CAPÍTULO 3

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Por un segundo, aquella palabra evocó en su mente imágenes en las que Elsa no tenía por qué pensar. Esposa. Dedos entrelazados, piernas entrelazadas. Matrimonio, amor. Sexo.
—¿Tu esposa? —repitió—. Pero ¿cómo? ¿Te refieres a que tenemos que fingir?
—¿Acaso pensabas que te lo estaba pidiendo de verdad?
—Quieres decir, ¿mentir? —aclaró Elsa —. ¿Mentir para conseguir ese maldito proyecto?
Él no se inmutó.
—Hablando en plata, supongo que eso es —admitió él con suavidad.
Elsa empezó a entenderlo todo. Por eso le había pedido que lo acompañase tan de repente. De ahí la importancia de la ropa. Por eso le había dicho que lo llamase por su nombre. Todo era parte del engaño. Una mentira.
Apartó la mirada, cerró los ojos.
Era imposible. No estaba bien. No podía fingir ser la esposa de Jack. No le gustaba, ni siquiera lo conocía.
Por un momento, se imaginó lo que aquello requeriría: miradas cómplices, bromas, cuerpos, camas.
Sintió un escalofrío, tentador, traicionero. No podía… no quería…
Volvió a mirarlo y lo vio cómodamente instalado en su asiento, con una expresión de arrogante diversión en la mirada, como si hubiese estado leyéndole el pensamiento.
Tal vez lo hubiese hecho.
Elsa se humedeció los labios.
—Aunque accediese, cosa que no voy a hacer, ¿cómo sabes que funcionaría? Eres famoso, Jack. Si Jan Hassell está interesado en contratarte, se habrá informado acerca de ti. Y con una búsqueda en Internet es suficiente para saber que no tienes esos valores familiares.
—Soy un hombre reformado.
—Tendrías que ser muy buen actor para hacer creer eso —rió Elsa.
—Lo soy —le prometió él con un susurro, acercándose. Le brillaban los ojos.
Elsa apoyó la espalda en su asiento. Estaban demasiado cerca, era demasiado peligroso. En ese momento, se dio cuenta de que Jack sería capaz de llevar a cabo aquella mentira, pero ella, no.
No podía arriesgarse.
¿O tal vez sí?
—No puedo. No está bien. Es inmoral.
—¿Eso piensas? A mí me parece que lo que está mal es lo que hacen los Hassell. Que, si no es inmoral, debe de ser casi ilegal.
—¿A qué te refieres?
—Discriminación. ¿Y si yo fuese homosexual? ¿O viudo? Me estarían discriminando.
—Pero no eres homosexual.
—Por supuesto que no, pero la idea es la misma, ¿no crees?
Ella negó en silencio. No quería que la confundiese. No quería pensar.
—Aun así, sería mentir.
—Sí, pero por un buen motivo.
—No importa…
—Tienes razón —la interrumpió Jack. Seguía relajado, hasta sonreía—. Lo que importa, es el complejo. El diseño. Y yo voy a construir un complejo espectacular, y lo sabes.
Sí, era cierto. Había visto los diseños de su jefe y, a pesar de no ser arquitecto, sabía que su trabajo era excelente.
—Los Hassell deben de tener alguna buena razón para querer un arquitecto casado —insistió.
—Probablemente, pero me da igual.
—¿Cómo piensas engañarlos? Ni siquiera me conoces…
—Te conozco lo suficiente.
—¿Sabes cómo me llamo? —preguntó riendo—. ¿Cómo quieres hacerte pasar por mi querido y reformado esposo si no sabes ni cómo me llamo? ¡Es absurdo!
Jack ladeó la cabeza, la miró un momento, pensativo. Y sonrió.
Normalmente, sus sonrisas eran sardónicas y frías, pero aquélla fue tierna y sensual. Y algo se desplegó en el interior de Elsa e invadió su corazón, y su mente.
Su voluntad.
—No… —susurró sin saber por qué.
Jack se echó hacia delante y le acarició la mejilla con los nudillos, haciéndola temblar.
—Sí —murmuró él lánguidamente.
Elsa lo vio acercarse más, sus labios a sólo unos centímetros de ella, las pestañas caídas, ocultando aquellos crueles ojos.
—Sí —volvió a decirle acariciándole la oreja con los labios.
Ella se estremeció. Luego, sintió que Jack retrocedía y se dio cuenta de que había cerrado los ojos, de que había dejado caer la cabeza hacia atrás.
Era patética. Y él lo sabía.
—Creo que piensas que soy buen actor —comentó divertido—. Lo conseguiremos.
—Tal vez tú seas bueno, pero yo no.
—Tal vez no tengas que actuar.
Elsa se sintió avergonzada, furiosa.
En ese momento se acercó una azafata, Jack le hizo una señal.
