Una primera cita fallida con final feliz. Cap. #15

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Paco y Beth en multimedia.
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—Creo que no va a entrar... Evans...—le dice su secretario, ya estaban sudando, ambos... la situación parecía... complicada.

—Tiene que entrar, yo sé que va a entrar... sólo... hay que ponerle más ganas... necesitamos que entre...—responde su jefe, poniendo mas fuerza.

—Está... demasiado estrecho...—gime Marcello.

—Sólo... tienes que... poner esfuerzo Marcello, vamos, al mismo tiempo que yo subo... una vez dentro ya la hicimos.

—Creo que se va a romper... no me va a aguantar, esta muy pequeño...—advirtió el más grande.

—No importa... rómpelo...—respondió casi jadeando.—una... dos... ¡TRES!—gritó y ambos hicieron sus partes.

Ese sonido que tanto odiaba Marcello se hizo presente.

—Creo que se rompió.—habló el menor, riendo por lo bajo, mientras seguía jugando con su iPad.

—Te lo dije...—agrega el italiano, sonrojado.—lo pagaré, no importa.

—No tienes nada que pagar Marcello, es sólo una bermuda,—ríe Evans.—no seas dramático.—le palmea la espalda.

—Bueno, supongo que mi ropa no se va a secar ahorita mismo tampoco y tu ropa jamás me vendrá...—ríe.—no creo que me pueda quedar a ver la película Evans...

—Ohhh señor oso, y hoy planeamos ver "Tierra de Osos" por usted.—se quejó el pequeño rubio a lo que Marcello sonríe y voltea a ver a su jefe.

—¿Qué? Es su película favorita.—ríe el castaño mientras se encoge de hombros.—Pero está bien, tienes razón; no creo que te sientas cómodo de esta forma, te prestaré un par de toallas para taparte la cintura y el torso para llevarte a tu casa.—informa Evans, buscando lo que dijo en uno de los roperos, sacándolas y entregándoselas al más fornido.—Vamos a alistar tus cosas Chris, te dejaré con la señora Peterson en lo que llevo al señor Marcello a su casa.

—¡Sí! ¡Le dire a Brady que veamos la película!—responde contento el menor para salir del cuarto junto a su padre.

(...)

Después de unos minutos más Evans había dejado al pequeño rubio con los Peterson, ahora iba rumbo al departamento del italiano a dejar al mismo, quién iba en el asiento del copiloto con una toalla en los hombros que con trabajo le cubría el pecho y otra en la cintura, aún tenía puesto el short que le había prestado su jefe, pero para ser sinceros no lo cubría muy bien; por lo que la toalla le hacía un favor tapando lo demás.

—Vaya día ¿no?—inquiere Marcello.

—¡Uff! ¡De los mejores que he tenido en mucho tiempo!—responde el castaño con una sonrisa de oreja a oreja, se veía claramente feliz; y eso al osito le causaba una calidez en el pecho.—Y la mayor parte te la debo a ti... Marcello... de verdad qué haces más alegres mis días.—eso fue como un flechazo de cupido directo al corazón, de verdad que el italiano no podía sentirse más atraído a su jefe.

—Lo mismo digo, Evans... usted es tan especial... me hace tan y a la vez tan mal...—dice, dejando en duda total a su jefe, quien ya se estacionaba frente al departamento de su secretario.

—¿Cómo mal?—inquiere con genuina duda.

—Sí... digo, perdone por lo que sigue pero mire.—respondió quitándose la toalla de la cadera, dejando ver una potente erección–que sólo la tapaba la tela del bóxer–asomarse en la apertura del cierre de la bermuda, que estaba totalmente abierto ya que nunca le cerró.—Me pone muy mal... y ya no sé qué hacer con ello.

Un oso para papá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora