En esta realidad alterna, Pastor Peña es un recluso como cualquier otro, no tiene otra identidad.
(1)
Era un día de verano, de sol radiante en un cielo despejado. En el patio se llenaba la pileta pinchada y se baldeaba el piso, todos caminaban en cuero y aguantaban como podían el calor sofocante. Desde los pabellones se podían escuchar los chapoteos del agua, y desde donde estaba Mario, el ventilador viejo haciendo ruidos molestos, opacando las carcajadas de los pibes.
Mario estaba sentado, y una mesa lo separaba de Pastor, que lo miraba con un rostro imperturbable.
Ninguno decía nada, y eso ponía de los pelos a Borges. El hombre que tenía en frente, tan misterioso e hijo de puta como él solo, se mantenía en silencio y no declinaba del contacto visual. Siquiera había mostrado reacción al ser llamado por él, con suerte había saludado al entrar.
El de bigote juntó sus manos sobre la mesa y se inclinó un poco hacia ella para hablar.
—Diosito ya me contó todo —empezó, mordiendo su mejilla interna cuando tocó el tema en cuestión.
Pastor no se movió ni un centímetro de su lugar.
—¡Sí, Mario, me lo estoy cogiendo! —había gritado su hermano cuando lo había vuelto a molestar con la íntima relación que tenía con el nuevo recluso. Mario había carcajeado y Colombia le había arrojado una media sucia en la cabeza, pero Diosito se mantuvo firme y dijo después—: Somos una pareja, yo y Pastor.
Mario, en lugar de volver a reír, había abierto grande los ojos.
—El burro por delante —había comentado Colombia, todavía jodiendo. Sin embargo, Diosito lo había mirado fijo y se había cruzado de brazos.
Cuando Mario había entendido que hablaba en serio, se tuvo que sentar.
—¿Y? —preguntó Pastor al cabo de otros segundos de tenso silencio, trayéndolo al presente. Parecía desinteresado de la charla.
Mario tenía demasiadas ganas de agarrarlo de la cabeza y estrellarle la cara contra la mesa.
—¿Vos te me estás haciendo el canchero? Fijate con quién estás hablando —amenazó entre dientes, apretando las manos en puños sobre la mesa.
Pastor tenía un rostro serio pero su postura se sentía más burlona que cualquier sonrisa de oreja a oreja.
—¿Me vas a hacer el papel de la suegra hincha pelotas, Borges? —preguntó con retintín.
Ah, pero te voy a matar-
—Escuchame una cosa, maricón. No sé qué mierda pretendes vos con Diosito pero te advierto que no va a funcionar —Mario estaba perdiendo los estribos, y como toda respuesta, Pastor se cruzó de brazos y se recostó un poco más en el respaldo de su silla. Borges agradecía profundamente que estuvieran a solas para que nadie pudiera presenciar la manera en la que este puto lo sobraba con la mirada—. Todo este jueguito de los novios no me lo creo ni en pedo. Va a ser mejor para vos que me digas qué querés antes de que lo descubra yo.
Por primera vez, Pastor cambió su expresión, y le enseñó una sonrisa diminuta.
—A tu hermano quiero —respondió sagaz, ladeando la cabeza ligeramente, dejando ver un chupón en su cuello.
Mario apretó la mandíbula. La noche anterior, cuando Diosito había declarado estar de novio con Pastor, había hecho el mismo gesto desvergonzado. Viniendo de este tipo desconocido, Borges no tenía razones para contener las ganas de matarlo.