—¿Puede traernos más champán? Acabamos de casarnos y estamos celebrándolo.
La azafata asintió y se dio la vuelta.
—No debías haber dicho eso —dijo Elsa. Todavía tenía el corazón golpeándole violentamente las costillas, la adrenalina corriendo por sus venas, debilitándola. Por un momento, Jack la había paralizado. Jack. Un hombre que nunca había tenido una palabra amable para ella, que nunca la había mirado ni pensado en ella.
Se sintió molesta consigo misma.
—Todavía no he accedido, y no pienso hacerlo. Aunque seas capaz de convencer a los Hassell de que estamos casados, de que estás enamorado de mí, no lo haré.
—Sí, lo harás —la contradijo él tan tranquilo.
—¿Qué vas a hacer? ¿Despedirme? No creo que pudieses justificarlo ante un tribunal.
—¿Estás diciendo que me demandarías? —murmuró Jack.
Elsa se ruborizó, no sabía si tendría el aguante necesario para soportar un juicio, ni el tiempo y el dinero que costaría. Tampoco la publicidad, ni la vergüenza.
—¿Y tú estás diciendo que me chantajearías?
—Aquí tiene, señor —dijo la azafata, volviendo con dos copas de champán, sonriendo.
Él le devolvió la sonrisa y Elsa sintió un escalofrío.
Era la primera vez que le afectaba así un hombre. Y eso no le gustaba.
La azafata se marchó y Jack dejó a un lado su copa. La miró pensativo, como si tuviese que terminar un puzzle, o resolver un problema.
—Yo no utilizaría la palabra chantaje.
—Qué más da cómo lo llames…
—¿Acaso es chantaje comprarte ropa? ¿Llevarte a un lujoso hotel en el Caribe, con todos los gastos pagados? —se echó hacia delante—. ¿No crees que la gente, la prensa, pensaría que te has dejado sobornar?
—¿Quieres decir que nadie me creería si dijese que me estás chantajeando?
—Creo que es más probable que pensasen que eras una ex amante dolida. Imagínate lo que diría la prensa, cariño.
—No me llames cariño —protestó Elsa, y apartó la mirada, intentando controlar las náuseas que le habían provocado aquellas palabras.
De repente, lo vio todo de un modo diferente. Se dio cuenta de que Jack parecería tranquilo y confiado, y ella, desesperada e impotente. Nadie la creería. Nadie querría creerla.
—Aunque decir la verdad me perjudicase, también te perjudicaría a ti. Todo el mundo sabría que me habías pedido que mintiera, ya les has dicho a los Hassell que estás casado —entrecerró los ojos y reunió el valor necesario para decirle—: Me parece que tú tienes más que perder que yo.
—¿Eso crees?
—Me da la sensación de que tienes mucho interés en este proyecto. ¿Por qué?
Él se encogió de hombros, pero a Elsa le pareció ver una chispa de algo en sus ojos. ¿Era desolación? ¿Determinación?
—Es importante para mí. Un reto.
Por su mirada, Elsa supo que no le estaba contando toda la verdad. Despertó su curiosidad.
—Aun así, te estás arriesgando mucho sólo por un proyecto. Podrías echar por tierra toda tu carrera. Alguien podría descubrir la verdad… Y aunque este fin de semana saliese bien, siempre habría otras ocasiones. Tendrías que trabajar en este proyecto al menos durante un año. ¿Cómo explicarías que ya no estás casado?
Él se encogió de hombros.
—¿Diciendo que me he divorciado? ¿O separado? O podría decir que estás en casa, esperándome.
—La prensa se enteraría…
—Los Hassell no leen la prensa británica —argumentó Jack —. Y yo soy el único arquitecto británico que irá allí este fin de semana. De hecho, nadie sabe que voy.
—Pero se enterarán cuando te den el proyecto —objetó ella.
Jack se echó hacia delante.
—¿Significa eso que vas a aceptar? —murmuró.
Elsa se puso tensa.
—¿Acaso tengo elección?
—Podrías decirle la verdad a Hassell cuando aterrizásemos.
—¿Y qué pasaría? Nos mandaría de vuelta a casa en el siguiente avión, y le contaría a la prensa lo que has hecho. Arruinarían tu carrera, y la mía. Y husmearían acerca de mi vida… de la vida de… —se calló de repente y apartó la mirada.
—¿De la vida de tu hermana? —terminó Jack.
—¿Qué sabes tú de mi hermana? —le preguntó ella volviendo a mirarlo.
—Que llevas más o menos diez años ocupándote de ella, desde que vuestros padres murieron. ¿Qué edad tiene? ¿Dieciocho años? Tanta publicidad se le subiría a la cabeza muy pronto.
Elsa tragó saliva. Podía arriesgar su carrera, su vida, pero no la de Dani.
Y todo por culpa de Jack.
—¿Cómo sabes tantas cosas? —inquirió con furia.
—Casi todo está en tu currículo.
—¡Mi nombre también!
—Sí, pero esa información no me parece importante.
—Pues debería parecértelo, si quieres fingir que eres mi marido.
Elsa había levantado la voz y Jack la agarró con fuerza por la muñeca y le llevó la mano a la boca en un movimiento casi tierno, a no ser por su mirada.
Era una mirada fría, peligrosa, daba miedo.
—Ten cuidado, Swon —murmuró—. No querrás que se descubra el juego, ¿verdad?
—Claro que quiero —se zafó de él—. Eres un…
—Vaya, vaya… —dijo él sonriendo, pero su mirada seguía siendo fría.
Una azafata pasó por su lado y los miró con curiosidad.
Debió de pensar que era una pelea de enamorados. Una pequeña riña.
—¿Por qué me estás haciendo esto? Es sólo un proyecto. Y te arriesgas a arruinar nuestras vidas.
Elsa bajó la cabeza y se llevó las manos a los ojos, para contener las lágrimas.
Jack estaba en silencio.
—Si lo haces bien este fin de semana —le dijo por fin—, te pagaré el doble de tu sueldo durante el resto del año. Me aseguraré de que nunca se diga nada malo de ti, aunque se descubra todo.
—Es una locura.
—Sí, y una insensatez… pero también es interesante, ¿no crees? —se acercó más a ella, dejando caer las pestañas, acariciándole el pelo y la mejilla con su aliento—. Incluso fascinante tal vez… —murmuró en tono provocador.
Ella lo miró fijamente, sorprendida por su repentina transformación.
—No —contestó por instinto.
—Sería una aventura —continuó Jack —. Para los dos.
Elsa volvió a ver en sus ojos esa chispa que dejaba entrever al hombre que había detrás de aquella careta.
—¿Una aventura? No creo…
Jack arqueó las cejas, sonrió. Tenía los labios bien definidos y suaves… y estaba muy cerca.
—¿No? —preguntó levantando la mano y metiéndola entre su pelo—. Estarías en el Caribe. Con todos los gastos pagados. Vestida de diseñador. Mimada. ¿A qué mujer no le gustaría?
Elsa tragó saliva y deseó decir que a ella no le interesaba.
Pero Jack tenía razón.
Quería correr aquella aventura. Llevaba diez años dedicada a su hermana.
Quería emociones. Y las quería… con Jack.
Jack, el jefe al que casi no conocía, y que no estaba interesado en conocerla. No obstante, en esos momentos la estaba mirando con ojos brillantes, sonreía sensualmente, sus facciones se habían suavizado…
«Para. Para», se dijo.
Era Jack. Y aquello no estaba bien.
Pero la adrenalina, la aventura, eran una adicción. Se sentía viva, más viva que nunca.
—¿Entonces? —insistió Jack—. ¿Cuál es tú respuesta… Elsa?
Sabía su nombre. Lo había sabido desde el principio. Y, aunque fuese una tontería, marcaba una diferencia. Hacía que aquello fuese menos peligroso.
Cerró los ojos, tomó aire, sintió cómo se le llenaban los pulmones, se notó mareada. Mareada, asustada y excitada.
Era la primera vez que le ocurría algo así… y tal vez la última.
Disfruta de la vida.
—Sí —aceptó—. Lo haré.
Vio sonreír a Jack, que se acercó más y le rozó el cuello con los labios.
—No puedo esperar más —murmuró, y apoyó la espalda en su asiento.
Ni siquiera se atrevía a mirarlo. Jack se sonrió, sacudiendo la cabeza al pensar en su ridícula ingenuidad, su increíble inocencia. Se sentía incómoda incluso con un breve beso… Se preguntó si sería virgen.
Tenía veintiocho años, no podía ser. Eso habría sido demasiado patético.
Aunque también podía resultar interesante…
Después de haberla visto con aquel vestido plateado, y más tarde en sujetador y con unos vaqueros desgastados, se había preguntado si podría acostarse con ella. Seducirla. Sería muy fácil, demasiado sencillo. Le había bastado susurrarle un par de palabras al oído, acariciarla un poco y había caído en sus manos. Por norma general, prefería los retos.
Aun así… la seducción podía serle útil. Si se creía enamorada de él podría ser más dócil.
Por otra parte, si se sentía despiadadamente seducida, podía ser peligrosa. Impredecible.
Tendría que tener cuidado.
Miró por la ventana y pensó en el proyecto.
Iba a demostrar a muchas personas que estaban equivocadas.
Elsa le había preguntado por qué le daba tanta importancia a aquel proyecto en particular; ni él mismo se había dado cuenta hasta entonces de que lo era.
Nadie volvería a decirle que no era lo suficiente bueno, que no valía.

AMOR CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora