Capítulo 8. [ET]

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Las contracciones no la dejaban moverse de ninguna manera. Estaba tirada, ahí, en el piso de su habitación. Se quejaba con dureza y refunfuñaba cualquier tipo de maldiciones pero a pesar de querer ser dura consigo misma, no dejaba de ver ese dibujo de Rubéna los 3 años. Quería volver al pasado y saber que la vida no había dado ese cambio tan repentino. Quería volver a pasar tiempo con su hijo, verlo feliz, tan simpático, tan social... Aunque, ahora ve como cambió, tan sobre-protector, tan duro en algunas situaciones, llegaba a desesperarse con facilidad como también llegaba a ser muy comprensivo, cariñoso. Solo quería saber... qué hizo.

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La desesperación era increíble. Corría lo más rápido posible para llegar a su casa. Como si supieras que estaba pasando algo y cuando te lo confirman es imposible de creer. Había sido muy descortés por parte de ella haber abandonado así la casa de Mangel. Pero en ese momento solo quería que alguien le tirara de un puente.  


Mangel estaba preocupado por Rubén. ¿Por qué se había ido así? En cuanto le llamaron, se levantó de la mesa yéndose al pasillo, pero ya no regresó. Le llamó un par de veces esperando su respuesta. Lo cual no consiguió. Estaba muy preocupado. Seguía mordiéndose la uña de uno de sus dedos pensando en algo coherente para que su amigo su hubiera ido. Cuando subió a su habitación Ana le siguió, lo había visto tan nervioso, tan preocupado.

— ¿Ya le has llamado? — preguntó mientras se sentaba junto con él, pasando uno de sus brazos por sus hombros.

— Sí, pero no contesta... — Mateo se acurrucó más en su abrazo, sintiendo sus ojos nublarse, como antes. Aunque no fuera por la misma razón— ¿Y si paso algo?

— Cariño, no debes pensar así... — Ana lo consoló.

— ¡Mierda!

Corrió hasta el patio de su casa, buscando esa puerta por donde nadie, desde hacía años, pasaba. Estaba abierta de eso estaba seguro, la última vez que la utilizó fue para salir de una pelea de sus padres. Cuando entró, vio completamente todo ordenado, como lo había visto ese día en la mañana. Subió rápidamente, justamente como la última vez que su mamá lloró. Ahí la encontró, tirada, apretando su estómago como si dependiera de eso.

— ¡Mamá! — Rubéngritó escandalosamente. Se acercó al cuerpo de su madre, ésta lo vio con la poca ternura que tenía. 

Temblando, tomó su teléfono y marcó a una ambulancia. Les indicó que llegaran rápido. Dejo la llamada en línea, por si escuchaba alguna indicación y se volvió a acercar a su madre que a pesar de estar casi desangrándose por un lado. Trataba de tranquilizar a su hijo, quería hacerle saber que ella estaría bien, fueran los médicos o no. Rubénlloró, no lo resistió, no lo soportaría, terminando esa pesadilla, haría algo.

Convencería a su madre de separarse, lo iba a hacer.

—Rubén... — su mamá se levantó, como pudo. Con una mano y acarició la mejilla de su hijo. Esto era de película, una terrible película. Se escuchó el sonido de la sirenas afuera de su casa, y como tocaban la puerta con efusividad. Los dos seguían llorando.

Ella no se iba a mover de ahí hasta que su mamá habló.

—Nunca pensé que te lo diría... Hubo veces que... Y-yo me intenté suicidar...

Y entraron.

Se llevaron a su madre al hospital. Se quedó ahí sentado sobre sus piernas en el piso.

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— ¿Qué estás diciendo, Mangel? — preguntó Ana, dudando.

— Solo creo que... Ah, no sé...

— ¿T-tú lo quieres?

— Bueno, pues si lo pones así... Quizás...

Fue en ese momento que Ana se dio cuenta cuando lo amaba, cuando aprecio le tenía a Mateo. No respondió de una manera en particular, sólo se juró algo. Le tomó con sus dos manos el rostro. Todavía tenía preocupación en sus ojos y mucho descontrol en su interior. A ella se le empañaron sus pequeños ojos y sonrió.

— Eres todo para mí, Mangel — murmuró—. No habrá nada ni nadie que me haga cambiar de parecer. Pero necesito que me prometas algo, que me lo jures. ¿Si?

Él no comprendía que era lo que le tenía que decir. Estaba contento de que a pesar de no ser su madre biológica Ana respetara y lo quiere.

El lío en su cabeza se empezó a formar mientras iba pensando más la situación. Sus sentimientos lo estaban engañando. ¿Qué pasaba?

— Sí — respondió torpemente al ver como los ojos de Ana se iban llenando de esa ternura que tanto le gustaba.

— Tienes que seguir a tus sentimientos, aunque te confundas y pierdas la cabeza. ¿Está bien? Tienes que hacerle caso a tu corazón por que es el que te mantiene vivo. No tomes decisiones estando enojado, porque, nosotros enojados, no sabemos lo que decimos cariño. Yo no quiero apresurarte a algo que sólo tú sabes.

— Eh que no sé qué pensar... Estoy muy confundido...

— Es normal, siempre vamos a dudar de nuestros gustos.

— Ana... ¿Qué pensará él de mí?

— Averígualo.

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No sabía que había pasado. Estaba sentado sintiendo que todo su mundo se venía abajo. ¿Que estaba pasando? ¿Eso era normal?

— No, no lo es... — respiró con fuerza, esta vez no quería llorar. No lo iba a hacer.

El sonido de su teléfono lo sacó de su trance en el que estaba pasando. Metió su mano a la bolsa izquierda y tomó su móvil, lo sacó y vio el nombre, justamente el que quería leer. Sonrió y respiró una vez más para contestar con tranquilidad.

— ¿Hola? ¿Mangel? Siento haberte dejado así como así, es que... Mi madre tuvo una grave complicación...

No contestaba, sólo se escuchaba su respiración casi entrecortada.

— ¿Pasó algo, Mangel?

—Rubén creo que... Me gustas... 


Habitación 163. (Rubelangel) EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora