El día iba muy bien para el gran Bill; sus amigos, el Club de Los Perdedores, habían aceptado ir a buscar a Georgie juntos, pero con la condición de que Bill dejara de tartamudear sus nombres; cada uno sabía que era imposible, pero aun así lo ayudarían por ser su amigo, y considerarlo como líder de los Perdedores.

- Él lanza sus puños contra los p-p-postes.

Bill el Tartaja contaba historias camino a casa, con la intención de mejorar su tartamudeo; se inventaba historias de policías o monstruos que salían de debajo de la cama, a veces tan solo narraba cosas que le habían pasado en el día, pero esta vez no era la ocasión.

- Él lanza sus puños contras los p-p-p...p... ¡Rayos! - Había fallado.

Al entrar a casa, luego de dejar a Silver en el jardín, vio a sus padres en su rutina diaria: Mamá Denbrough se encontraba limpiando las fotografías de los familiares que ya no los visitaban, Papá Denbrough leía el periódico, dejando el televisor encendido en el canal de las noticias. Bill iba directo a su habitación, pero ver a su madre limpiar aquellas fotos, por alguna razón, le causó nostalgia, así que optó por ayudarla y luego ir por una bebida al refrigerador.

- Oye, mamá, d-d-déjame ayudarte. – Su mamá lo ignoró, aun así, Bill tomó uno de los trapos y comenzó a limpiar.

Primero fue la foto de la tía Bertha, hermana de su padre, algo delgada, con una manía de apretar los cachetes como si fuesen sus granos; en la fotografía se podía ver cómo tía Bertha abrazaba a su padre, con un cariño de no verlo más. "Ese fue el día que mi tía se enteró de su enfermedad", recordó Bill con tristeza. La siguiente fotografía era de su madre con su vestido de bodas, se veía tan radiante y llena de vida; si Bill hubiera estado ahí, seguramente diría: Nunca la vi tan feliz. El muchacho pulió un poco la foto, y mientras la dejaba cuidadosamente sobre el mostrador, tomó una más sin notarlo.

Georgie estaba ahí, mirándolo desde el marco y con el fondo algo oscurecido; esa fotografía fue una de las últimas. – ¿Dónde estás?- pensó, y justo en ese momento, Georgie le guiñó un ojo.

Bill se sorprendió demasiado, era algo imposible; frotó sus ojos un poco, la foto de Georgie seguía quieta, intacta, pero cuando cerró los ojos por un momento y volvió a abrirlos, la fotografía estaba sangrando.

- No... ¡NOOO!

Bill gritó y arrojó el cuadro. El vidrio que cubría la foto salió disparado en pequeños trozos, y ese escandaloso ruido hizo que sus padres reaccionaran.

- ¿Qué? ¿Qué haces, Bill? – dijo la madre acercándose al muchacho.

 El padre vio la fotografía de Georgie tendida en el suelo, con restos de vidrio y el marco roto. 

- Bill, ya te hemos hablado de esto.

- La... La... fo-fo-foto. Sangre. La fo-fo-fotografía.

- Mejor anda a tu cuarto. ¡Rápido! – El grito del padre siempre hizo que Bill se exaltara, pero esta vez él estaba asustado.

El señor y la señora Denbrough no pudieron ver la sangre que salía de aquella foto.- Ju-juro que me guiñó el ojo- se decía Bill esa noche, y era cierto, o quizá solo fue una ilusión. 

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