Capítulo 18

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Para que él la acompañara a cenar habíamos dicho, Candy fue en su búsqueda, hallándolo profundamente dormido a la orilla de una extensa cama.

Por yacer acostado boca abajo, con una pierna y un brazo colgando la joven sonrió; y con sumo cuidado se acercó para poner la palma de su mano en la espalda masculina. El dueño de ello, al sentirla, rápidamente se giró para quedar boca arriba y preguntar conforme se tallaba el rostro:

— ¿Ya terminaste?

— Ya.

— ¿Nos vamos entonces? — Terry cuestionó enderezándose para quedar sentado. Entre tanto, Candy precisamente se sentó a su lado para decirle:

— No debería por ser esto... ¿mi nuevo hogar?

— ¿Vas a conservarlo? — él quiso saber; y ella...

— Tú, ¿qué me sugieres? — al ser una monstruosidad de lugar. Por lo mismo...

— Que esto es más grande que mi condominio — dijo Terry. Consiguientemente y entre un gran bostezo y estirándose, preguntaba: — ¿Sabes dónde está el baño? Yo vi la cama y me vine directo a acostar.

Ella, negando con la cabeza y sonriendo, enteraba:

— No me interesé en ver el lugar sino... en deshacerme del dinero.

— ¿Cómo está eso? —, el somnoliento, frunciendo el entrecejo, se volvió a la joven quien diría:

— Sólo me quedé con lo suficiente para ir a cenar. ¿Vamos? — ella se puso de pie para ir hacia su persona y extender: — Yo te invito

— Me parece bien, pero... ¿qué hiciste con el dinero? — él se interesó; y antes de que algo saliera de ella, decía ciertamente imitador: — Sí, sí, ya sé. "Lo que hace una mano no tiene por qué saberlo la otra", pero... no pudiste deshacerte de tanto tan pronto.

— ¡A que sí! — ella lució divertidamente retadora. — Y hoy tengo lo mismo que tuve ayer... ¡nada! —, Candy mostró sus manos y jugando con ellas.

En cambio, Terry, sintiendo ternura, así igual sonaba al indagar:

— Candy, ¿qué hiciste?

— Está bien — la joven actuó vencida. Seguidamente compartía: — Lo doné.

— ¿Todo? — un rostro reflejaba "asombro".

— Al menos lo que tenía disponible. Pero también lo que no; y así como Julián cedió la Casa del Faraón al municipio, yo... se lo di a la ciudad.

— Y...

— ¡He vuelto a ser pobre! — exclamó la inocente. — Y para serte honesta... ¡me pone feliz!

Quien tardaría tres segundos en serlo también y escandalosamente sería él. Por ende, Candy no entendía; y su gesto lo proyectaba al averiguar:

— ¿Por qué te ríes? ¡Ya te había dicho que...!

— Sí, pero ahora te pregunto... ¿cuáles fueron las porciones donadas? ¿uno? ¿cien? ¿mil?

— Esos y tres ceros más a cada institución.

— Y de éstas consultaste, ¿cuántas?

— Afuera tengo la lista, ¿quieres verla?

— No. Sólo preguntaba.

— Pero por tu actitud, lo volví a hacer mal, ¿cierto?

Rascándose la parte que tuviera su cara sobre unas colchas, él diría:

¡Al fin libre! y te encontréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora