Capítulo 9

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Un nuevo curso empezaba, y Lily Evans había emprendido su camino a la escuela de magia a la que asistía desde hacía un año unas horas atrás.

Petunia, una chica rubia un año mayor que su pelirroja hermana, estaba arrodillada en el suelo de su baño, con el pestillo echado, con un libro entre las manos. Pero no era un libro cualquiera. En ese libro se hallaban secretos que sólo ella y su hermana conocían, acompañados de fotos, recortes de periódicos y juramentos que prometieron nunca romper. También había pequeñas motas de sal entre sus páginas, fruto de las lágrimas que había soltado Petunia sobre él a lo largo del año anterior. 

Acarició una foto, la del principio de todo. Se trataba de una ecografía de baja calidad. Había sido sacada dos años después de la invención de estas, durante el segundo embarazo de la señora Evans. En ella no se podían observar los rasgos de la pequeña Lily. Es más, cualquiera que no fuese un médico cualificado sería incapaz de decir que aquello que se veía en la foto era una niña; con su cabeza, nariz y brazos. Pero esa era Lily, por muy difícil que fuese de aceptar. Era una Lily que aún no sabía nada de la magia que contenía en su interior. Que aún no sabía de la existencia de ese Snape ni de ese colegio. Una Lily distinta a la que se había ido en aquel tren escarlata, rodeada de vapor, dejando a Petunia con las ganas de perseguir la gran locomotora con las lágrimas amenazando con salir de sus ojos. 

—Te echo de menos, Lily— un sollozo escapó de sus labios—. Vuelve conmigo. Por favor— dijo casi inaudiblemente, rompiendo a llorar sobre la imagen.

Sin duda el señor y la señora Evans no tenían ni idea de que la ecografía de su hija menor había sido retirada de la caja que contenía todas sus cosas de bebé por la misma, unos años atrás, utilizando magia accidental. Pero, ¿sabéis qué?, creo que es mejor así.

Jily, Años de ConquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora