Capitulo 5

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Elsa permaneció quieta, tensa, enfadada y preocupada. Pensó que no iba a dormirse, pero debió de hacerlo, porque cuando abrió los ojos vio a Jack saliendo del cuarto de baño. Tenía el pelo mojado.
—¿Sabes que roncas? —le preguntó sonriendo con malicia mientras se ponía una camisa blanca.
—No me había dado cuenta de que me había dormido —masculló ella mientras se quitaba un mechón de pelo de los ojos.
—Pues llevas casi tres horas. Tienes que prepararte para la cena —comentó mirando hacia una silla. Le había sacado la ropa, un veraniego vestido de color verde con flores blancas y sin espalda—. Quiero que te pongas esto hoy.
—Soy capaz de vestirme sola, ¿sabes?
Pero él la ignoró, continuó vistiéndose y comentó:
—He hablado con Jan mientras estabas dormida y ha habido un pequeño cambio de planes.
—¿Sí? —preguntó, alarmada. Eso no era bueno.
—Uno de los arquitectos que iba a venir no ha podido hacer el viaje porque uno de sus hijos estaba enfermo. Ya ves adonde llega uno con todos esos valores familiares.
Elsa no se molestó en contestar.
—Así que Jan ha escogido a otro arquitecto para reemplazarlo —continuó Jack —: Geoffrey Stears. Es inglés, y lo conozco.
Si ese hombre lo conocía, si sabía la fama que tenía, se daría cuenta de que no era cierto que estaba casado. Y tal vez se lo dijese a Hassell, y a la prensa.
—¿No lo cambia eso todo? —preguntó Elsa —. Si te conoce...
—¿Te está entrando el miedo, Swon? —se burló él—. Sabía que sería fácil intimidarte cuando te escogí, pero tengo que admitir que empieza a molestarme que te pases todo el día actuando como una virgencita asustada. Ya es demasiado tarde para echarse atrás.
Eso era cierto. No podía hacer nada. Y Jack lo sabía. Estaba completamente bajo su control.
—Disfrútalo —le sugirió—. Pocas secretarias tienen la posibilidad de venir al Caribe con toda suerte de lujos.
Ella supo que quería aquello. La emoción, la incertidumbre. Por muy asustada que estuviese. Aunque no quisiese que pasase nada con él. ¿O sí?
—Sé que no dirás nada —añadió Jack —. No te gusta molestar, ni armar alborotos.
—Pues en estos momentos me están entrando ganas.
—Qué interesante.
Elsa odió sentirse tan poco importante, tan pequeña.
—Tal vez me sienta atraída por ti, Jack —dijo muy despacio. Tenía que decirlo, aunque le quemase la cara y el corazón se le fuese a salir del pecho—. Pero eso es todo. No pretendo obrar en consecuencia.
—¿Quieres convencerme a mí, o a ti misma?
—A ti.
—Pues no lo estás consiguiendo.
De pronto, Elsa sintió que no podía soportar aquella arrogancia, no podía soportar que creyese que la conocía tan bien. Que la controlaba tanto.
—Tal vez Jan tampoco esté convencido todavía. Tal vez pueda contarle cómo me has chantajeado. Podría decirle que estaba tan asustada que no sabía qué hacer...
A Jack le cambió la cara, se puso tenso, palideció.
—Creo que un hombre como él me creería —prosiguió Elsa —, me entendería. Quién sabe, tal vez insistiese en que la prensa no supiese mi nombre, para que sólo salieses perjudicado tú.
—¿Eso crees?
Con un rápido movimiento, Jack le agarró las manos y la echó hacia él hasta que sus cuerpos estuvieron pegados.
Entrelazó los dedos con los de ella. Sus pechos se tocaron. El vientre de Elsa estaba apoyado en sus muslos. Sorprendida y alarmada, sintió que el deseo la invadía.
Era la primera vez que estaba tan cerca de un hombre.
Se obligó a mirarlo a los ojos, brillantes y crueles. Él la miró y sonrió, dejándola helada.
—Me da la sensación, cariño —le susurró muy cerca de los labios—, de que tú saldrías peor parada. Ni pienses que podrías utilizarme —le advirtió en voz baja, baja y peligrosa.
—Pero tú sí puedes utilizarme a mí —señaló ella—. Como utilizas a todo el mundo.
Jack le soltó las manos.
—Exacto —sonrió—. Déjalo pasar, Swon. Disfruta del fin de semana. Será divertido.
—¿Divertido? ¿Cuando me estás chantajeando? Estás enfermo, Jack.
—Recuerda que tú aceptaste.
—No lo habría hecho si hubiese sabido...
—¿El qué? ¿Lo que habría entre nosotros? ¿Lo que te sentirías tentada a hacer?
—No voy a hacer nada —dijo ella bajando la mirada. No podía ni quería mirarlo.
—Bien — Jack le levantó la barbilla y la obligó a mirarlo—. Todo irá bien siempre y cuando no olvides quién manda aquí. ¿Entendido?
Parecía impaciente y molesto. Y ella se sentía vacía, desprovista de toda determinación.
—Entendido.
Jack podía convertir su vida, y la de Anna, en un infierno. Y no podía arriesgarse.
Se dio la vuelta para vestirse. Se quitó el pijama sin importarle que Jack estuviese mirando. De repente, ya no le importaba. Nada importaba.
Él la observó un momento, juró entre dientes y le tiró el vestido a las manos.
—Puedes utilizar el baño —le dijo.
Lo vio darse la vuelta y pasarse una mano por el pelo.
Divertida, Elsa entró en el cuarto de baño. Necesitaba espacio, privacidad, aunque fuese sólo un segundo. Tomó aire, se lavó la cara con agua fría y se obligó a concentrarse.
No permitiría que la intimidase ni la controlase. Sería difícil, pero tenía que ser fuerte.
Tragó saliva, hizo acopio de valor. Podía hacerlo. Tenía que hacerlo.
Una vez vestida, peinada y maquillada, se sintió mejor, dispuesta a enfrentarse al mundo. A él.
—Querías disfrutar de la vida, una aventura. Aquí la tienes —le dijo a su reflejo en el espejo.
Sonrió y salió a la habitación.
—Entonces, ¿crees que el tal Stears puede ser una amenaza? ¿Para nosotros?
Jack la miró un tanto divertido.
—Para mí, nadie es una amenaza.
—¡No seas tan arrogante! Si crees que podemos tener problemas, necesito saberlo.
—No los habrá, siempre y cuando sigas interpretando tu papel.
—Lo haré. No le daré más vueltas.
—Bien.
Si hubiese podido controlarlo un poco, pensó Elsa mientras se ponía un colgante, la única joya que tenía. A Jack se le había olvidado ese detalle, pero no importaba.
Si tuviese algo de poder, se habría sentido menos preocupada. Tal vez hubiese podido disfrutar de aquel maldito fin de semana.
—¿Y cómo le vas a explicar tu matrimonio a Stears? —le preguntó cuando iban a salir de la habitación.
—Le contaré lo mismo que a todo el mundo. Y no te comportes como una idiota. Stears sabe que nunca me casaría con alguien así.
—¿Y con quién te casarías?
—Recuerda —le advirtió—, que a mí no me va lo de formar una familia. Sólo estoy interpretando un papel —la agarró del brazo—. ¿Estás lista, cariño?
Elsa intentó sonreír.
—Sí.
El sol estaba empezando a ponerse y el horizonte estaba coloreado de rosa. Bajo él se extendía el mar. Elsa respiró el aire fresco. Oyó las olas golpeando la costa.
—Qué bonito —murmuró.
—Sí, y el año que viene, quinientas personas podrán disfrutarlo.
Ella volvió la cabeza para mirarlo, vio la dura línea de su mandíbula.
—¿Sólo piensas en tus edificios?
—Sólo.
—Es una obsesión —comentó sacudiendo la cabeza.
Él sonrió.
—Una vocación —se oyeron risas femeninas provenientes del salón—. Vamos, nos están esperando.
Elsa respiró profundamente y se preparó.
El vestido se le pegaba al cuerpo, era sencillo, pero se notaba que era caro. Disfrutó del placer de llevarlo puesto.
Miró a Jack. Llevaba un traje oscuro de seda que le sentaba a la perfección. Estaba moreno y le brillaban los ojos como si fuesen de jade. Estaba impresionante.
Al entrar en el salón, tres parejas se volvieron a mirarlos con expectación.
Jan se levantó y fue a saludarlos.
—¡ Jack, Elizabeth! Venid a conocer al resto de nuestros invitados.
Elsa se recordó que tenían que parecer una pareja, que tenían que parecer enamorados.
—Soy Dan White. He oído hablar de tu trabajo —dijo un hombre de aspecto agradable sonriendo. Le dio la mano a Jack y un beso a ella, y les presentó a su esposa, Wendy, una atractiva morena que estaba embarazada.
Elsa se fijó en su vientre redondo, observó cómo la tomaba Dan por la cintura, y se dio cuenta de lo forzada que debía de resultar su farsa.
—Me alegro de verte, Jack —lo saludó un hombre alto, levantándose con agilidad del sofá. Le dio la mano a Jack y la miró a ella con curiosidad—. Es gracioso, no sabía que te hubieras casado.
—Lo hemos mantenido en secreto —respondió él agarrándola por la cintura—. ¿Verdad, cariño?
—Sí —admitió Elsa riendo—. Supongo que sabes la fama que tiene Jack, así que comprenderás que no quisiéramos que se supiese durante un tiempo.
—Claro —dijo Geoffrey analizándola con la mirada.
Elsa se obligó a sonreírle.
—Ésta es mi esposa, Lara —añadió él señalando a la mujer que estaba a su lado: rubia, felina y elegante. Ella sonrió, pero su mirada no era cálida.
—Me alegro de verte de nuevo, Jack.
Elsa sintió miedo, casi pánico al verla sonreír a su jefe de un modo tan íntimo y seductor. Era evidente que aquellos dos habían tenido algo juntos.
La idea la asustó, una mujer así se daría cuenta del engaño, de que era virgen; y sintió celos.
No podía tener envidia de Lara. Ella no era la mujer de Jack, ni siquiera le gustaba, al fin y al cabo. Pero no pudo evitar el sentimiento.
—¿Quieres algo de beber? —le preguntó Jan, y Elsa le pidió un zumo de naranja.
Jack pidió lo mismo, al parecer, no bebía alcohol.
Durante la siguiente media hora, los hombres charlaron de arquitectura. Hilda hablaba con Wendy acerca de embarazos y bebés y, ella, después de disfrutar de unos momentos de silencio, se vio cara a cara con Lara.
—¿Desde cuándo conoces a Jack? —le preguntó.
—Llevo dos años trabajando para él —contestó Elsa, recordando que debía intentar ceñirse a la verdad lo máximo posible.
—¿Y os enamorasteis? —inquirió con incredulidad Lara.
—Sí — Elsa le dio un trago a su zumo.
—Nunca pensé que Jack fuese de los que se casaban.
—¿Lo conoces bien? —en realidad, no quería saber la respuesta, pero estaba segura de que Lara iba a darle la información de un modo u otro.
—Sí —rió—. Estuvimos juntos hace mucho tiempo, antes de que me casase con Geoffrey.
—Supongo que tuvisteis una aventura —soltó Elsa después de un momento, y se alegró de ver la cara de sorpresa y desconcierto de Lara—. Lo sé todo acerca de las mujeres con las que ha estado. No sus nombres, por supuesto, pero tendría que estar ciega para no saber que Jack tiene mucho éxito con las mujeres —lo miró, estaba charlando con Jan, seguro de sí mismo, relajado. Se le encogió el corazón. ¿Le estaría manipulando a él también? Por supuesto que sí.
Sonrió a Lara con confianza, aunque no la sintiera.
—Supongo que estaba buscando a la mujer adecuada, ¿no? Y ya la ha encontrado —comentó.
—Eso supongo —dijo Lara con frialdad al tiempo que se levantaba.
Elsa bebió más zumo de naranja. Se sentía aturdida, extraña, a pesar de no estar bebiendo alcohol. Pensó en lo que acababa de decir y casi deseó que fuese verdad, que Jack cambiase por ella.
Pero no iba a cambiar. Ni ella quería que cambiase. Lo odiaba. O casi.
No podía evitar preguntarse qué lo había convertido en lo que era. ¿Quién era?
«Será mejor que no lo descubras», se dijo a sí misma. Luego se volvió a sonreírle a Hilda.
Elsa no era como él había esperado. Y eso lo sorprendía y molestaba. No le gustaba la incertidumbre.
Pero tenía que reconocer que era una mujer impredecible. Tan pronto estaba nerviosa, era tímida y fácil de controlar, como se resistía, peleaba y sacaba las uñas.
Había que manejarla con cuidado.
Volvió a escuchar a Jan. Tenía que concentrarse en lo que le estaba contando acerca de la historia de la isla, de su interés por preservarla.
Ya sabía todo ello, se había informado bien antes de ir. Era muy meticuloso.
Aunque no lo había sido con Elsa. No se había dado cuenta de que le perturbaría, no había pensado que la desearía.
Había sido una agradable e inesperada sorpresa. Nunca se había fijado en Elsa Swon como mujer hasta que la había visto con aquel mugriento sujetador, desafiante, vulnerable e increíblemente sexy al mismo tiempo.
La seducción era un arma. Y él la utilizaba bien. No obstante, tendría que escoger con cuidado el momento de atacar. Le parecía que Elsa era capaz de arruinarlo todo si se sentía herida.
Era extraño, de pronto, se había sorprendido a sí mismo recordando lo suave que era su pelo. Se preguntó si su cintura sería tan delgada como parecía, si sus pechos le llenarían las manos y si su piel era suave y desnuda también en las partes del cuerpo que todavía no había visto.
Aquello era deseo, puro y simple. Tenía que tener cuidado.
Oyó una risa y se volvió. Dan estaba hablando con Jan. Era evidente que se entendían. Los White eran una amenaza.
Jack observó cómo Dan apoyaba cariñosamente una mano en el vientre de su esposa, y ella se la acariciaba. Y eso le hizo ver lo artificial que era su relación con Elsa en realidad.
No se tocaban con espontaneidad ni cariño. Todo entre ellos era falso.
Si Hassell no se daba cuenta, Stears lo haría, y se lo contaría a Jan.
—Enhorabuena —murmuró Geoffrey sentándose a su lado—. Es gracioso, lo rápidamente que te has casado.
—Cuando uno está seguro, está seguro —replicó él en tono insulso.
—Exacto. Y yo creo estar seguro.
—Me estoy perdiendo, Stears.
—Me pregunto qué encontraría si buscase tu certificado de matrimonio.
—Me encantaría verte explicar semejante historia detectivesca a Jan. Olvídalo, Stears.
—No pienso quedarme parado viendo cómo un hombre como tú consigue este proyecto —susurró.
Jack se giró para mirarlo con frialdad.
—¿Un hombre como yo?
—No has reparado en medios para llegar a la cima, ¿verdad? Y todavía tienes las cicatrices. Sé que tus diseños impresionan a mucha gente, pero no deberías estar donde estás.
Jack sacudió la cabeza.
—Nos están mirando, Geoffrey. Creo que deberías calmarte.
—Harías cualquier cosa para conseguir un proyecto —continuó Stears en voz baja—. Y yo voy a asegurarme de que éste no te lo den —se levantó con el pretexto de echarle un hielo a su bebida.
Jack lo vio alejarse. Geoffrey no le asustaba; ni siquiera lo incomodaba. Pero era una variable a tener en cuenta.
Miró a Elsa, que charlaba con Hilda. La vio apartarse un mechón de pelo de la cara y sonreír y se le hizo un nudo en el estómago.
Sabía cómo silenciar a Stears y sus propias dudas. Al observar a Dan y Wendy, supo que Elsa y él no podrían fingir que lo suyo era real.
Pero sí podían tener algo real.
O casi.
La seduciría.
Tal vez fuese eso lo que necesitaba para cerrar aquel trato. Tener a Elsa subyugada, en sus brazos. Eso convencería a Hassell.
Sonrió, de pronto, estaba deseando disfrutar de aquella noche.

AMOR CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora