Capítulo 4. [ET]

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Eran las 9 de la noche y a penas estaba camino a su casa. A Rubén no le quitaban la sonrisa de enamorado. Camino a su casa con la llovizna le pegaba ligeramente en el rostro. Repasaba una y otra vez: la plática que tuvo con él, las risas y miradas que se intercambiaban. ¿Cuántas veces soñó con eso?

Su sonrisa fue disminuyendo hasta el punto de quedar como una línea recta, justo enfrente de su casa. ¿Y si le dice a su madre? ¿Y si le dice que no hay problema? Entró a su casa, una chispa de esperanza se reflejó en su mirada. Subió y tocó la puerta de la habitación de sus padres, notando que su "padrastro" no llegaba. Estaba acostada, dormida, por primera vez se veía tranquila, sin preocupaciones a algo o alguien. Se acercó a su madre haciendo el menor ruido posible, se sentó a un lado de ella.

Cerró sus ojos un momento al recordar que había un problema mayor que estar atraído a un chico, los volvió a abrir y bajó la mirada al vientre de su madre. La verdadera pregunta no era "¿Qué será? ¿Niño o niña?" si no "¿Sufrirá lo que yo?" Sus ojos empezaban a arder, se sentía mareado. Se recostó del otro lado de la cama junto con su madre. ¿Desde cuándo no dormía con ella? ¿Cuándo tuvo que cambiar todo eso?  

Se acostó con un gran lío en la cabeza, como siempre.

Estaba en su quinto sueño cuando escuchó el ruido de una camioneta estacionarse cerca de su casa.

Ya llegó —se repetía una y otra vez en su mente, apretó sus labios tan fuertes que parecía que no circulaba la sangre ahí.

Escuchó el sonido de la puerta abrirse y rápidamente cerró los ojos, haciéndose el dormido. Mientras tanto ahí parado estaba, borracho y sollozando el hombre por quien tuvo que cambiar. ¿Porqué estaba sollozando? Fácil, porqué estaba triste de tener una familia así, tenía pena de vivir para ellos, sin saber que ellos no lo harían por él. Pero al parecer, el no estaba avergonzado de su otra mujer porque, sí, tenía otra. Y hay que tener respetos a una mujer que no sabe lo que le espera. Rubén estaba esperando el momento en donde se fuera para siempre. Aunque a su madre le doliera hasta el alma dejarlo, sería lo mejor para todos. Pasó un buen momento hasta que se fue. En realidad, no le importaba en lo absoluto. Después del bien portazo que dio, dejó más en claro que no volvería... O sólo lo hacía para recoger sus pertenencias.

Su madre se despertó, un poco desorientada. Rubén volteó a verla, ninguno de los dos decía algo porque no serviría de nada. En ese momento la abrazó. La abrazo como si el mundo se fuera a acabar, tenía tanto miedo de perderle. Y así quedaron, abrazados uno del otro. Para su mamá, Rubén era todo, después de lo que pasó con su padre en Navidad y con el hombre que se llego a topar, no había alguien más adorado que su hijo. Aunque ya tenía que tener un espacio más para su pequeño hijo que, aunque no quisiera era creación del tipo con el se casó pero esa criatura no tenía la culpa de nada.

Los dos estaban cansados de todo, en ese momento no tenía nada de que preocuparse, sólo se quedaron dormidos, como cuando a Rubén tenia pesadillas y se iba corriendo a la habitación de su madre.

Solo que antes, él tenía miedo de los monstruos pero ahora, vivía con uno.

De nuevo sus ojos empezaron a sentirse pesados, hasta cerrarlos y volver a dormir. Mañana le esperaba un día más de escuela. Era la primera vez que lo decía y aunque se lo negara...

¡Le estaba gustando ir a la escuela!

Por otro lado, Mangel estaba recostado en su cama.

— ¿Mangel? —una temerosa voz lo interrumpió— ¿Estás despierto?

—Sí, sí, pasa —dijo sentándose en su cama—. ¿Pasa algo?

Habitación 163. (Rubelangel) EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora