CAPÍTULO CATORCE: REVELACIÓN

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Emilia nunca se había topado con un Espectro durante el curso de sus investigaciones hasta esa noche. Sabía de su existencia gracias a los relatos sobre ellos que había escrito Ulises Almonacid. En sus memorias había muchos y variados, porque él parecía tener una especie de imán para atraer a ese tipo de fantasmas, algo que tiene una explicación muy simple: el hombre era un Vinculante; o, en otras palabras, un banquete para un Intruso hambriento con aspiraciones a convertirse en algo peor.

La madre de Angélica Soto fue el primero en la vida de Emilia, pero no el último. En total fueron tres a los que tuvo que enfrentarse, y en el último tuvo la ayuda de todos los miembros actuales de la APA. Con el segundo tuvo solo un Médium de apoyo, un Vinculante de nombre Víctor Lassner. En una ocasión le pregunté cómo habían logrado deshacerse de dicho Espectro. Ella me miró y negó con la cabeza: "no lo derrotamos", me dijo, "solo lo pusimos a dormir". Se alejó antes de que le hiciera más preguntas.

A lo largo de su labor como Médium e investigadora paranormal, Emilia supo de muchos casos que involucraban Espectros, y todos eran historias horribles, de esas que salen en libros, si no de terror, al menos sí de misterio y suspenso. Son, sin duda, lo más peligroso de la fauna fantasmal. En eso puedo poner mi palabra, al menos de momento. En esto de parapsicología uno siempre se sorprende justo cuando cree que ya lo sabe todo.

Durante su relato de lo ocurrido esa noche del 1 de agosto de 1952, cuando ya del día no quedaba más que una franja anaranjada en el horizonte, Emilia hizo varias pausas. Hasta el momento no la había visto tan dubitativa, tan empantanada en lo que tenía que contarme. Al final, tuve que pedirle que comenzara de nuevo, que se concentrara en lo importante, que del resto me encargaba yo.

—¿Qué hizo cuando ella la miró? —le pregunté con el fin de ayudarla a encontrar el camino en su propia historia.

Ella, sin embargo, me dijo con una sonrisa mustia que jamás, ni antes ni después, había tenido tanto miedo. Solo alguien que vive en la ilusión de que todos los miedos tienen la misma textura puede creer que son medibles en una escala de mayor a menos. Pero cada miedo es diferente, ataca otras zonas del cuerpo, despierta sus propios demonios en nuestra conciencia.

El miedo que Emilia Berríos sintió esa noche fue como un golpe que la hizo tambalear en el puesto y le removió el pelo oscuro. Parecía que el viento la invitara a correr, a volver sobre sus pasos para meterse en la citroneta y partir de allí junto a Gonzalo para nunca volver. Pero no lo hizo. La mantuvo inmóvil el orgullo y los genes. Su abuelo nunca había retrocedido ante el miedo o al menos no hay ningún relato que lo indique en sus memorias. Pero es fácil borrar esas cosas de algo que uno mismo escribe. Tal vez los registros de los temores de Almonacid se han perdido porque no hubo un Cristóbal que le sirviera de escriba. Yo no seré tan amable con la anciana que me contó esta historia. Intentaré contar la verdad, si es que la verdad existe y es la ella me transmitió. Para mí, es justo eso lo que significa "hacerla queda bien" ante los posibles lectores de esto. No dibujarla como un ser frío y heroico cuando en realidad no lo fue. Amo más la imagen de una Emilia tan asustada como yo lo estaría, que una figura lejana e inalcanzable en su seguridad. Así que diré no solo la verdad, si no lo que me hace extrañarla con más fuerza en estos momentos.

Esta es lo cierto: Emilia tuvo miedo y ese miedo la paralizó.


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Durante los segundos en que sus ojos se enfrentaron a los del Espectro, Emilia se sintió sola. Olvidó dónde se encontraba y con quién. Y el terror también se cebó de eso. Por un instante, la joven estuvo segura de que moriría; que alguien, probablemente Gonzalo, tendría que informarle a Felipe Berríos que su única hija había fallecido. La enterrarían en el mausoleo de la familia, junto a su abuelo, su abuela, su madre y su tío. Sería la quinta Almonacid cuyos huesos descansarían en esta estructura de piedra fría. Los Manquian cuidarían a su padre hasta que este permitiera que la pena también lo matara y su cadáver pudiera por fin acompañar a su esposa y a su hija por la eternidad.

Figueroa & Asociado (Trilogía de la APA I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora