Capitulo 8

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Cuando Elsa se despertó al día siguiente, la luz del sol entraba a través de las contraventanas. Tardó un momento en recordar lo que había pasado la noche anterior y se obligó a no sentirse avergonzada ni enfadada.
Salió de la cama, decidida. No iba a achantarse ni a ruborizarse delante de Jack. No iba a pensar en lo que había hecho, ni en lo que le había dicho, ni en lo que le había hecho sentir.
Esa era la única manera de sobrevivir.
Sólo le quedaba un día. Un día más.
Jack seguía dormido, ocupando más de la mitad de la cama. Lo miró sólo de reojo, sabiendo lo peligroso que era posar la mirada en él durante demasiado tiempo.
Buscó en el armario un vestido de tirantes color cereza. Era informal, pero bonito, y Elsa sabía que resaltaba su figura. Necesitaba sentirse bien, y lo descolgó de la percha como con venganza.
A sus espaldas, oyó a Jack moverse y entró en el cuarto de baño sin volverse a mirar si estaba despierto.
Cuando salió, estaba levantado y medio vestido, abrochándose una camisa verde claro. Elsa tragó saliva y apartó la mirada.
—¿Has terminado con el baño? —le preguntó con frialdad—. Tengo que afeitarme.
—Sí —contestó ella agarrando su bolsa de maquillaje.
No hablaron de camino al comedor, donde iban a desayunar. Wendy y Dan ya estaban allí, con Hilda y Jan.
Jack ya le había dicho que la reunión de aquella mañana con Jan sería la más importante. El momento en que los tres arquitectos harían sus presentaciones. Las mujeres podían quedarse si querían.
Dan fue el primero. Habló de manera afable, pero estaba un poco nervioso y Elsa sintió simpatía, y envidia, por él y por Wendy, que estaba sentada con una mano en el vientre y la mirada llena de amor, orgullo y esperanza.
Después llegó el turno de Jack. Empezó a hablar con voz melodiosa, fluida, llena de pasión. Consiguió que todo el mundo lo siguiese, asintiese y sonriese.
Elsa observó cómo desplegaba su magia por la habitación. Era tan bueno haciéndolo. Era tan bueno utilizando a la gente, haciéndoles creer lo que quería que creyesen. Haciéndoles sentir lo que quería que sintiesen.
«Si no eres tú el que utiliza a los demás, los demás te utilizan a ti».
—Habría habitaciones de hotel sencillas y dobles, búngalos para familias cerca de la playa —dijo señalando en el plano. Como podéis ver, en los búngalos hay todo lo necesario para una familia joven: habitaciones comunicadas entre sí, bañera en el cuarto de baño y una pequeña zona exterior vallada.
—Es evidente que has pensado en todo lo que necesita una familia —rió Jan—. Se nota que este complejo es muy importante para ti... Tal vez incluso vengas con tu propia familia, ¿eh?
Elsa no se dio cuenta de que algo iba mal hasta que notó que la habitación estaba en silencio y que podía palparse el malestar. Miró a Jack y lo vio con la mirada perdida.
Jack sacudió la cabeza, como para despejarse, y bajó la vista a los planos.
Parecía perdido.
—¿ Jack? —lo llamó Jan amablemente.
—Lo siento... ¿Dónde estaba?
Elsa se preguntó qué le había pasado.
—Tal vez sea un buen momento para que empiece yo con mi presentación —sugirió Geoffrey.
—Está bien —accedió Jan. Había una extraña nota de satisfacción en su voz—. Gracias, Cormac, ya hemos visto suficiente.
Elsa se marchó de la habitación sintiéndose aturdida y decidió dar un paseo por los jardines. Necesitaba algo de espacio, aire.
Se adentró entre las flores, se sentó en un banco de hierro y enterró la cara entre las manos.
Unos minutos después oyó pisadas en la gravilla del camino y levantó la vista. Era Hilda.
—Oh, Dios santo —dijo la anfitriona sonriendo compasiva—. Has estado llorando.
—No... —negó ella, pero sabía que todavía tenía las lágrimas en la cara—. Lo siento, ha sido...
Hilda se sentó a su lado y le puso un brazo por encima de los hombros de manera maternal.
—¿Es por Jack? Los primeros meses de matrimonio pueden ser muy difíciles.
—Sí —admitió ella en un susurro—. Es verdad.
—Es un hombre guapo. Y muy carismático. Jan está muy impresionado con él, con su dedicación al trabajo —continuó Hilda—. Cuando Jack nos dijo que estaba casado, nos alegramos mucho. A decir verdad... —bajó la voz—, Jan siempre ha querido que sea él quien diseñe el complejo. Pero para nosotros es importante que la persona que lo haga comparta nuestros valores.
—Claro, cómo no —asintió Elsa.
—Jan conocía la reputación de Jack —añadió Hilda—, como arquitecto, quiero decir. Brillante, pero despiadado, frío.
Elsa volvió a asentir.
—Tenía sus dudas. Incluso se preguntaba si no estaría urdiendo alguna treta. El señor Stears había comentado algo, y vuestra boda había sido tan rápida... Pero ahora que os hemos conocido —sonrió—. Es evidente que te adora.
Elsa no consiguió volver a asentir.
—Se nota por la manera que tiene de mirarte —prosiguió Hilda—. Y hoy, durante la presentación, todos nos hemos dado cuenta de lo mucho que te quiere. Ha perdido el hilo sólo de pensar en tener hijos algún día. Creo que Jan está encantado, aunque los otros arquitectos piensen que ha sido un tropiezo.
—¿De verdad? — Elsa se preguntó si aquel momento también habría sido calculado.
Sabía que era posible. Probable. Jack era un maestro en ese tipo de momentos.
Le entraron ganas de vomitar, pero se obligó a sonreír.
Pensó que no podía más, que quería volver a su vida. Aunque, al mismo tiempo, le daba miedo volver a una vida vacía y solitaria. A una vida sin Jack.
Cuando Hilda se marchó, se escapó a su habitación con la excusa de dormir la siesta.
Se tumbó en la cama y deseó estar en casa, que todo aquello acabase. Se abrazó las piernas, cerró los ojos e intentó dormir, olvidarlo todo, pero no podía.
Se dio cuenta de que estaba acostumbrada a amar. A darlo todo. Y no a que la amasen.
Necesitaba el amor de un hombre. Un amor profundo, arrollador, duradero. Real.
Y había querido que Jack se lo diese.
Que ingenua había sido. Que tonta.
¿Era por qué había sido el único hombre que se había interesado por ella? ¿O por el hombre en sí?
La puerta se abrió y apareció Jack.
—Tienes que levantarte —le dijo—. Hay una cena y baile esta noche en la playa. Una fiesta.
—¿Te han dado el proyecto?
—Eso creo —se quitó la chaqueta y rió satisfecho—. Creo que ha merecido la pena.
—¿Qué ha merecido la pena? —repitió ella. Se sentó y lo miró fijamente, perpleja, empezó a reír.
Jack observó cómo la risa se convertía en llanto.
Ni siquiera sabía por qué lloraba, si por Jack, por sí misma, por el problema de Anna, por los últimos diez años de su vida, durante los cuales había dado tanto que ya ni siquiera sabía quién era... y no se había dado cuenta de ello hasta que Jack se lo había dicho.
Hasta que la había utilizado.
—¿Has terminado? —le preguntó Jack cuando dejó de sollozar.
Elsa lo miró. Se dio cuenta de que se había abierto a aquel hombre más que a nadie en toda su vida. Y a él no le importaba. De hecho, pensaba que era patética.
Tal vez fuese verdad.
—Sí —contestó—. He terminado.
—Bien. Tienes media hora para prepararte —le advirtió antes de entrar en el cuarto de baño.
Elsa se sentía agotada, pero más tranquila.

AMOR CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora