Capítulo 5: El accidente más bello

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Un rayo de sol atraviesa mi ventana, hacia mi cama, acariciando mi rostro, despertándome gentilmente, en este nuevo día volteo a ver ese espacio vacío donde la noche anterior yo sentía a la mujer que amo, y hoy que despierto se encuentra deshabitado.

Hoy es 28 de Diciembre, se cumple otro año de aquel día, posiblemente de ahí proviene la nostalgia que me ha agobiado los últimos días.

Tomé el teléfono de mi sala y marqué a su número, esperando su respuesta y con ella aquella voz que tanto he extrañado, usualmente no contesta y lo entiendo, pues es una persona ocupada. Esperando otro momento, posterior a desayunar en la calidez de mi amada cabaña, decidí retomar mi libro, supongo que me entretendrá unos instantes en lo que espero para intentar y volver a llamar, me sumerjo en la historia, pero es inevitable desviarme de ella por los recuerdos que este día trae a mí, bombardean mi mente y comienzo de forma magnética a pensar en ella.

Aún la puedo recordar, cómo no hacerlo con tanto amor que le tengo y le tenía, pues se llevó una pieza de mi alma, y de mi corazón con ella.

Mi memoria me toma de la mano y me lleva a un día lluvioso, en mi facultad, mi cátedra, aquella donde me formé, con mi uniforme blanco, con una corbata negra, y una bata larga y planchada, utilizaba lentes durante clases, y siempre peinado para presentarme, así era aquellos días entrañables cuando era más joven, con más vida y ganas, pero sin estrategia suficiente, pues esa me la darían los años. Me encontraba caminando, en uno de los edificios de la facultad de Medicina, entre los salones, me dirigía hacia mi siguiente clase, Pediatría.

Mi última lección fue nefrología, en el edificio Este, y debía llegar a tiempo al edificio Oeste para mi próxima clase, sin embargo era toda una travesía cruzar aquella explanada en plena lluvia, pues ésta no se encontraba techada por ningún tipo de material, por lo que el cielo lloraba directamente sobre quien se atreviera a cruzar por sus lamentos a través de esa explanada, y más retador aún con uniforme totalmente blanco, pues sólo mis compañeros y quien haya utilizado el uniforme lo entenderá. Afortunadamente traía conmigo un paraguas y sin temor me aventuré a cruzar.

A la mitad de mi trayecto hacia el edificio, ahí por debajo de la lluvia, una joven acelera su paso trotando, con libros entre sus brazos, ella trae la cabeza agachada como si de esa forma protegiera los libros contra aquel cielo gris y pesado y las gotas que deja caer sobre nosotros, por lo que puedo entender que no tiene visibilidad concreta hacia donde se dirige, así que me detuve un segundo sólo a observarla, pues sabía que pasaría lo inevitable, y de esa forma la joven en su carrera y en su intento de escapar de la lluvia, sin mirar, golpea contra otro estudiante que iba corriendo igualmente para refugiarse. Ahí tendidos en el piso de la explanada los libros de aquella joven se mojaban, ella desesperada y desconsolada por su uniforme mojado y sus utensilios maltratados, además de la pena por aquel accidente, intenta rápidamente reincorporarse. Para ese entonces el otro sujeto contra el cual chocó ya se había levantado un tanto molesto, ni siquiera se detuvo a ayudarla.

Yo era el único ahí, presenciando aquel vergonzoso desastre, no pude evitarlo, corrí hacia ella en esa gran explanada para poderla ayudar, me acerqué y ella levantó la mirada cuando dejó de sentir las gotas caer sobre ella, pues intenté refugiarla con mi paraguas.

Ella sólo volteó hacia mí, y en cuanto lo hizo vi una profunda mirada en su rostro, aquellos ojos marrones y cálidos no se olvidan fácilmente pues detonaban un gran cariño, sinceridad y ternura en primera instancia, sus pestañas largas y rizadas por las cuales su mirada se asoma furtiva dada sobre aquellas bellas persianas, como si al abrirse dejaran entrar el mismo sol, y en este caso me dejaran ver sus hermosos ojos, que a pesar de tener el clásico color marrón en ellos, que usualmente cursan en cada rostro de la facultad, los de ella realzaban su ser, como si a través de ellos diera a conocerse a sí misma antes de siquiera emitir una palabra, tienen un tono profundo que lograba contrastar con su piel y de esa forma resaltar una belleza que lograba detonar el cariño de cualquiera al verla. Aquella mirada enternecedora, con pena y timidez después de lo sucedido, el lamentable accidente. Su cabello, en ese entonces mojado bajo la ensordecedora lluvia que sólo nos cubría a ella y a mí, era de un color negro, intenso, como el de la misma noche al llegar a su punto más climático, tenía cierta brillantez, a pesar de lucir húmedo en ese instante, un negro que parecía tan denso que no dejara pasar ningún otro color, ni siquiera la misma luz, homogéneo desde su raíz hasta donde terminaba reposando, descansando en los suaves hombros de aquella mujer. Sus labios eran rojos o carmín, se asimilaban a la corteza de una manzana o inclusive al color del vino, aquellos labios que por lo tanto parecieran ser embriagantes y que por lo tanto solamente alguien conocedor sabría cómo disfrutar de su existencia y contacto, aquellos labios que al verlos, aún retenían sobre ellos ciertas gotas de lluvia, como si de esa forma envidiara al mismo cielo, pues reposaba en aquellas comisuras tan suaves que se pintaban sobre su rostro, como una bella pintura. Su piel era lo más hermoso de aquella mujer, aún ella intentando levantar sus pertenencias de aquel suelo mojado y lastimoso, pues todo mi análisis sobre su rostro a pesar de ser exhaustivo, realmente fue en cuestión de unos tantos segundos, pues su belleza era simplemente fugaz. Su tez blanca, no sabría si el frío de aquel día influyó en aquel tono de piel tan diáfano, tan blanco, digno de compararla con la tonalidad de una nube, o inclusive hasta la nieve, sin llegar al punto de encontrar la palidez, pues se veía realmente llena de vida, era simplemente caucásica, mientras el intenso color de sus ojos, labios y el cabello que la acariciaba lograban resaltar su bello manto, aquel suave, y delicado, pero también firme e íntegro que la protegen, su piel, lograba despertar la curiosidad en sencillamente tocar su mano aunque fuera, pues la piel es el órgano sensitivo por excelencia, hay médicos que dicen que aquellas enfermedades dermatológicas, a veces se encuentran en relación con personas con alteración en su sentir emocional, conflictivas, o difíciles sentimentalmente, como si de esa manera el cuerpo lograra reflejar sus malestares y pesares del corazón, a través de la piel. Ella destellaba una belleza singular y natural, pero a pesar de eso, aún ella empapada y desconsolada, recogiendo y rescatando sus apuntes y libros, ha sido la mujer más bella que conocí, ahí tirada y yo sin decir nada, pues grababa y memorizaba cada detalle de su rostro. Inmerso en ella me despegué de la realidad solamente por unos instantes, a pesar de sentir que realmente estuve todo un día viéndola y estudiando sus rasgos, hasta que regresé a ese presente, al momento exacto, cuando escuché un furtivo: "Gracias". Ella esbozaba una penosa sonrisa, aún lastimada, aún desconsolada, a lo que inmediatamente vuelvo en mí y en seguida la ayudo a levantarse y levantar sus libros. Olvidé por completo mi clase y le dije que tomara mi paraguas y lo utilizara, a lo que ella se negó de inmediato de forma avergonzada.

Yo insistí, lo dejé en su mano y me fui corriendo bajo la lluvia hacia el edificio, pues mi clase ya comenzaba, sólo puedo recordar de nuevo un "gracias" en voz alta, mientras yo corría, a lo que voltee solamente unos segundos y ahí seguía ella con los libros en un brazo, viéndome partir del sitio del accidente, con el paraguas en su mano y una bella sonrisa dibujada en su rostro, aquella que desde ese momento no he olvidado, ni siquiera hasta el día de hoy.

El teléfono suena, lo que me vuelve a la realidad, obligándome a abandonar mis recuerdos, por lo que me levanto de mi mecedora, dejo el libro que sostenía en mis manos, ya que le perdí el total interés por sumergirme en mis memorias y me dirijo a la sala para poder contestar, pues anhelaba que esa persona me regresara la llamada perdida de hace ya una hora. 

A Través del RecuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora