Capítulo 4 parte 2

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Propuestas a no dejarla decaer al saber que se había pensado en un ¿por qué cariño negado? las primas juguetonamente atacaron a Candy para picarle el cuerpo por doquier y producirle cosquillas, cayendo en grandes risas las chicas sobre la cama.

Allí y ya tranquilas, mirando al techo Ane diría:

— ¿Tienen una idea de quién se casará primero?

— ¡Ay, Ane, ya vas a empezar!

Y por haberlo dicho fue ganadora de un almohadazo. Recibido se defendieron:

— ¿Qué? Necesitaremos a nuestro D'artagnan

— Yo prefiero tener un gato

— Eso no será posible. La arrendadora nos prohibió las mascotas

— ¿En serio? Pensé que Ane tenía un pájaro.

— Ay, Candy — las dos primas comenzaron a reírse; y una explicaba: — aquello hubo sido en sentido figurado.

— Sí; lo dije únicamente como excusa para poder dejarte a solas con él.

— Oh — se exclamó, observándose — me paso de inocente, ¿verdad?

— No, pero ya irás aprendiendo

Y para empezar a hacerlo:

— Chicas, ¿qué les parece si salimos esta noche?

— ¿Y habrá lugares abiertos?

— Y cerrados también

— Pero, ¿qué de mi llamada?

— Si Terry lo hace, la grabadora lo aceptará.

Habiéndose puesto de pie, Ane estiró sus dos manos para levantar a sus amigas; y aunque la que esperaba no estaba muy convencida de salir, lo hizo, sobretodo al decírsele:

— Un poquito a darse a desear, no duele — Paty guiñó un ojo y Candy acordó con ello.

El que también ya había tomado una decisión, pero no se animaba a compartirla todavía, con esa era la vuelta número dos que daba alrededor de una triangular mesa.

— ¡Maldición! ¿cómo diablos fui a meterme en esto? ¡Yo! que lo que más odio son las obligaciones y las ajenas ni se diga. ¡Demonios! — el hombre espetó adolorido porque el dedo más pequeño de su pie alcanzó a estrellarse en la pata de una silla.

Con deseos de aventarla lejos, Terry se quedó ya que el área lastimada se dispuso a sobar. En eso sonó el teléfono; y exagerando un rengueo, fue a contestar. Sin embargo, apenas había dicho: — Diga — cuando la voz de una furibunda mujer, del otro lado de la línea le reclamaba fuertemente.

Por supuesto, la molestia que aquello le producía a su oído, provocó que él —torciendo feamente la boca (claro, si se pudiera ver algo feo en él)— alejara la bocina para ponerla sobre una pobre pared.

Sí, era su abuela la cual no se quedó con las ganas de reprenderlo por lo sucedido con Karen, de la cual se decía:

— ¡Tanto que te dio esa bendita mujer, para que tú, sinvergüenza irresponsable, ni siquiera te dignaras a rogarle para que se quedara a tu lado! ¡No, si entre más lo pienso, no hallo parecido contigo entre todos los miembros de mi familia! ¡Y sólo porque te vi salir de la vagina de tu madre que si no... te negaría, mal hijo, que ni porque ya soy anciana te compadeces de mí para venir y saber como estoy! ¡Ah, pero ni creas que tu nueva amiguita tendrá cabida en mi empresa, primero...

Con eso, Terry presionó el botón de alta voz para indagar molesto:

— ¡¿El muy bocón de Albert te lo contó?!

¡Al fin libre! y te encontréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora