Capítulo 17

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Con la última sentencia del bello Tereso, Candy sonrió ofreciendo su nuevo hogar para descansarse. Levantando los hombros desganadamente él volvió a pedir la dirección a visitar.

— Creo que debemos ir a la misma avenida donde está el museo. ¿Tienes dinero? — ella lo preguntó para asegurarse de no repetir experiencia vivida, aunque... — si no... ¿en el camino puedes detenerte frente a cualquier banco? También quisiera ayudarte con el pago de la multa por haberme llevado.

Desde que Candy lo cuestionara, Terry aún sabiendo que sí llevaba su cartera, lo verificó palpándose los bolsillos traseros de sus bermudas, además...

— Ah, sí —, no le quitaría su buena intención, — porque el carro necesitará gasolina —, y mucha si tenía que estarla llevando y trayendo, además a la joven más le valdría no respingar de la cantidad de dólares que un tanque lleno costaría ya que...

Una vez dado con un banco y extraído de ahí, —bueno, de un cajero automático—, un buen de dinero, o cuanto mucho: mil verdes, por la vía rápida para llegar precisamente rápido se manejaría. Y en una calle previamente transitada...

— ¡Terry, detente! — Candy pidió.

Él apenas maniobró para orillarse y ella bajarse con velocidad; sorprendiéndole a Terry que su novia, —a la cual veía a través del espejo retrovisor—, luego de llamar a un indigente, en la mano de éste pusiera un par de billetes. La denominación él ya la conocía porque uno de 50 le hubo dado para pagar la caseta. Así que, al yacer el cambio en un visible compartimiento de su auto, el guapo pizzero reía de la cara del sucio humano aquel que parecía alegar... ¿era mucha la caridad dada?

Evitando hacerle caso, Candy volvió al auto; y en lo que se sentaba era mirada por el conductor que no dejaba de sonreír. Ella tampoco al toparse con el piloto el cual, sin haber preguntado, oía:

— Ayer que vinimos, se me acercó para pedirme dinero. Corrí, no tanto porque me espantara sino... porque no tenía. Ahora que sí, ¡qué suerte haberlo encontrado otra vez, ¿no?!

Sí, sin duda alguna qué suerte para ese y para todos los demás que fueron encontrándose en el camino, hasta que Terry tuvo que ponerle un alto:

— De verdad, me ha gustado esa delicadeza tuya para tus semejantes, pero... trata de cuidar el dinero.

— Aún tengo mucho, ¿por qué debo? — contestó ella irreverentemente al que con anterioridad hubo hecho lo mismo, ¿o no? Debido a que sí y porque sabía los dolores de cabeza causados, a ella le aconsejaba:

— Porque, aunque no es mi intención quitarte tus buenas intenciones... si sabes que una de tus obligaciones ciudadanas es reportar impuestos, ¿cierto?

— No. No me dijo nada al respecto el Licenciado Crown, sino que... hiciera con ello lo que quisiera.

— Sí, eso lo entiendo. A lo que me refiero es que... debes comprobar qué hiciste con el dinero que gastaste.

— Las buenas acciones que hace tu mano izquierda no debe saberlas la derecha. ¿Por qué el gobierno sí?

— Porque si el gobierno sabe que tienes millones —, Terry se corregiría, — aunque en sí, sí sabe que tienes muchos millones porque tu nombre está en un documento oficial y legal —, y al parecer eso el albacea no le explicó, — va a preguntarte qué hiciste con ellos.

— Ayudarle con los que no tienen.

— Pero esas gentes —, o sea los indigentes, — o perdieron sus derechos o ha sido su voluntad vivir así para no cumplir.

— ¿Cómo? — ella se contrarió; — no entiendo.

Y el ejemplo sería lo que Candy divisó, y que por supuesto, a él le pediría detenerse para hacer lo que en los últimos minutos venía haciendo.

¡Al fin libre! y te encontréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora