Capítulo 1 parte 1

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Después de catorce años, éste que vivía era el primer día que volvía a ver el mundo exterior. Desde los cuatro años de edad, debido a las absorbentes ocupaciones de mis progenitores, éstos acordaron, fueron y me dejaron en un internado.

Normalmente esos son calificados como estrictos, fríos y sin vida. Sin embargo, para mí ha sido el mejor de los lugares en los cuales he podido estar. Es verdad, los gestos serios de las maestras van acorde con sus vestimentas y actitudes disciplinarias. Pero, en el instante que había un receso, toda aquella seriedad se tornaba en felicidad; buenos y sabios consejos, palabras dulces que acariciaban lo mismo que una mano o un brazo que te cobijaba.

De ellos yo tuve muchos. Quizá se debía a la compasión que sentían por mí. De ciento cincuenta niñas, yo era la única que verano tras verano, navidad tras navidad, cumpleaños tras cumpleaños permanecía en el lugar hasta que alcancé la mayoría de edad. Y como con ella yo ya podía hacer mi voluntad, aprovechando que un año atrás las primas Ana y Paty habían salido, al anunciarles que era mi turno, no dudaron en ir a esperarme.

¿Mis padres? Por medio de una carta supe que ya llevaban años separados; y como tiempo para perderlo conmigo ninguno de los dos tenía, pues simplemente no les avisé que me había graduado y ahora, en medio de mis dos amigas yacía parada me imagino que a la mitad de una banqueta.

Digo que me lo imagino porque mis ojos estaban vendados. No lo estaban cuando, acompañada por la guardiana ésta me llevó hasta la enorme puerta de madera y crucé bajo su umbral, dejando atrás y con un gran dolor en el pecho, lo que por años hubo sido mi hogar.

Ana y Paty, al verme, saltaron de la felicidad y hubieron corrido hacia mí quien increíblemente no pude evitar el derramar mis lágrimas.

Por supuesto ellas, al divisarlas, se burlaron de mí diciéndome que debía estar feliz por haber dejado ¡al fin! la prisión en la cual otros dos me hubieron abandonado.

Explicarles todo lo que aquello significaba, sería en vano. Así que... removiendo mi llanto, me dispuse a sonreírles y escuchar de una de las primas:

— Bueno, ya que estás afuera, ahora sí sabrás lo que es verdaderamente vivir. Y para que vayas disfrutando de este mundo exterior...

— Viajaremos en auto — dijo la segunda apuntando uno que yacía estacionado en la avenida, — para recorrer primero las calles de la ciudad.

— Después visitaremos una tienda departamental para que dejes tus vestimentas de monja — hubo sugerido la primera, no obstante...

— ¡Pero sí es nuevo! – respingué. Lo hice porque efectivamente mi vestido lo era. Lo había confeccionado precisamente para esa ocasión y...

— Conforme nos vayamos moviendo te darás cuenta la moda que se vive hoy en día

— Sobre todo si lo que pretendemos es conseguir un novio.

— ¡¿Novio?! – volví a respingar.

— Novio — lo afirmaron mis amigas que, tomándome cada una un brazo, empezaron a guiarme hasta el vehículo donde un elegante chofer nos esperaba y abrió la portezuela trasera. Una que usamos para ingresar y viajar hasta esas calles exageradamente transitadas, habitadas y...

Un tanto ruda, Paty se me atravesó. Lo hizo para llamar a su prima y secretearle al oído. Obvio, les recordé que eso no era de señoritas bien educadas. Sin embargo, éstas, sonriéndose pícaramente me miraron. Yo a ellas; y debido a la forma de hacerlo...

— ¿Qué... están pensando? — les pregunté.

— ¿Recuerdas las divertidas bienvenidas que les dábamos a las nuevas internas?

¡Al fin libre! y te encontréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora