13.

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Ricci fue enterrada en el patio trasero de la casa de los Bowers, donde solía atrapar insectos y ratones; Henry había dado una oración en nombre de la pobre gata, y con mirada en el cielo quedó en silencio, recibiendo la brisa que le daba un poquito de paz.

- Hey, Henry.

- ¿Qué? ¿Quién anda ahí? – El bravucón miró por ambos lados, buscando aquel que de seguro quiere jugarle una broma. – ¡Si quieres estar muerto, sigue provocando!

El viento seguía soplando y el sol se ocultaba entre las nubes, la ira de Henry estaba incrementando, y quería encontrar aquella persona para desatarla con él.

- Tranquilo, muchacho, no tienes por qué molestarte. Soy yo, tu amigo, Pennywise.

- ¿Pennywise? ¿Amigo? – Henry miraba al cielo, juraba que aquella alegre voz provenía desde lo más alto de las nubes. – E... ¿Eres un ángel?

- No, Henry, yo estoy aquí.

Henry se dio media vuelta, vio a un simple payaso, sonriente y carismático, con una mirada enternecedora que te hace ver un mundo feliz y alegre.

- Eres un payaso.- dijo Henry

- Un divertido payaso con muchos trucos bajo la manga.

El payaso hizo un movimiento hipnótico con sus manos, y cuando aplaudió, se veía algo moverse en su abolsado traje azul y amarillo, algo pequeño; de pronto, ese algo salió por una de sus grandes mangas.

- ¡TARAAAA!

- ¡RICCI!

La pequeña gata de Henry corrió hacia él, trepó con sus filudas garras hasta llegar a su hombro izquierdo, estando ahí, frotó su pelaje negro en su cuello ronroneando como nunca.

Lo que no notó Henry, es que la pequeña Ricci tenía el cuerpo frío, el pelaje llevaba restos de tierra húmeda, y aún tenía el agujero que le dejó la bala que la llevó a la muerte.

- Es una gatita muy linda, la cuidaste muy bien. Ricci sabe bien en quién confiar. Y tú también, ¿no es así, Henry?

Cuando Henry dejó de admirar a su fiel amiga por un momento, el payaso había desaparecido. Lo buscada con la mirada, pero no pudo encontrarlo. Ricci se fue al piso, se acostó panza arriba sobre aquel césped seco, y con una mirada, pidió a su dueño poder jugar; Henry no pudo resistirse ante el acto tan tierno.

Mientras le rascaba la panza a Ricci, vio que su padre se acercaba a ellos, con su revolver en mano, nariz roja, y pompones naranjas como pelotas.

- Papá... no, por favor. – suplicó el hijo con una fuerte presión sobre su pecho.

- Te dije, Henry, que sacaras la basura. – El oficial, apuntó, y con una malvada sonrisa, disparó al animal.

Esta vez, no le hizo un gran agujero, sino la hizo desaparecer como cenizas llevadas por el viento, y cuando Henry se puso a llorar  se levantó para enfrentarlo. Él ya no estaba.

(Está en casa...)

Henry escucho ese susurro del viento, y revisando su bolsillo, sacó la filuda navaja que su mismo padre le había regalado en su cumpleaños, se dirigió a casa, con un odio tan grande que no cabía en su cuerpo, así que estaba dispuesto a sacarlo.

Henry Bowers era un muchacho muy atento y difícil de engañar, pero esta vez pasó, la única vez de su vida; se dejó engañar por aquel payaso alegre y terrorífico, y eso es algo que jamás se pudo perdonar. 

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⏰ Última actualización: Apr 11, 2020 ⏰

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