Ya no deseo salvarme, ni ser fuerte. Ya no deseo
odiarte, ni que vuelvas a cogerme de la mano. No
deseo gritarte lo que te odio y lo que te quise, ni
cuantísimo me has roto. Ya no te deseo, ni a ti,
ni a mi, ni a la vida misma. Ya no deseo
recapacitar y darme cuenta de que solo se vive una
vez, porque cada día es una vida nueva, semejante
a la anterior. No deseo salvarme. Ni hundirme. Ni
quedarme sin tu voz y el tacto de tu piel. Tampoco
te deseo. No deseo que me hables, ni que me mires,
pero vamos, mírame. Ya no deseo escuchar mi
voz rota, ni que tú la escuches. Ni que vengas a
suplicarme la paz, porque tú empezaste la guerra
entre nosotros, y conmigo misma. Ya no deseo
que me rompas un poco más con un "te echo de
menos, más de lo que imaginas", ni deseo no
verte en cada amanecer. No deseo despertarme
y darme cuenta que la vida es un compás, en el
que ninguno conseguimos marcar bien el ritmo,
que aleatoriamente se convierte en uno de 2/2,
y a continuación de 3/4. Ya no deseo despertar
en primavera y asombrar los colores que se
encuentran en esta naturaleza tan contaminada.
No deseo respirar, ni que mi corazón siga latiendo,
porque no hay causa aparente para que siga
con vida, para que me destroce cada vez que
lata, porque ni él me quiere ni yo lo deseo.
Y odio sin fin a esa maldita consecuencia,
a la consecuencia de que si sigue latiendo,
seguiré en vida, pero sin ella.
Ya no deseo despertar y observarme en el
espejo mientras me doy cuenda de que mi mirada
está más rota que ayer, y que mañana será mucho
peor. Ya no deseo mirar mi piel blanquecina, ni
mis labios rosados.
Ni si quiera deseo despertar y verte a mi lado,
o por las calles de esta ciudad, ya no deseo nada.
No pongo empeño a nada, ni nada me llena,
ni deseo que algo lo haga si no eres tú, pero
no deseo que lo hagas.
Vete, vete por siempre, y vuelve, que lo deseo.
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Cartas
Puisidejemos de negar lo evidente; te quiero, ahora, mañana y, quien sabe, igual siempre.