Capítulo 11

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Peter estaba sentado en el despacho del director. Habían sido convocados allí por otra de sus travesuras. Esta vez habían llenado las cañerías de la bañera y el lavabo de Slughorn con una pasta extraña que cuando entraba en contacto con el agua crecía y crecía, llenando toda la habitación de una espuma rosa. Pero ellos habían sido más listos y habían hecho algo raro para que esta no creciese hasta una hora después. De este modo, al profesor le daba tiempo a abrir ambos grifos e irse antes de que empezase a hacer efecto. ¿Y esto por qué? Bueno, cualquier mago cualificado podría parar la expansión, y eso no tendría gracia, mejor que cuando volviese de un ajetreado día siendo profesor pensando en darse un buen baño se encontrase con su pequeño despacho lleno de una masa viscosa, rosa y pegajosa.

«Sin duda», pensó Albus Dumbledore, «será difícil para futuras generaciones superar las travesuras de estos muchachos». 

Porque Dumbledore los admiraba, oh sí, los admiraba mucho. Pero su deber como director era castigarlos para asegurarse de que eso no volvería a pasar. Qué desgracia la suya, entonces, que los cuatro chicos que tenía enfrente de su puntiaguda, larga y torcida nariz no temiesen a los castigos. 

Sí, los merodeadores eran imparables, inseparables e incorregibles, y así pasarían a la historia, como los mayores bromistas de su época, quienes dejaron un legado milenario.

Jily, Años de ConquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora