Capítulo 15

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Entre el no de ella y el no de él, los dos se miraron: Candy suplicante de no hacerla volver a aquel lugar; y Terry sonriente porque efectivamente no bromeaba. La cartera en su mojado short se había quedado. Lo mismo que el celular, sólo que éste en una mesa de su negocio. Allí sonaba por tercera ocasión; y el empleado encargado de abrir esa mañana, una vez en el interior, se dispondría a atenderlo para responderle a Albert quien hubo preguntado por su hermano y éste buscado en el local.

— Acá no está, señor.

— Muy bien, gracias — dijo el rubio; cortando comunicación y volviéndose rápido a quienes le aguardaban. — Olvidó el teléfono en la pizzería.

— Entonces no nos queda más que seguir esperando y...

— No continuar con lo propuesto, ¿cierto? — indagó el gemelo mayor diciendo la abuela del menor:

— Mientras me digas que convenciste a Terry.

Albert, sentado a lado de su esposa, a ésta primero miró. Consiguientemente a la matriarca para decir:

— Ayer y durante la noche vi una cosa y... aunque no nos guste, le gusta lo que emprendió. Lo sabe hacer bien y... he decido dejar de insistirle a ocupar mi lugar, pero tampoco dejaré que lo ocupe Candy.

— ¿La crees incapaz?

— La creo no adecuada para el puesto — él hubo respondido a Sandra quien diría:

— Entonces, ¿qué harás?

— Continuar con mi trabajo hasta que mi hijo pueda decirme si también le interesa o no.

— Siendo así — habló la dama Grandchester, — yo no tengo objeción.

— Gracias, abuela — dijo Albert, quien a solas con su esposa, organizarían un plan a modo de que él pudiera estar con ella hasta el día del alumbramiento. Por el momento, se concentrarían en su reunión. Pero también...

. . .

Por no haber modo de regresarse, una vez llegada a la caseta, al no llevar el debido monto a pagar, Terry, al coleccionador de dinero, explicaría la razón de no contribuir. Por ende... el paso no se le daría, bueno, sí; y ese sería para que él, ya cruzada la división, orillara el auto y se las arreglara con el oficial de policía que justamente se había parado ahí para hacer guardia temporal, y el cual, aunque le pareciera una tierna, desgraciada y a la vez divertida situación relatada, el conductor se generó una pequeña sanción que al revelarla en números, Candy, saltando asustada en su asiento, espetaba:

— ¡¿Tanto por...?!

— ... no traer simples 15 dólares, ahora tengo que pagar 250 — sonó un relajado él quien oía:

— Terry, yo...

— Está bien — dijo el hombre al ver a su copiloto severamente apenada. — No hay de qué preocuparse.

— Y en serio... ¿tú no lo estás? — ella quiso saber. Y el del volante decía:

— ¿Para qué, cuando estresarme me haría lucir viejo y feo?

— ¡Vaya! — expresó Candy, — sí que... tomas todo... a la ligera.

— ¿Y qué querías que hiciera? Fue toda mi culpa, ¿o no?

Finalizada la oración de aquel, la joven ya no mencionó palabra alguna, simplemente se dedicó a mirarlo manejar, viéndolo de vez en cuando sonreír y silbar una canción que por supuesto ella desconocía. También cómo ser frente a él quien diría:

— En serio, ya deja de preocuparte porque únicamente te enfermarás.

No obstante, Candy indagaba:

¡Al fin libre! y te encontréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora