CAPÍTULO DIEZ: BALANCE

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La niña estaba confundida y asustada. Su silueta se removía inquieta contra la pared, como si se apoyara en esta, queriendo volver al lugar del que había venido. Pero Arsenio Marín sostenía su rastro, que Emilia podía ver sin problemas saliendo del centro del pecho de la fantasma, plateado y brillante. Al ver la expresión de terror absoluto en el rostro de la niña, la Médium tuvo el impulso de arrebatarle el rastro de las manos al Conjurador, pero ni podía hacerlo, ni serviría de nada. No podían darse el lujo de perder esa oportunidad, aunque le doliera por lo que estaba pasando la pequeña.

Pasados unos segundos, se hizo evidente que aunque ellos podían verla, ella no podía verlos a ellos.

—Una Imitadora —dije en un susurro.

—O peor, un fantasma traído desde el Más Allá. Traspuesto (24), como solía decir mi abuelo. Si las cosas salen bien, el fantasma llega a este plano como un Imitador: débil, pero fácil de controlar. Aunque claro, hay que tener más cuidado con lo que se dice y con lo que no. Por fortuna, Marín sabía lo que hacía.

Porque él, claro, también notó, quizás antes que sus compañeros, la confusión y la ceguera de la niña. Con la mano aún cerrada en un puño alrededor del rastro, se levantó de la silla y se acercó con cuidado a la Desencarnada. Ya a su lado, se agachó, lo que siempre parecía suavizar su malformación. Entonces, Emilia lo escuchó hablar.

—Angélica... pequeña... —Como si lo oyera desde muy lejos, la niña se tensó, al tiempo que su gesto se suavizaba a causa de la concentración—. Estoy aquí. Nadie te hará daño...

Guiada por el sonido de la voz de Marín, la niña buscó con sus ojos algo que no fuera la espesa bruma que la rodeaba. Pronto vio al hombre agachado frente a ella y su rostro mostró la más completa sorpresa al hacerlo. Quiso retroceder de nuevo, pero Arsenio alzó la mano que tenía libre con un gesto que buscaba transmitir calma.

—Tranquila, estoy aquí... Mira... —Estiró la mano de tal manera que Angélica solo tenía que extender la suya, pequeña y regordeta, para tocar la de Marín. Emilia contuvo el aliento durante los segundos que tardó la niña en aceptar el gesto. Con los ojos abiertos de par en par, la joven vio que las manos del Médium y la de la fantasma se tocaban sin problemas—. Yo te voy a cuidar.

—Mamá... —murmuró Angélica y su voz fue como el sonido del aleteo de pájaros en la distancia. En ese punto, sus rasgos lucían desdibujados, cubiertos por una especie de velo tan intangible como ella. Se estaba, por decirlo de algún modo, desvaneciendo—. Mi mamá...

Su ya frágil voz se quebró por un llanto que entumeció los miembros de Emilia. Inmóvil como estaba, no era capaz de girarse para mirar a Felicia y a Alonso, también por temor a encontrar un reflejo demasiado fiel de lo que ella sentía en los rostros de estos. Larraín, por su parte, de pie detrás de la silla ahora vacía, tenía los hombros caídos y se balanceaba levemente en el puesto.

Marín, concentrado por completo en la niña, volvió a hablar con ese tono suave y paternal.

—Angélica, tu mamá ya va a venir...

—No... no...

El rastro en la mano de Marín perdió brillo, consistencia. Emilia, al ver el cambio, dejó escapar un suspiro de sorpresa que por primera vez desde que aquello había comenzado hizo que ambos detectives a su lado la miraran. Ellos no podían ver lo que estaba sucediendo, pero no pasó mucho tiempo hasta que la actitud del propio Arsenio los puso sobre aviso.

—Larraín, acérquese... —Este, al escuchar las palabras del Conjurador, solo dio un respingo en el puesto, pero no se movió—. ¡Larraín, rápido!

En esa ocasión, el Vinculante avanzó un par de pasos, los suficientes para dejarlo a un brazo de distancia de Marín. Al ver lo tenso que estaba, sin embargo, cualquiera hubiera pensado que el camino había sido más largo y duro, casi insoportable. Al principio, su cercanía no supuso ninguna diferencia. El rastro en la mano de Arsenio seguía siendo débil, como si estuviera a punto de desvanecerse, y la niña fuera poco más que un dibujo hecho a la rápida contra la pared. Pasados unos segundos, sin embargo, Angélica comenzó a adquirir consistencia. Sus colores se volvieron más reales, su rostro se definió, su pelo oscuro dejó de ser una mancha alrededor de su pequeña cabeza. Así mismo, el rastro que partía de su pecho se tornó sólido en la mano del Médium que la había conjurado.

Figueroa & Asociado (Trilogía de la APA I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora