Primera vez [Moco/Diosito]

1.5K 61 26
                                    

Diosito escupió un garzo de color verde sobre la pared frente a él. Siguió con la mirada el deslizamiento de la saliva por la pintura resquebrajada hacia abajo, hasta que tocó el suelo húmedo y se mezcló en el agua sucia del angosto pasillo de los baños.

—¿Seguís ahí? —preguntó una voz aguda y tiritante desde atrás de la pared, apagada por el sonido constante del chorro de agua de la ducha golpeando las baldosas.

—Sí, ¿todo bien?

Se enderezó y estuvo a punto de husmear en el cubículo. El destello repentino de una imagen lo detuvo. Un adolescente arrodillado con los dedos estirando la piel pálida de su rostro invadió su mente, con las piernas temblando y los pantalones mojados, aullando de terror. Diosito sacudió la cabeza, y volvió a su lugar con otro garzo atravesado en la garganta.

—Todo bien. Ya salgo —contestó Moco, su voz apenas audible sobre el salpicar del agua.

Diosito asintió aunque no pudiera verlo y esperó. Esperó escupiendo otra vez, mirando con desagrado las manchas de sangre en sus zapatillas, y rascando nerviosamente el rojo oscuro oxidado en sus uñas.

Moco apareció a su lado con las puntas del pelo goteando agua fría, encogido de hombros y con la cabeza gacha. Diosito lo miró en silencio, y le sacó la toalla mojada de la mano.

—¿Ya está' limpito, pibe?

Moco siguió sin mirarlo, entrelazando sus dedos sobre su vientre. La ropa era demasiado grande para él, pero al menos no tenía ni sangre ni orina como las prendas que había arrojado al agua como si, bueno, como si tuvieran sangre de un muerto y orina.

—No puedo creer que te measte encima del miedo.

—Me impresioné, nada más... —murmuró. Diosito parpadeó, incrédulo—. No te tenía así de hijo de puta.

Diosito resopló, y dio un paso adelante para comenzar a secarle el pelo. Recordó a la Gladys haciendo lo mismo con él las veces que volvía casa hecho un desastre después de haber jugado al fútbol toda la tarde bajo la lluvia, o las veces que se teñía el pelo en casa y ella era la única que le daba pelota.

—¿Hijo de puta, yo? Un poco má' y te limpio la colita y me tratá' así —masculló. No sabía por qué la acusación en la voz de Moco le hacía sentir un malestar en la panza, atroz e insoportable.

—¿Lo mataron? —preguntó Moco después, debajo de la toalla que Diosito estaba restregando contra la humedad de su cabeza con demasiada brusquedad, muy diferente a los movimientos cuidadosos de Gladys.

—¿Y qué te jode tanto? Era un chorro, un traidor.

—Vos también sos un chorro...

Diosito tiró la toalla al piso.

—Bueno, Moco, ¿qué carajo te pasa ahora? Es así, wachin, las cosas son así. La próxima no mates a nadie y no vas a tener que ver nada de lo que viste hoy.

No tuvo tiempo de darse cuenta del paso amenazante que dio y lo cruel que había sonado su voz antes de que Moco se tapara los ojos con los puños y rompiera en llanto, ahí parado frente a él, con los pies descalzos y mojados y el pelo hecho un desastre de mechones parados y revueltos. Diosito chasqueó la lengua. Sonidos ridículamente lastimeros salían de la boca del pibe, y la culpa, viscosa y verde como los garzos que había escupido, se pegó a su pecho ante la catarata de lágrimas que cayeron por las mejillas ajenas.

—Uh, loco —soltó, como si Moco se estuviera comportando como el desubicado hincha pelotas que era siempre, pero se acercó para envolverlo en sus brazos, rodeando su cuerpo frío y tembloroso. Moco empuñó ambos lados de su musculosa y enterró la cabeza en su pecho, llorando por largos minutos, y después llorando un poco más.

—Me va' a llena' de moco' —murmuró Diosito cuando se había quedado sin caricias para darle al pibe sobre la cabeza o la espalda. Sus manos comúnmente precisas se volvieron torpes e indecisas. 

—Tengo miedo, Dios —dijo Moco, muy chiquito y acurrucado contra su torso. Hasta parecía cómodo desde allí.

—Ya está, pibe —respondió Diosito, agarrándolo de los hombros para mirarlo a los ojos—. Ya ta', vamo'. Listo, ya ta'. 

Al verlo directamente, un desastre de mocos y ojos rojos, limpió el resto de sus lágrimas con los pulgares y se inclinó un poco a su altura. —No te va a pasar nada a vos, loco. Para eso paga tu viejo, tranqui. —Le dio una cachetada amistosa que reemplazó rápidamente con una caricia. —Aparte estás conmigo, ¿eh? Tenés un Dios aparte, para vos solito —sonrió.

Moco aún parecía como si tuviera otra media hora de llanto para sacar, pero la vergüenza tomó su expresión y asintió. Debía haber recapacitado de lo poco fructuoso que era moquear como un bebé frente a alguien que menos de dos horas antes torturó a un recluso hasta la muerte.

—En las películas no da tanto miedo...

Diosito volvió a parpadear repetidamente.

—¿Eh?

—Las... torturas, los asesinatos. En las películas hasta puede ser gracioso.

—Un psicópata so' vo'. ¿Cómo va a se' gracioso?

Rodeó un brazo por los hombros retraídos de Moco después de calzarse y caminaron juntos hasta el pabellón. Esa noche en su cama, Diosito no logró dormir hasta que susurró una súplica por perdón con los ojos aguados y fijos en el techo, dirigida a cualquiera que a esas alturas estuviera dispuesto a otorgárselo. Quería creer que aún podía recibirlo. 

ROSARIOS DE COLORES | EL MARGINALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora