Capítulo XVII: Catastróficos

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Laura

Estoy sacando mis cuentas mientras reviso mis ahorros en el banco. Calculo el dinero que necesito para mis cosas básicas. Comida, productos de aseo etc. La universidad es cubierta por mi beca, la cual va excelentemente bien con mis buenas notas. Cada vez me emociona más el hecho de que lograre tener una cerrera. Valiéndome por mi misma.

Es lo más emocionante y satisfactorio.

He sufrido. He tenido conflictos de todo tipo. El trabajar desde tan joven y crecer tomando responsabilidades que no iban con mi edad. Pero nada de eso me afligió, o me convirtió en una chica infeliz y reprimida. Sigo siendo la niña feliz, para nada conforme. Y aprendí que si quiero la luna puedo bajármela yo misma.

Quizás por eso nunca me aferre a ningún chico. Nunca me he enamorado o apegado mucho a alguien. Quizás por eso me asusta todo lo que está pasando con Franco. Porque está ocupando mucho tiempo en mis pensamientos, y joder si no asusta como la mierda la forma en que mi estómago se siente cuando lo veo sonreír. No quiero depender. Pero no quiero no respirar y sonreír por él, para él. Es fácil de querer. Y yo fácil de complacer.

—Fiore, llevo esperándote media hora ¿Qué está mal? —Hablo apenas se descuelga la llamada.

Ha pasado una semana desde aquella sorpresiva mañana en mi trabajo. Cuando conocí a Alex, la mini copia de Franco. Su hijo. Desde ese día no lo he vuelto a ver, y Franco puntualmente me busca luego del trabajo para ir a comer o hacer cualquier cosa.

Intuyo que también trata de protegerme de Ricardo. Quién ha estado bastante insistente en verme. Hablar y dar explicaciones de aquella noche en el callejón. Pero fui clara con él. Ya había hecho mis propios juicios. Y no me sentía lista para hablar de eso.

Días después estuve detrás de Fiorella para vernos. Quería detalles sobre su sobrino. Pero mi amiga decidió irse a un retiro espiritual, recién había llegado esa mañana por lo que le exigí vernos y accedió. Pero me comenzaba a considerar plantada luego de media hora de esperar a que viniera por mí.

—Yo... de hecho estoy afuera. Puedes bajar.

Frunzo mis cejas y me asomo por mi ventana. Efectivamente se ve en la entrada del edificio su pequeño y reluciente Ford negro. Cuelgo la llamada para tomar mi bolso y bajar.

En el pasillo me encuentro con mi madre. Sus ojos están rojos como si estuviera llorando. Lo cual es... atípico en ella. Pero considerando que tuvo doble turno quizás es falta de sueño.

—Voy a salir, no me esperen para cenar.

—Últimamente ni cenas aquí, así que ya que —Responde seca. Lo que es normal. Pero hay algo en su tono, algo en la forma en que baja la mirada y camina a su habitación que me hace sospechar.

Debería tener una charla con ella. Pero en ese momento me preocupaba más por Fiorella. Su tono de voz no era el mismo por llamada, incluso su uso de emojis por los mensajes de textos. Y sé que es estúpido, pero créanme una persona puede mostrar su humor por su uso de emojis.

Llego hasta su auto y me monto con una gran sonrisa en mi rostro. Estoy tan jodidamente feliz de verla. Pero toda mi felicidad se esfuma en cuanto la veo.

—¡Lo sé! Me veo del asco, tu cara lo dijo todo... y no sabes todo el rato que llevo aquí reuniendo valor para esto... —Habla tan rápido que me pierdo.

Esta alterada. Llorosa. Y totalmente desarreglada. Algo poco usual en mi alegre y optimista amiga. Que ahora luce delgada. Sus ojos hundidos rodeados de una sombra negra. Sus pómulos puntiagudos. Lleva un muy ancho suéter negro y su cabello recogido en un moño desaliñado. Cierro mi boca y me acomodo en mi asiento, cerrando la puerta aprovecho para tomar aire y tragar el nudo de mi garganta.

Un Perfecto DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora