Catarsis [Diosito/Pastor]

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Pastor es, por las razones que se encuentra en el penal, un tipo serio con pocas ganas de verse involucrado en boludeces. Es por esto que cada vez tolera menos los jugueteos que Diosito tiene con él.

Sabe que el tipo no es peligroso, o bueno, no sería capaz de trascender en algo más que no fueran esos besos repentinos o los toques que le daba siempre que pasaba a su lado. Sin embargo, lejos de sentirse incómodo ante sus actitudes, se encuentra frustrado. Diosito es un caradura, pero aun así se niega rotundamente a verse como algo más que heterosexual. El pibe se crió así después de todo.

Pero, nuevamente, Pastor no tiene tiempo para dilemas ni boludeces.

Es por eso que cuando Diosito interrumpió su actividad por tercera vez ese día, y comenzó nuevamente con el jueguito de sonrisas y toqueteos, Pastor lo frenó.

—¿Qué te pasa? —preguntó con el mentón elevado y la voz brusca. Tenía a Diosito en frente, sonriéndole de esa manera que podía ser infantil o intimidante, y no había nadie en el lavadero que pudiera ser testigo de su conversación.

—¿A mí? Nada, nada me pasa —contestó Diosito, su tono despreocupado. Estaba acostumbrado al temperamento de Pastor. Siempre cortante, siempre distante, mostrando los dientes ante la más mínima provocación. A veces se animaba a joderlo con eso, o con lo sano que parecía ser. Estaba intrigado, todo sobre Pastor le daba curiosidad.

—No, conmigo. ¿Qué te pasa conmigo? 

Pastor no se anduvo con rodeos esta vez, un objetivo claro en su mente. La sonrisa en el rostro de Diosito disminuyó, y se apoyó en el lavarropas cuando Pastor se acercó a él de un solo paso. 

—Nada, amigo. ¿Qué me va a pasar?

—¿Estás seguro? ¿Y esto?

Diosito sostuvo la respiración cuando en un movimiento, Pastor lo acorraló y apretó con una mano la semierección oculta en sus pantalones cortos.

—¡Ah, no!

La brusquedad de sus movimientos hizo que fuera doloroso al principio, pero la situación enrojeció las mejillas de Diosito. Pastor no pasó por alto ese detalle, imposible de obviar teniéndolo a tan sólo unos cuantos centímetros de su rostro.

—¿No? ¿No qué? ¿No es nada?

Contra todo pronóstico, había diversión en su voz. Diosito había agachado la mirada tan pronto como su excitación fue descubierta, aparentemente cohibido, pero su cuerpo no dejaba de estremecerse, inclinándose hacia él en necesidad de más. Pastor buscó el contacto visual, el enfrentamiento, la confesión en los ojos del otro.

—Uh, Pastor...—suspiró el pibe, ahogado, confundido por sus ganas de alejarse colisionando con su deseo de continuar.

—Aaah, mirá cómo te pones. Mmhm...

Pastor le metió la mano en los pantalones y acarició su piel, su tacto seco hizo jadear a Diosito. Entonces Pastor tuvo piedad y usó su saliva para lubricarlo, escupiendo sin titubear en la apertura de su bóxer para luego retomar su acción.

Diosito miró a Pastor a los ojos momentáneamente, y esa oscuridad que siempre tenían lo calentó un poquito más. Después, miró sus cuerpos juntos y la mano de Pastor metida en sus pantalones, y pensó ya fue. 

La puta madre... —gimió.

—Sí, sí. ¿Que no te pasa nada? Mira cómo te pongo. Mira todo lo que pasa acá —presumió Pastor, lamiendo los labios de Diosito mientras empezaba un vaivén con su puño. Diosito gimió en voz baja y acompañó el ritmo con sus caderas—. ¿Esto es lo que querés, trolo de mierda?

La reacción fue instantánea y violenta con el insulto. Había pronunciado la palabra maldita.

—¡¿Qué me decís trolo la concha de tu madre?! —gritó el pibe, como despertando de una pesadilla. 

Hizo el inútil intento de empujar a Pastor, pero el hombre fue más rápido y apretó su agarre alrededor de su pene, sosteniendo su mandíbula con su mano libre para mirarlo fijamente.

—¿No lo sos? ¿Eh? Puto de closet, mira lo duro que estás —masculló, dándole una cachetada que resonó en la habitación. Diosito no se había sentido tan avergonzado y caliente en toda su vida—. Mirá cómo se te para la pija por mí.

Reuniendo el orgullo que le quedaba, Diosito le sostuvo la mirada y respondió:

—¿Y vos qué? ¿Me decís a mí que yo soy puto? Vos que me estás agarrando la chota. ¿Y esto? —levantó la rodilla y contorneó la erección de Pastor—. Uy, ¿Qué es esto? —preguntó con ese tonito suyo de falsa inocencia, una sonrisa de momentánea victoria cruzando sus labios.

Pastor lo sostuvo con más fuerza y juntó sus cuerpos por completo, sus narices tocándose.

—No te hagas el vivo conmigo que te tengo agarrado de los huevos —gruñó, volviendo a estimularlo—. ¿No me dijiste que te tenía a mis pies? ¿Eh, Dios? —usando sus palabras en su contra, Pastor sacó su propio pene y volviendo a escupir sobre su mano comenzó a deslizarlos juntos. Suspiró de placer, sin dejar de mirar el rostro de Diosito contraerse por el contacto directo.

—Ahhh... —gimió en respuesta con la boca abierta, jadeando por aire, moviéndose para perseguir la sensación de sus penes friccionándose.

—Sí, ah —imitó Pastor el largo suspiro que había soltado, con una sonrisa de coté casi permanente. 

Guiado por el placer, Diosito se aferró con fuerza a su torso, las manos apretando en puños su musculosa blanca.

—Sh, sh. No toques, no me toques —cortó, apartando sus manos y gruñéndole sobre la boca. Diosito corrió el rostro y le permitió morder la piel expuesta de su cuello. Recibió un gemido gutural como respuesta, y el rubio teñido dejó sus manos quietas a sus costados, sosteniéndose del borde del lavarropas—. Las manos quietas donde pueda verlas.

El inicio de una sonrisa se dejó ver en los labios de Diosito.

—Bien de rati esa-

—Cerrá el culo que no tenés derecho a hablar, puto de mierda —acentuó sus palabras con un severo tirón de pelo—. Mirá cómo me estás mojando todo, Diosito. ¿Te gusta así? ¿Te gusta que te diga que sos un tragasable del orto? ¿Qué? ¿Querés que te dé la vuelta y te coja de parado? ¿Eh? ¿¡Eh!?

—No... ¡Pará, pará! Pastor...

Diosito a duras penas podía sostenerse, el ritmo que mantenía Pastor era constante y bruto. No iba a durar, no cuando había estado deseando la piel del nuevo recluso desde que cruzaron palabra por primera vez.

Pastor se aseguró, en los segundos que perseguía el orgasmo, de dejar el cuello de Diosito lo más marcado posible.

—Ahhh...

La liberación llegó muy pronto para los dos hombres. Se escuchaban en el lavadero sus respiraciones agitadas y alguna que otra máquina funcionando. Pastor, en un último acto de vulgaridad, limpió su semen en la remera de Diosito, dejándolo manchado con la venida de ambos.

—Para que lo tengas de recuerdo, Diosito —le dio una última cachetada, y se fue subiéndose los pantalones.

Diosito lo miró irse, aún sin moverse.

—Hijo de puta —susurró, el deseo mezclándose con la humillación en su voz.

ROSARIOS DE COLORES | EL MARGINALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora