Frank Longbottom se sentó en la mesa de Gryffindor, algo apartado del resto. No tenía muchos amigos. Tal vez esto era por su timidez, o tal vez porque no se preocupaba por llamar la atención, pero en ningún caso sería por su manera de tratar a la gente. Si por algo destacaba Frank era por ser amable con todo el mundo. Eso era, tal vez, lo que más le diferenciaba del resto de su familia. Su madre, su padre, su tío Algie, su tía Enid... todos ellos destacaban por ser algo ariscos en lo que se trataba de ayudar y ser amables con la gente. Por ejemplo: si alguien se caía en la calle, lo más probable era que Frank le ayudará mientras el resto de la familia se quedaba mirándole con cara de desaprobación, posiblemente imaginando qué clase de cosas estaba metiendo esa persona en los bolsillos del niño. Es ese sentido Frank era raro, al igual que lo eran Xenophilius Lovegood, Pandora Panson, Arthur Weasley o Molly Prewett.
Una señora de aspecto severo y gafas cuadradas que respondía al nombre de Minerva McGonagall dejó el sombrero más andrajoso que cualquier alumno de Hogwarts hubiese visto en el ya conocido taburete de tres patas. Una de las miles de arrugas que surcaban el sombrero se movió, pausadamente, hasta formar una improvisada boca. Y por esa improvisada boca empezó a cantar una melodía distinta a las de todos los años anteriores. Miles de serenatas había ideado el sombrero, desde su creación, para luego recitarlas guiándose por su memoria prodigiosa en frente de todo el colegio. Cuando terminó de cantar, todos los que allí se hallaban aplaudieron, llenando el Gran Comedor de un ruido que cesó en cuanto la profesora McGonagall se aclaró la voz. Fue llamando, uno a uno, a todos los alumnos que empezaban aquel año su primer curso en la mejor escuela de magia del mundo. Y también uno a uno, fueron siendo seleccionados a sus respectivas casas tras probarse el sombrero cantante.
— GRYFFINDOR— gritaba algunas veces.
— SLYTHERIN— otras.
— RAVENCLAW— otras muchas.
— HUFFLEPUFF— les gritaba a otros.
Y así, poco a poco, los huecos vacíos de las mesas se iban llenando con caras y cuerpos de nuevos alumnos que no parecían decidirse entre el asombro o el temor.
Frank recibió con un caluroso aplauso, al igual que el resto de su mesa, a los nuevos integrantes de Gryffindor. Algunos de ellos tenían apellidos conocidos para él, como Potter o Black, y otros le eran completamente desconocidos, como Evans.
Le llamó la atención, principalmente, una chica menuda, poco desarrollada, que parecía querer esconderse del mundo. Tenía el pelo corto como un chico, y ojos azul eléctrico. Algo dentro de Frank, entiéndase todo él, se enterneció con la imagen de su nueva compañera.
El prefecto les llamó a todos para que le siguieran, y en la maraña de caras perdió a la chica que respondía al nombre de Alice, aunque eso él aún no lo sabía.
Severus Snape se encontraba entre la masa de alumnos de primero que esperaban a ser seleccionados. Se encontraba al lado de su mejor amiga, Lily Evans. Desde donde estaba podía verlo todo: los altos techos del castillo, las velas suspendidas en el aire como estrellas, los fantasmas tan transparentes como el agua de cualquier río excepto el que pasaba por cerca de su casa y los estandartes de las distintas casas que habían sido colgados por toda la estancia. También veía cosas menos agradables, como a James Potter y Sirius Black, a los que se les habían unido dos niños, uno alto y delgado y otro bajo y rellenito. Potter y él cruzaron sendas miradas de odio justo antes de que llamaran a Lily, momento en el que ambos prestaron más atención al sombrero que en todo lo que quedaba de su etapa escolar.
— ¡GRYFFINDOR!— gritó el remendado sombrero unos segundos de vacilación entre todas las casas de Hogwarts. Sin duda alguna aquella chica era astuta, pero más buena persona que astuta, y más inteligente que buena persona, y más valiente que inteligente. Esto no parece mucho, pero teniendo en cuenta que Lily era una persona de lo más astuta, podemos deducir que era una buenísima persona, casi una niña prodigio y que su coraje superaba los límites de lo imaginable.
— No— murmuró Severus.
— Sí— pensó James.
James Potter no sabía por qué había pensado eso. Sólo sabía que se había alegrado de que una tal Lily Evans, la chica del tren, hubiese acabado en Gryffindor.
Vale que era guapa.
«Muy guapa» se atrevió a pensar.
Pero ese no era motivo para que se hubiera alegrado tanto. Al fin y al cabo, la belleza no les iba a hacer ganar la copa de las casas. Así que James Potter buscó otros motivos por los que se hubiera alegrado de aquella manera al recibir la noticia.
Tal vez era por su pelo color cobrizo, o por sus ojos verde esmeralda... sí, definitivamente eran sus ojos los que habían cautivado a James, al igual que habían hecho con Severus. Esos ojos verdes que le recordaban a su hogar.
«Tienen el mismo color que los sapos en escabeche que utiliza papá para hacer pociones».
Esto no habrá sonado muy romántico, pero a James no le interesaba ser romántico. Le interesaba quitarse a aquella chica de la cabeza.
Él aún no lo sabía, pero no iba a lograrlo. Porque Lily Evans era una canción, y como toda buena canción, no se la iba a poder quitar de la cabeza. Ni a ella ni a sus ojos verdes, como un sapo en escabeche.
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Jily, Años de Conquista
FanfictionTodos sabemos que Lily empezó a salir con James en 7º, que Frank y Alice estaban muy acaramelados, que Remus siempre temió al amor y que Sirius era un alma libre. Pero no sabemos qué mil locuras hizo James por amor, ni qué pasó antes de que Alice y...