capitulo 9

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—Quiero que vengas conmigo a una obra en los Highlands. Ahora mismo, así que no te molestes en quitarte el abrigo.
Elsa se giró sorprendida, con las manos todavía en los botones del abrigo.
—¿Qué? ¿Adónde? ¿Y por qué? Nunca me has llevado a una obra —protestó.
—Pues ésta va a ser la primera vez, no me mires con desconfianza.
—Jack, si he aprendido algo, ha sido a desconfiar de ti. Una lección muy valiosa.
—Pues no tienes por qué desconfiar. Vamos a un campo de golf que he diseñado. Hay problemas de presupuesto y necesito que tomes notas en una reunión con los promotores.
—¿Eso es todo? —preguntó Elsa con las manos en las caderas.
—Eso es todo.
Ya estaban en el coche cuando Jack añadió:
—Tenemos que parar en tu casa para que prepares lo necesario para dormir fuera esta noche.
—Se te había olvidado mencionar ese pequeño detalle. ¿Y si tengo planes? Mi hermana...
—Si tienes planes, cancélalos. La obra está lejos y no sé cuánto durará la reunión.
—En realidad no me necesitas para esa reunión, ¿verdad?
—Tal vez no —admitió él.
—Entonces, ¿por qué me llevas? — Elsa sacudió la cabeza, estaba cansada de aquel juego.
—Porque sí —sentenció Jack.
Fueron en silencio el resto del camino hasta casa de Elsa.
—Date prisa —le dijo Jack una vez allí.
—¿Qué voy a necesitar?
—Vaqueros, jerseys, botas. Hace frío y el ambiente es rural —sonrió—. Suena glamuroso, ¿verdad?
—Mucho —contestó ella mientras bajaba del coche. Tardó sólo unos minutos en meterlo todo en una bolsa de viaje, dejarle un mensaje a Anna y cerrar la casa.
Cuando volvió al coche, Jack estaba frunciendo el ceño otra vez.
—¿Vendes tu casa? —preguntó señalando el cartel de «Se vende» que había fuera.
—Sí.
Elsa había decidido marcharse de allí. Aunque le doliese.
—He decidido hacerte caso —añadió con determinación—, y continuar con mi vida. Voy a mudarme a un piso. Tal vez incluso vaya a la universidad.
—Bien, pero espera unos días.
—Pensaba que Hassell iba a llamarte hoy —dijo Elsa.
—Hoy, mañana, cuando sea —comentó él con tanta despreocupación que Elsa sospechó.
—¿Ha habido algún cambio?
—No.
—Entonces, mírame a los ojos.
—Estoy conduciendo —le recordó él en tono divertido.
Un par de días más y todo habría terminado. Sería libre. Libre de Jack.
Condujeron en silencio durante varias horas. Jack parecía preocupado, fruncía el ceño, era como si le molestase su presencia, aunque había sido él quien le había pedido que fuese. Era extraño, pero Elsa no quería entenderlo. Sabía que la respuesta la sacaría de sus casillas y tal vez incluso le hiciese daño.
Primero fueron a ver a los promotores. Elsa escuchó y tomó notas, contenta por poder ser de utilidad. Vio a Jack hablar con pasión de aquella obra. Era evidente que le importaba su trabajo, su visión de las cosas.
Al final, todo el mundo terminó satisfecho. Se dieron la mano, sonriendo, y Jack salió del edificio con paso decidido.
Después de media hora en el coche llegaron a la obra, que todavía estaba en los cimientos. Allí los esperaba el jefe de obra, que le dio la mano a Jack y ambos empezaron a andar. Elsa se quedó inmóvil, sin saber qué hacer, hasta que Jack se volvió y le dijo:
—Puedes venir también. Quiero que lo veas.
Empezó a avanzar por el barro y Jack la agarró del codo para sujetarla. Luego, su mano bajó hasta la de ella y la sujetó con fuerza.
Y ella no quiso que la soltase.
De pronto, se dio cuenta de que estaba volviendo a enamorarse de él. De que iba a volver a sufrir. No obstante, no intentó apartar la mano. Y así pasaron la siguiente hora.
Cuando por fin volvieron al coche, era tarde y el sol se estaba poniendo.
—¿Adónde vamos ahora?
—He reservado mesa en una taberna cerca de aquí para cenar.
—Estupendo —contestó ella. Aunque no entendía qué iban a hacer cenando juntos. No eran amantes, ni siquiera amigos.
— Jack ... —empezó, una vez en el coche—. ¿Por qué me has traído aquí? ¿Qué está pasando?
—Nada —dijo él sin apartar la vista de la carretera.
—No me digas que sólo querías compañía.
—¿Tanto te cuesta creerlo? Ya he disfrutado de tu compañía antes.
Elsa se ruborizó.
—Es cierto, pero no volverá a ocurrir.
—¿Por qué no?
—¡No juegues conmigo! —exclamó—. Ya te he dicho que estoy cansada de que me utilices. ¿No te cansas de utilizar a la gente? De ser tan...
—¿Tan qué?
—Tan cretino. ¿No te importa hacer daño a los demás? —preguntó con toda honestidad.
Jack guardó silencio durante unos segundos antes de admitir:
—A veces.
Sin poder evitarlo, Elsa volvió a preguntarse quién era aquel hombre en realidad. A pesar de saberlo, seguía teniendo esperanza. ¿Esperanza de qué?
Estaba empezando a anochecer cuando llegaron al pueblo. Elsa vio que pasaban por delante de la taberna, pero que no paraban. Miró a Jack sorprendida, recelosa.
—¿ Jack ...?
—Tengo que revisar otra obra.
Elsa esperó y vio que tomaban un camino y se detenían delante de una casa de piedra situada en un bosquecillo de abedules.
—Es una casa —comentó sorprendida—. Y es imposible que la hayas diseñado tú.
—Tienes razón —admitió él mientras salían del coche—. No soy tan viejo.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó Elsa sin pensarlo.
—¿Cuántos crees que tengo?
—Supongo que rondas los cuarenta.
—Tengo treinta y cinco. Y ya sé que tú tienes veintiocho.
—Sí, lo has visto en mi currículo, ya lo sé. ¿Vamos a entrar?
El viento era frío y la noche estaba cayendo muy deprisa, transformándolo todo en oscuridad a su alrededor.
—Sí —se sacó las llaves del bolsillo y entraron.
Jack dio la luz y Elsa entendió por qué era uno de sus proyectos, el interior estaba completamente reformado.
—Voy a encender la calefacción —dijo Jack.
Elsa se paseó por las habitaciones. Estaba claro que era una casa pensada para una familia.
—Ven, voy a enseñarte el piso de arriba —sugirió poco después.
Había cuatro habitaciones, una para un bebé, otras dos decoradas de manera infantil y la habitación principal, en tonos crema. Las ventanas daban a las colinas y había una vieja chimenea con una cesta llena de carbón al lado.
—¿De quién es esta casa? —preguntó—. ¿Y por qué no viven aquí? —la casa estaba decorada, terminada y lista para una familia—. Tu trabajo está hecho.
Jack había estado observándola desde la puerta, pero en ese momento entró en la habitación.
—Esta casa es mía. No la utilizo, y no vengo casi nunca, pero me gusta tenerla. De niño, siempre quise tener una casa así.
—¿Sí? — Elsa se apoyó en el cabecero de la cama—. Supongo que no viviste en una casa así.
—No —admitió él, rió—. No.
Se hizo el silencio. Jack estaba mirando por la ventana, hacia la oscuridad, como si pudiese ver algo.
—No debía haberte traído aquí.
—¿Por qué no?
—No sé por qué lo he hecho —dijo sacudiendo la cabeza, perdido en sus pensamientos.
—¿Por qué no vienes a vivir aquí? Podrías casarte... tener hijos... —sonaba, y parecía, imposible.
Jack rió.
—Oh, Elsa, tú sabes que eso no va a ocurrir nunca. No soy ese tipo de hombre.
—Pero podrías convertirte en ese tipo de hombre.
—No —dijo con rotundidad.
—Sólo porque no tuviste una familia de niño... —empezó Elsa vacilante. Nunca había hablado con él de su pasado, no sabía como se lo tomaría.
—Supongo que te refieres a lo que te contó mi querido Geoffrey. Todo es cierto. Mi madre era heroinómana. Se marchó cuando yo tenía siete años.
—¿Y qué pasó entonces?
—Me metieron en un hogar de acogida. En Cowgate.
—Donde tienes el estudio... ¿Y fuiste feliz allí?
—Feliz... —repitió Jack pensativo—. La casa la llevaba un borracho, y los niños o intimidaban o eran intimidados. Aprendías muy rápido.
Elsa empezó a entender muchas cosas. Sintió dolor y pena por el hombre que tenía delante.
—¿Cuánto tiempo estuviste allí?
—Ocho años. Nadie me quería. Luego me acogió una familia. El padre era carpintero y me enseñó el oficio —continuó sin dejar de mirar por la ventana, perdido en sus pensamientos.
Elsa notó que empezaba a llegar al corazón de las tinieblas de Jack, a su interior.
—Con dieciocho años me aceptaron en una escuela de arquitectura decente. No tenía dinero, pero conseguí una beca. Pero fue mi padre de acogida el que leyó la carta primero, y la rompió. Me dijo que no me habían aceptado. Quería que fuese su aprendiz. Sin cobrar, claro.
—Por eso fuiste a clases nocturnas. Te fuiste abriendo camino.
—Sí. Pero hay gente como Stears que no soporta que uno se haga a sí mismo poco a poco. No me importa tener enemigos. Ya me lo esperaba.
Elsa empezó a entender los fantasmas de su pasado. Y por qué había dedicado todo su corazón a la arquitectura. Porque los edificios no hacían daño. No te utilizaban.
Y Jack había sido utilizado en muchas ocasiones.
—Años después —continuó—, conocí a alguien de la universidad que recordaba mi nombre. Mi solicitud. Y me preguntó por qué no había aceptado la beca.
—¿Te enfrentaste a tu padre de acogida?
—Sí. Y él lo confesó todo. Debí haberlo sospechado porque lo cierto es, Elsa, que todo el mundo utiliza a los demás.
—No todo el mundo es así, Jack.
—Claro que sí. De hecho... —la miró a los ojos—, si te he traído a este viaje ha sido para utilizarte. Para volver a seducirte. Aunque sabía que no iba a ser nada fácil. Iba a decirte que lo sentía. Iba a mostrarme sincero y vulnerable. Hasta iba a decirte... que te quería.
—Pero ya no vas a hacerlo.
Él se encogió de hombros.
—Jan Hassell va a venir a cenar mañana por la noche. Stears le ha contado que no estamos casados y tiene dudas.
—Y tú pensabas que, si me decías que me querías, yo aceptaría seguir fingiendo, ¿verdad?
—¿Habrías aceptado?
—Sí —admitió ella con un susurro, intentando no ponerse a llorar.
—Ya ves, todos utilizamos a los demás.
—¿Y cómo te estoy utilizando yo a ti?
—Piensas que me quieres. Quieres quererme, tal vez para enmendarme, para sentirte mejor.
—¿Pienso que te quiero?
—Si supieras cómo soy en realidad, y a estas alturas ya deberías saberlo, jamás me querrías.
—¿No?
—No. No me querrías. Nadie me querría.
Elsa se dio cuenta de que, si Jack hubiese seguido con su plan, le habría roto el corazón.
—¿Y por qué me lo has contado? Tal vez pierdas el proyecto.
Contuvo la respiración, sabiendo que su corazón deseaba que Jack le contestase que se lo había contado todo porque le importaba, porque la quería.
—No lo sé. Como tampoco sé por qué te he traído a esta casa. Deberíamos haber ido al hotel. Habríamos comido ostras y bebido champán. Y en estos momentos estaría haciéndote el amor.
Elsa se dio cuenta de que, para Jack, aquello era casi como admitir que la necesitaba. Que la quería. Y eso era suficiente para ella.
—Bueno —dijo con voz temblorosa—. Todavía podrías hacerlo. Hazme el amor, Jack. Te deseo.
—Me deseas —repitió muy despacio—. Pero si acabo de decirte...
—Sé lo que me has dicho. Lo he entendido. Y te deseo. Quiero que me hagas el amor.
Él la miró fijamente. Su expresión era sincera, vulnerable... y él ni siquiera lo sabía.
—Está bien —murmuró, dando un paso hacia ella.

AMOR CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora