Iba por la mitad del capítulo nueve la mañana en que Esteban me despertó para decirme que algo le pasaba a Emilia. Eso, sin embargo, lo entendí pasados unos segundos. Al principio solo lo miré aturdido, saliendo a regañadientes del sopor resultante de unas pocas horas de sueño.
Dejé de escribir tras lo ocurrido. No puedo decir a ciencia cierta durante cuánto tiempo, porque cada día era para mí tan largo como una semana, una semana tan larga como un mes. Y un mes era una eternidad. Lo que sí tengo claro es que volví a este libro porque la extrañaba (aunque debería decirlo en presente: "la extraño") y no toleraba más su ausencia y su silencio. Retomar su relato era volver a charlar con ella y a veces, mientras escribía, le preguntaba cosas a la silla que ella había ocupado mientras me contaba su historia. Solo Mulder fue testigo de esos diálogos que en realidad eran monólogos, un recordar en voz alta.
Encerrarme a escribir también me permitía no ver tan seguido a mis compañeros, dejarles a solas con sus propios duelos. A veces me acompañaba Esteban, silencioso como siempre. Otras era Rebeca, con su libreta de dibujo, mirándome cuando yo estaba concentrado en esto, creyendo que no me daba cuenta de que a quien dibujaba era a mí. Pero lo normal era que estuviera solo, con Emilia hablando en mi cabeza, repitiendo los eventos una y otra vez hasta que estos encontraban su forma definitiva y pasaban a la página.
No sé si a ella le hubiese gustado que agregara su muerte a los eventos que compartió con Felicia Figueroa y Alonso Catalán. Probablemente no. Pero yo no puedo concebir otro final para este libro. Necesito que sea este el cierre, para que así el siguiente capítulo de lo que Emilia nos legó encuentre más fácilmente el camino.
Así que volveré al relato de esa mañana en que Esteban, con un paquete sellado en las manos, subió a mi ático e insistió hasta lograr despertarme.
—Te lo he dicho mil veces: Emilia no abre la puerta. Golpeé y golpeé, pero no hay caso.
—Quizás salió —dije mientras me vestía con lo primero que encontraba a mano. A pesar de que llevo viviendo en esta casa varios años, aún no me acostumbro a caminar por ahí con pijama.
—¿Tan temprano? Son apenas las nueve de la mañana...
Iba a preguntar qué era lo que hacía él tan temprano en pie, para recordar de inmediato que apenas dormía y que solía vagar por la casa a las horas más imprevistas. Volví a fijarme en el paquete que llevaba en la mano.
—¿Qué es eso?
—Correo. Para Emilia. Por eso fui a su pieza a despertarla. Pensé que era importante.
Me abroché los pantalones y me puse un suéter antes de indicarle que bajáramos. Él lo hizo primero y yo le seguí. Aparte de nuestros pasos ningún sonido perturbaba la calma de la casa de Almonacid. Luisa debía estar en su habitación, la que dejaría por primera vez en demasiado tiempo en menos de una hora. El resto, los miembros de la APA que no vivían allí, estarían en sus casas o en camino a Almahue #8. Esteban y yo éramos los únicos presentes y despiertos, y por eso seríamos los que encontraríamos su cuerpo.
Pero antes debía enfrentarme a la esperanza de que la mujer no hubiera querido abrir. Así que golpeé, aún sabiendo que Esteban había hecho lo mismo hacía muy poco.
—¡Emilia! —exclamé cuando los segundos pasaron y nadie abría. Golpeé de nuevo con la palma abierta, dos, tres, cinco veces. Y solo me respondió el silencio—. ¡Abra, Emilia!
Esteban me miró con una mezcla de alarma e irritación.
—Te dije que no...
Antes de pensar del todo en lo que hacía, di un par de pasos hacia atrás y corrí hacia la puerta dispuesto a empujarla con todo mi peso. Podría decir que eso fue suficiente, pero estaría mintiendo. Hicieron falta tres intentos para que la puerta por fin se abriera y el interior del dormitorio de Emilia apareciera ante nosotros. Y en el umbral, a pesar de haber sentido una inmensa curiosidad por ese rincón de la casa desde mi llegada, no miré ninguno de los rincones donde se apilaban libros y recuerdos de décadas pasadas. No me fijé en nada excepto en la cama.
Allí estaba ella, tal como se había puesto a dormir horas antes. Su rostro lucía blanco e inmóvil, y su cuerpo era un bulto bajo las mantas. Emilia Berríos ya no respiraba y la ausencia de su aliento se extendió por el resto de la casa en un suspiro.
No recuerdo haber llorado. Tal vez lo hice de esa manera que llora a veces la gente en los sueños; sin lágrimas, solo con un dolor en el pecho. Tampoco me moví; mi curiosidad no se atrevió a comprobar que era cierto lo que veía, a tomarle el pulso, a ver si su piel estaba tan fría como el resto de la habitación. Fue Esteban quien se acercó, rodeando la cama hasta alcanzar la cabecera. Vi su mano extendiéndose hasta tocar el cabello blanco de Emilia, separando algunas hebras para luego dejarlas caer. Vi su garganta tragar con dificultad antes de girarse hacia mí.
—Tiene que estar aquí —dije, antes de que él abriera la boca—. Tú puedes verla. ¿Dónde está?
Esteban no comprendió al principio. Cuando lo hizo, su rostro mostró pena y horror a partes iguales.
—No, Cristóbal.
—Tiene que estar —dije de nuevo y cuando recuerdo mis palabras me sorprendo de lo seguras y firmes que sonaron—. Si no, la podemos traer. Ella puede...
Esteban desvió la vista y al hacerlo me hizo despegar la mía del rostro de Emilia. A sus pies, sobre la cama, Esteban había dejado el paquete aún sin abrir. Me acerqué lo justo y necesario para tomarlo. Era más pesado de lo que creía y eso me sorprendió al principio. Lo abrí tras unos segundos de duda, como si importara ahora. Como si aún hubiera un destinatario para él.
Bajo el papel de embalaje había una caja y dentro de esta un objeto que no era otra cosa que un mensaje del pasado. Recuerdo que miré el rostro de Emilia y la odié por primera y única vez desde que la conocía. Fue ese sentimiento y no el dolor lo que me hizo llorar por fin. ¿Por qué?, quise preguntarle. ¿Por qué nos dejaba solos ahora que la historia había decidido continuar?
En el exterior, dos figuras golpearon la puerta de Almahue #8.
GRACIAS POR LEER :)
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Figueroa & Asociado (Trilogía de la APA I)
ParanormalUna mujer sube las escaleras del edificio abandonado de calle Independencia con la mirada fija en el último piso, donde sabe que se encuentra la oficina de Figueroa & Asociado, la más extraña agencia de detectives privados de Santiago. Ellos tienen...