supe que me ocultaba algo, tal vez la parte más real. Pero no insistí, siempre que pasaba, tomaba el collar de mi cuello y veía el anillo de mi dedo, eran como una garantía de que alguna vez ambos seríamos totalmente sinceros con el otro.

Y me calmaba, aunque parecía que la paciencia se iría agotando.

Habíamos pasados más tardes juntos, pero por las noches también habíamos roto algunas reglas. Ver el festival de luciérnagas mientras me besaba fue una experiencia única. Aún sueño al ver las lucecitas titilantes y mágicas rodeándonos y Alejandro pegando sus labios a los míos.

O también cuando reía a carcajadas con él. La tarde en la que enfurruñado en su despacho maldecía a diestra y siniestra, yo ese día me había preparado con algo divertido para hacer en la noche, pero al verlo tan irritado los planes se adelantaron, y con una botella de brandi y medio desnuda lo ayude a desvestirse y a tomar como si fuéramos adolescentes descarriados.

Por Un Arrebato © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora