—¿Qué libros leía? ¿Alcanzaste a ver alguno? —preguntó Gonzalo Manquian, quien estaba sentado en la silla del escritorio de Emilia. Lo dijo con la inocencia que tenemos a veces los que estamos muy obsesionados con algo, en su caso (y en el mío; ¿para qué negarlo?), con los libros. No tardó en darse cuenta de que a su interlocutora le parecía una pregunta de lo más estúpida.
—¿Qué importa eso, Gonzalo?
—Importa... más de lo que tú crees. —El joven levantó las manos para que estas apoyaran su exposición y con eso Emilia supo que aquello se venía largo—. A partir de lo que la gente lea te puedes hacer un perfil que, en este caso, puede ayudarte a conocer mejor al tal Marín.
—¿Perfil? ¿Como que los vanidosos leen El retrato de Dorian Gray, los pervertidos a Sade y los asesinos Crimen y Castigo?
—No tan básico como eso, no. —Gonzalo se acomodó en la silla—. Es algo más sutil. Por ejemplo, en la biblioteca voy haciendo un perfil de las personas que van seguido, como el chico que se ha leído todo lo que escribió Tolst...
—Gonzalo, al grano.
—Muy bien, muy bien... ¿Qué libros viste en el lugar?
Emilia, sentada en su cama con los brazos cruzados contra el pecho, lo pensó un poco. Debería haber estado durmiendo, me dijo, porque al día siguiente tendría una ajetreada mañana con lo del funeral de su tío, sobre todo pensando en un posible enfrentamiento con Luisa. Pero no podía dormir, obviamente; ¿quién hubiera podido? Así que estaba cansada, confundida por las revelaciones del día, ansiosa y de mal humor, lo que no es una buena combinación en nadie, pero mucho menos en la Emilia que conozco.
—No recuerdo, Gonzalo. Me fijé en que tenía muchos libros, pero no me puse a leer los títulos.
—¿De verdad no recuerdas nada? Ni siquiera un autor o...
Emilia se esforzó un poco más en hacer memoria.
—¿Shakespeare?
Gonzalo alzó la cabeza, tan interesado que los ojos le brillaban de la emoción.
—¿Shakespeare? Eso da muchas posibilidades...
—¿Algo que me pueda ayudar?
—No se me ocurre nada de momento.
Emilia por poco se puso de pie para golpearlo como hacía a veces cuando eran niños y Gonzalo ponía bichos en su comida con fines supuestamente científicos. Pero no lo hizo; se conformó con tirarle el almohadón que tuvo más a mano y que su amigo no pudo esquivar del todo. El joven, a modo de rendición, levantó ambas manos a la altura de su cabeza.
—Muy bien, muy bien... lo siento. Además, no es Marín lo que más te preocupa, ¿cierto? Es Luisa... Como siempre.
Ambos se miraron: él con cierta aprehensión, como si una parte de sí se arrepintiera de haber sacado el tema; ella con el ceño fruncido, aunque no de enfado, sino de agotamiento. Gonzalo suspiró en su puesto y se golpeó un par de veces en las rodillas con las palmas de las manos, gesto que al parecer era común en él cuando no sabía qué hacer a continuación.
—¿Te acuerdas cuando éramos más chicos y ella venía?
—Me acuerdo. Demasiado bien.
—Nunca me dejaban jugar con ustedes —dijo Gonzalo, esquivando el tono ácido de su amiga y evitando poner una expresión que trasluciera otra cosa que remembranza—. Ella no me dejaba jugar... Tú intentabas que me incluyera, pero nunca pudiste. Después dejaste de intentar...
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Figueroa & Asociado (Trilogía de la APA I)
ParanormalUna mujer sube las escaleras del edificio abandonado de calle Independencia con la mirada fija en el último piso, donde sabe que se encuentra la oficina de Figueroa & Asociado, la más extraña agencia de detectives privados de Santiago. Ellos tienen...