Cuando quisieron anunciar la cena, Elsa tenía ya los nervios de punta. Cualquier pregunta o comentario inocente era suficiente para inquietarla.
Estaba cansada, hambrienta, no se encontraba bien. Quería poder bajar la guardia, relajarse. Pero no podía.
Jack se acercó a ella cuando entraron en el comedor, le puso el brazo alrededor de la cintura, acercándola a él.
—Ya no queda mucho, cariño —murmuró—. Lo estás haciendo bien.
—No me trates con condescendencia —le contestó entre dientes.
Él rió como si le hubiese dicho algo divertido.
—La respuesta correcta es gracias.
Jack fue a sentarse a su sitio y Hilda le indicó el suyo. Compungida, vio que la habían puesto entre Wendy y Geoffrey, y que Jack estaba al lado de Lara. Ambas opciones eran malas, peligrosas.
—Esta playa es preciosa —comentó Jack mientras comían el primer plato—. ¿Es toda la isla igual de afortunada?
Jan sonrió.
—No, la costa norte es muy rocosa. La mejor parte es el sur, donde irá el complejo.
Elsa creyó ver tristeza en sus ojos, y se preguntó cuál sería el verdadero motivo para construirlo.
Miró su plato, en él había una ensalada tibia de espárragos con queso Gouda. Deliciosa. Pero tenía mal cuerpo.
Geoffrey se dio cuenta y le murmuró suavemente al oído.
—¿No te encuentras bien, Elizabeth?
—El desfase horario me ha quitado el apetito.
—Qué pena —hizo una pausa—. Es gracioso, no sabía que Jack se hubiese casado, y eso que el mundo de la arquitectura es bastante pequeño en Gran Bretaña.
—Como ya os hemos dicho, hemos preferido guardarlo en secreto.
—Muy en secreto.
—Sí —se metió un bocado de ensalada en la boca, pero se atragantó. Tosiendo, agarró el vaso de agua, consciente de que Geoffrey la estaba mirando, divertido.
—Qué práctico, que Jack se haya casado sólo unas semanas antes de que se anunciase este proyecto, ¿no?
Ella se encogió de hombros.
—Ha sido una coincidencia. Además, no es oficial que los Hassell quieran un arquitecto casado.
—Todos sabemos la verdad... ¿no?
Elsa no soportó la doble intención de aquellas palabras y volvió a su ensalada.
Geoffrey la miró con malicia.
—¿Estáis muy enamorados?
A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, Elsa sintió que se ruborizaba.
—Por supuesto que sí —replicó.
Pero a juzgar por la mirada de Geoffrey, no debió de sonar muy convincente.
—Geoffrey, deja de acosar a mi mujer —dijo Jack desde el otro lado de la mesa—. Ya sé que es preciosa, pero es mía —alargó la mano y la tocó.
—Vaya, vaya —comentó Jan—. Date por advertido, Geoffrey.
Lara se sonrojó.
El momento pasó, la conversación continuó, y Elsa se quedó mirando a Jack. Se preguntó cuánto estaba actuando.
¿De verdad pensaba que era preciosa? ¿Había algo de real en sus palabras o gestos?
No.
Aunque a veces le daba la sensación de que sí.
Retiraron el entrante y les presentaron el primer plato. Por suerte, Geoffrey estaba hablando con Dan, y Elsa intentó establecer una conversación agradable con Wendy.
No obstante, su mente no paraba de darle vueltas a nuevas e inoportunas posibilidades. Era evidente que Geoffrey sospechaba. No tardaría en darse cuenta de la verdad.
Elsa jugó con el pescado, incapaz de comérselo. De repente, tenía miedo de ser descubierta. Miedo de la vergüenza, de perderlo todo.
—Elizabeth, no has comido nada. ¿Estás bien? —preguntó Mérida con amabilidad.
Todo el mundo miró hacia su plato.
—Lo siento... no tengo apetito —dijo—. Pero tiene una pinta deliciosa —añadió ruborizándose de nuevo.
—Tal vez te apetezca el postre —comentó Mérida sonriendo—. No te preocupes, mañana estarás mejor.
Elsa asintió y sonrió, sabía que no sería así. No se sentiría mejor hasta que no estuviese de vuelta en Edimburgo, en su casa, en su trabajo, en su papel.
Después del pescado llegó el postre y Elsa se obligó a tomar un par de cucharadas. Además, bebió media copa del vino dulce, que se le subió a la cabeza.
Se dio cuenta de que había sido un error.
—Los jardines están preciosos bajo la luz de la luna —dijo Jan después de que hubiesen tomado el café—. ¿Quieren las señoras salir a dar un paseo? Los hombres tenemos que hablar de negocios.
Wendy adujo estar cansada y se marchó a la cama, dejado a Elsa con Lara y Merida.
—Debe de encantarte vivir aquí —dijo Elsa, y Merida sonrió.
—Es mi hogar. Siempre lo ha sido.
—¿Crees que el complejo cambiará mucho la isla?
—Espero que no. A decir verdad, hemos considerado su construcción porque nosotros solos no podemos permitirnos mantener la economía de la isla —Merida suspiró—. Tenemos la esperanza de que un pequeño complejo turístico que respete el entorno ayude a la isla y permita a otras personas disfrutar de esta maravilla... sin cambiar demasiado las cosas.
Elsa pensó que también le proporcionaría a los Hassell algunos ingresos. Estaban haciendo lo necesario para sobrevivir.
¿Acaso no era lo mismo que estaba haciendo ella? ¿Intentar sobrevivir desesperadamente?
—Cuéntame tu boda, Elizabeth —la animó Hilda alegremente—. Jack comentó que os habíais casado muy pronto, que todo había sido muy romántico. ¿Tuvisteis muchos invitados?
—No, no muchos —contestó ella, consciente de que Lara la miraba con curiosidad—. Sólo la familia y unos pocos amigos.
—Qué bien —dijo Merida—. ¿Y queréis tener hijos?
—Claro que sí —mintió—. Con el tiempo, por supuesto.
—Por supuesto. Cada cosa en su debido momento.
—¿Y vosotros, Lara? —preguntó Elsa, desesperada por cambiar de tema—. ¿Cuánto tiempo hace que estáis casados?
—Seis meses —contestó ella en tono aburrido—, pero ya me parece una eternidad —rió.
Hilda pareció sentirse incómoda.
El camino por el que paseaban terminaba en una pequeña plaza con una fuente en el medio. La luna cubría la escena con un manto de plata, iluminando la figura de un hombre en un banco.
Elsa se dio cuenta de que era Jack. Estaba solo.
—Qué lugar tan bonito para una pareja —murmuró Merida—. Lara, ven a ver las orquídeas salvajes —añadió, dejando a Elsa a solas con Jack.
—Qué poca sutileza —rió Elsa.
Jack levantó la vista, le brillaban los ojos en la oscuridad.
—Estamos recién casados, tenemos que pasar algo de tiempo solos —comentó con cinismo.
Ella miró a su alrededor, incómoda, consciente de que tal vez Lara o Geoffrey estuvieran observándolos en la oscuridad, escuchando. Se sentó al lado de Jack en el banco.
—Geoffrey sospecha —le susurró—. Me lo ha dicho durante la cena.
—¿Por eso no has comido nada? Estabas pálida como un fantasma.
—No quiero que nos descubran. Ya sabes lo que hay en juego.
—Sí, pero nada va a arrebatarme este proyecto. Me aseguraré de ello.
—¿Cómo?
—Me ocuparé de Stears —dijo con voz tan fría que Elsa sintió un escalofrío.
—Podrías haberme hablado de Lara —susurró ella después de un momento. Como Jack no se molestó en contestar, se vio obligada a preguntar—: Tuviste una aventura con ella, ¿verdad?
—¿Y?
—¡Que podías habérmelo dicho!
—No me pareció importante.
—¿Qué no te pareció importante? —repitió sin poder evitar alzar la voz—. Te has acostado con ella. Te conoce... de un modo...
—¿De un modo en que a ti también te gustaría conocerme? —terminó él acercándose.
—Lo único que quiero decir es que puede darse cuenta de que yo no he estado contigo.
—Eso podríamos arreglarlo, ya sabes.
Elsa se puso tensa. Tragó saliva.
—Muy gracioso.
—No pretendía serlo.
Lo miró, estaba sonriendo y deseó poder ver su cara mejor. Aun así, no habría podido descifrar sus pensamientos.
—No quieres acostarte conmigo —empezó.
Él rió.
—La verdad es que sí. ¿No te das cuenta de que te deseo?
—No... sólo estás jugando conmigo. Coqueteando.
De pronto, Elsa quiso desesperadamente que fuese verdad. Y que no lo fuese.
—El coqueteo suele llevar a otras cosas —murmuró él lánguidamente.
—Pues no me parece buena idea —protestó Elsa —, teniendo en cuenta...
—A mí me parece muy buena idea.
Elsa decidió cambiar de tema.
—¿Qué tal ha ido la reunión de esta noche?
Jack sonrió, divertido.
—Dan White es un fuerte adversario —admitió encogiéndose de hombros—. Para Hassell lo importante no son los diseños, sino las personas.
—Y tú no quieres que vea quién eres en realidad.
—Por supuesto que no, cariño.
—No...
—Shh —la hizo callar. Su rostro se suavizó de pronto con una sonrisa que hizo que Elsa se sintiese mareada, confundida.
Jack levantó una mano y la metió entre su pelo, tocándole la mejilla y atrayéndola hacia él.
—Shh —repitió, y la besó.
Sus labios eran fuertes, implacables y, al mismo tiempo, tan tiernos que Elsa sintió que perdía la cabeza. Parte de ella sabía que, si Jack estaba haciendo aquello, era porque debía de haber alguien observándolos. No obstante, su cuerpo ardía de deseo.
Los labios de Jack acariciaron los suyos, su mano bajó por la garganta, hasta el pecho.
Elsa dio un grito ahogado contra su boca, sintió que sonreía. Nunca la habían acariciado así y, aunque sabía que no era más que una farsa, no podía evitar reaccionar.
Querer más.
Lo abrazó por el cuello y metió las manos entre su pelo. Se dejó caer hacia delante, apoyándose en su duro pecho.
A pesar del aturdimiento, se recordó que alguien debía de estar observándolos y se puso tensa, sintió vergüenza. Se apartó y miró a su alrededor. No había nadie.
Miró a Elsa, que había vuelto a apoyar la espalda en el banco, sonreía. Elsa todavía podía sentir aquellos labios en los suyos.
—No hay nadie —susurró, encogiéndose de hombros.
—Pensé que venía alguien.
—¿De verdad? —le preguntó ella frunciendo el ceño.
—No.
—No juegues conmigo, Jack.
—Es tan divertido jugar —dijo él levantándose del banco y tendiéndole la mano—. Vamos, Swon, es hora de irse a la cama.
Ella le dio la mano y fueron así hasta su habitación. La cabeza le daba vueltas, debido al beso.
Y a que él la deseaba. A ella.
¿Por qué se sentía tan bien? Jack se acostaba con cientos de mujeres. Ella era sólo una más.
Pero era tan difícil resistirse. Era maravilloso sentirse deseada.
Cuando llegaron a la habitación, ella se quedó al lado de la puerta mientras Jack se quitaba la ropa tan tranquilo. Las contraventanas estaban cerradas y la habitación estaba iluminada sólo con la suave luz de una lámpara.
—¿Vas a alguna parte? —le preguntó Jack arqueando una ceja. Tenía el pecho desnudo y se disponía a desabrocharse el cinturón.
—No... pero tenemos que hablar.
—Está bien. Dispara.
—No pienso dormir contigo, Jack —empezó, ruborizándose, con la barbilla bien alta. Él no contestó—. No puedo hacerlo. No puedo fingir tanto.
Él la recorrió con la mirada. Sonrió.
—No creo que estemos fingiendo tanto.
Elsa se sonrojó todavía más.
—Tienes razón. Hasta este fin de semana, nunca había pensado en ti de esta manera, pero ahora... —se encogió de hombros—, me he dado cuenta de que me atraes. Como bien sabes. Y de que tú también te sientes atraído por mí —añadió, desafiante.
—Es cierto. Ya te lo he dicho antes —se acercó a ella.
Elsa agarró el pomo de la puerta.
—No te acerques más.
Él se detuvo, dio un pequeño paso.
—¿Qué es lo que te asusta, Elsa? ¿Yo? ¿O tú misma?
—Ambos —admitió entre dientes.
—No te haré daño.
—Claro que sí —rió ella.
—Yo creo que te gustaría —dijo Jack sonriendo seductoramente.
Elsa negó con la cabeza.
—No me gustan las relaciones esporádicas. No soy...
—¿De ese tipo de chicas? —terminó él en su lugar—. Pero estoy seguro de que podrías convertirte en una de ellas. ¿Quién sabe qué podría pasar si lo intentases?
—No quiero intentarlo.
—Sí quieres —la contradijo él, riendo.
Elsa cerró los ojos.
—Podrías seducirme, Jack. Sé que podrías. Eres... difícil de resistir —admitió a regañadientes, con la cara colorada como un tomate—. Pero te estoy pidiendo que no lo hagas. Me odiaría a mí misma por la mañana... y te odiaría a ti también. Eso no sería bueno para nuestra farsa.
Él se quedó quieto, sonrió, levantó la mano y le acarició un hombro, bajó hasta sus pechos, y sonrió al verla reaccionar. La miró a los ojos.
—Si cambias de opinión, házmelo saber —le dijo.
—No lo haré.
Él le dio un beso rápido, pero que le quemó el alma. Bajó la mano y Elsa se echó hacia atrás. Agarró el pijama y se escapó al cuarto de baño a cambiarse.
Jack se tumbó en la cama. Parecía relajado, pero estaba inquieto.
Elsa lo deseaba. Y lo sabía. Y él también la deseaba... más de lo que quería admitir.
Aquello había empezado como un reto; y se había convertido en una necesidad.
Si no hubiese sido tan inocente... Tan casta... Aunque no podía ser virgen. Con veintiocho años.
La vio salir del cuarto de baño con su patético pijama y no pudo evitar decir:
—Eh, Swon, ¿eres virgen?
Ella se puso tensa, el color de sus mejillas la delató.
—Aunque no lo fuese, no me acostaría contigo —dijo con voz ahogada y la barbilla alta.
Jack sintió una cierta admiración.
—Creo que podría introducirte a los placeres de la carne —le sugirió—. A los placeres del amor.
Ella lo miró con dureza.
—Pero sin amor, ¿verdad?
—Eso es lo que quieres, ¿no? ¿Vas a esperar hasta el matrimonio?
—Tal vez. O, al menos, hasta que encuentre a un hombre que me quiera y me respete.
Se metió la cama y le dio la espalda.
—Pero todavía me deseas —le susurró él al oído.
—Eso no significa nada.
—Ya lo veremos —dijo besándola en el cuello y sintiendo que se estremecía.
Jack se quedó tumbado en la oscuridad, escuchando el suave sonido de su respiración. Recordando todavía el beso que habían compartido. Dejándose invadir por su olor.
No había deseado tanto a alguien desde hacía mucho tiempo. Tal vez nunca.
Pensó en lo que ella quería... Amor. Respeto. Sonrió con ironía. Suponía que podía dárselo.
Si Elsa se enamoraba de él, Jan no dudaría de que eran una pareja feliz. Y Stears dejaría de hacer insinuaciones.
Sonrió. La deseaba y la haría suya.
Pronto.
Elsa suspiró, a juzgar por su respiración, estaba dormida. Él salió con cuidado de la cama.
Sacó el cuaderno y los lapiceros de su maleta y se sentó en una silla enfrente de la cama, observando la figura que yacía en ella antes de empezar a dibujar.

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AMOR CRUEL
De TodoJefe millonario busca esposa para el fin de semana... El poderoso, rico y guapísimo Jack Frost siempre conseguía todo lo que deseaba y ahora el millonario playboy necesitaba una esposa para asegurarse un importante negocio. Su eficiente secretaria E...