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Terminan sentados en una de las mesas del parque, bebiendo té caliente. Poco a poco, Manuel va hilando la idea de quien es ese sujeto, por como habla sobre los viejos tiempos y por la mirada de intranquilidad que tiene Miguel en el rostro. Se remueve un poco en su sitio, tratando de mantener la calma.

Sorbe de su taza de té caliente mientras los observa.

-Que extraño encontrarte viviendo en Santiago. Con lo poco que te gustaba el frío.

Miguel mece la cabeza de lado a lado, mira a Manuel de reojo.

-Bueno.... No es tan malo.

Es una respuesta un tanto seca. No como uno responde a un conocido, a un amigo de años, a alguien que no se ha visto en mucho tiempo.

El tipo ladea la cabeza, visiblemente extrañado por la poca emoción en la voz de Miguel. Es recién en este momento que parece notar la presencia de Manuel a su lado. Nota lo cerca que están, lo familiares que ambos se sienten. No necesita preguntar para saber que están unidos.

-Ah,- dice, tornado su atención hacia Manuel, sonriendo casi forzadamente. El aire se tensa aún más e incluso Miguel puede sentir que nada bueno viene. -Están unidos. Vaya, eso si que es una sorpresa.

Miguel frunce el ceño ligeramente, notando como la sorpresa en la voz de aquel conocido empieza a morir, y es lentamente reemplazada con algo más.

-No se a que te refieres.- Pero si lo sabe. Sabe que es solo otra de las cojudeces, otra de las razones por las que al final se apartó. -Llevamos casados tres años.

El sujeto deja salir una risita y agita la mano como restándole importancia al asunto.

-Es que no esperaba una noticia así. Digo, después de todo lo que paso...

Debe saber que a Miguel le disgustara que lo mencione, que siquiera se atreva a aludir a esa parte del pasado. Pero lo hace de todos modos, quizás porque es tal y cual Miguel siempre lo describe cuando hablan de eso: un pendejo. Miguel traga saliva, y su expresión se endurece. Manuel se aclara la garganta de nuevo, levantando una ceja con incredulidad.

-¿Pero porqué dices eso?

Es un reto. Manuel sabe a que se refiere. Solo quiere ver si se atreve a decirlo en frente de Miguel, en frente de él. El extraño regresa su mirada a él, observándolo con detenimiento como si pensara que es solo un niño insistente. Manuel puede sentir su piel erizarse cuando una ola de molestia lo recorre.

-Ah, pero supongo que si sabes, ¿verdad?- Empieza el otro alfa. Miguel tuerce la boca, alterna su mirada entre los dos. -¿La historia del desierto? Tienes que saber de eso, ¿o no?

A Miguel se le escapa un sonido muy similar a un gruñido. Algo raro viniendo de él, algo que indica que esta listo para hacer que el sujeto se largue de inmediato. Manuel, en cambio, no le quita la mirada de encima al otro alfa.

-Claro que sé sobre eso.

El tipo ladea la cabeza, bufa. Su sonrisa es fría.

-Por supuesto. Es un poco difícil mantenerlo en secreto.

-Ya no se habla tanto de eso. La gente olvida las cosas eventualmente.

Ríe. Manuel se tensa, Miguel esta atento. Ambos desprenden agresividad e impasividad. La gente los mira de reojo desde las otras mesas y cuando pasan cerca.

-No, no en Lima. Todos nos conocemos de tiempo, pero no nos molestamos en pasar las buenas nuevas de otras personas.... Por eso mucha gente piensa que Miguel sigue siendo mi omega.

-Habrá que corregirlos entonces.

-Oh, por supuesto. Es bueno contar las cosas como son.

-Exacto.

Manuel entrecierra los ojos. Una brisa de aire fuerte mueve las ramas de los arboles, y el olor de dos alfas a punto de empezar una pelea es arrastrado con las pequeñas hojas que caen de los arboles.

-No tienen hijos ¿verdad? Eso es raro.

Bebe de su taza, sus ojos pasan a clavarse sobre Miguel por un segundo, y casi puede sentir la tensión vibrar alrededor de ellos. Los nudillos de Manuel están blancos.

-Debe ser porque Miguel sigue siendo tan incontrolable como siempre. O quizás es porque—

-Ese no es tu asunto.

Responde Manuel, siseando de vuelta. La mano de Miguel le sujeta un brazo. El extraño suelta un gruñido y se remueve en su sitio, como si estuviera listo para saltarle encima en cualquier momento. Sin embargo, su atención termina sobre Miguel, que le gruñe también y arruga la nariz con disgusto.

-Manuel tiene razón. No es tu asunto ¿No tienes a nadie más que molestar?

Y el tipo lo mira como si acabara de crecerle otra cabeza. O como si hubiese perdido la suya. Ninguno de los tres se mueve por un largo minuto, hasta que los murmullos de la gente que pasa caminando cerca se hacen notorios. Entonces, el tipo bufa, les lanza una mirada de asco a los dos, se levanta, y se marcha por fin.

Vacíos TemporalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora