Capítulo 2 parte 1

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Del lugar en que la conociera hasta donde estaba su negocio había una distancia de cinco minutos, dentro de los cuales, Terry efectivamente hubo pensado en ella, en Candy, o mejor dicho... en su boca. Esa —que sin saber lo que miraba— le hubo sonreído y hablado con dulzura. Una que le parecía había en todo su ser y...

Del repentino frenazo que tuvo que dar al haberlo hecho así el carro de adelante, de la víscera que tenía en frente, al caer, cayó un pedazo de papel. En sí, era una fotografía que reposaba directamente al pie de su asiento y que al verla él nombraría:

— Karen —: mujer de cabellos oscuros, facciones lindas y ojos color de miel que le miraron, en efecto, por diez años.

Terry tendría dieciocho de edad cuando la primera vez que la vio o más bien le prestó atención. Era el día de su graduación. Y él todo el tiempo hubo ignorado que ella fuera su compañera de clases.

Lo supo en la fiesta, al ir Karen a saludar a su abuela. Hembra robusta y con voz de trueno que curiosamente había sostenido una relación con el abuelo de ella quien aprovechó el momento para contar los pormenores y...

— Cómo me gustaría que lo que yo no llegué a realizar, lo hicieran ustedes y hasta un nieto —, de los dueños de las manos que la mujer sostenía.

Porque el chico era para nada desagradable, Karen se sonrojó y...

— Por mí no hay problema — hubo dicho Terry el cual honestamente era el joven más interesado que jamás se conociera.

También el más desobligado. El más flojo. El más parrandero. El más irresponsable. El más... en fin... tampoco en su vida se ocupó de los estudios. Y ese día, si lo estaban celebrando, era gracias a todos aquellos que les pagó sus exámenes y tan despilfarradoramente.

Mismo modo que llenaban sus manos; y él los invirtió en inutilidades, en viajes, en reventones y en autos que destruía en menos de una semana. Pero en menos de un minuto él, berrinchudo, ya estaba pidiendo otro, no habiendo un ser que le negara su capricho. Hasta que... cansados de dar tanto y recibir nada a cambio sino quejas, multas y altos gastos...

— No verás un centavo más si no corriges tu modo de ser y de vivir — hubo sido su difunto abuelo quien en vida se lo sentenciara al no contar Terry con sus padres.

Él y su hermano Albert los hubieron perdido siendo muy pequeños. Los dos contaban con 6 años de edad. Eran increíblemente gemelos, pero para nada idénticos. Y en verdad no lo eran. Sus caracteres distaban mucho y qué decir de sus humores. Uno que creyeron una mujercita podía cambiar.

En los primeros años y por ser también joven, a Karen no le importó ese reventado comportamiento del que sería su novio. Lo haría al quinto de su relación. Su familia la requería en su consorcio. Su padre había fallecido y ella, por ser la mayor de tres, debía quedar al frente; lo que no sucedía con Terry al ser Albert todo lo contrario a él quien optó por probar los deleites de la calle en lugar de adiestrarse en los negocios familiares, además su mujer lo proveía de todo hasta que también... la cansó, empezando así a tambalearse su relación. Una que había llegado a su fin al poco tiempo de haberse decidido él cambiar en pro de ella la cual reconocía lo amaba empero no estaba dispuesta a esperarlo más.

Diez años a cualquiera le pesan; y ella, Karen, verdaderamente quería una familia. Él... primero alegaba no sentirse preparado para dar ese gran paso. Después lo fue la idea de la pizzería, la cual debía levantarla mucho antes de empezar a traer hijos al mundo para así, por lo menos, tener con qué alimentarlos. Terry sabía que si continuaba actuando mantenidamente como hasta un par de años atrás lo hacía, su pareja se encargaría de ello. No obstante...

¡Al fin libre! y te encontréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora