El secreto mejor guardado.

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-¿Cómo te fue con la nueva? -Preguntó Erik tomando su café a un lado de Charles, quien ya se había puesto cómodo en el sillón de la sala de estar.

-Oh, Ororo. Es simpática y muy inteligente, me estaba contando como era todo en su antigua escuela. -Comenzó a contar Charles, ya era una costumbre llegar y agobiar al otro con todos los acontecimientos de la semana, aunque Erik siempre estaba interesado en escuchar. -¿Sabes, Erik? Se nota que la extraña demasiado. Me hizo pensar en ti. -Al decir esto, el otro soltó un bufido. -¡Es en serio! ¿A veces no sientes que falta algo? ¿Que el aire aquí no se respira igual? ¿No te dan ataques de nostalgia por tu país natal?

Erik se acomodó en su asiento y dió un par de vueltas a su café para tomar otro sorbo pensativo.

-Sí, a veces sí. -Admitió. -Es decir, mamá intenta que no se sienta tan diferente. Cuando estamos sólos hablamos en alemán y comemos platos típicos. -Le regaló una pequeña sonrisa. -Al principio fue más difícil, pero con el tiempo me di cuenta de que no quiero regresar.

-¿Por qué no?

-Ya no es mi hogar. -Respondió simplemente. -¿Quieres galletas? Mamá preparó una bandeja de tus favoritas. -Preguntó de repente.

-Erik, yo siempre quiero galletas. -Afirmó Charles con obviedad. -¡Pero no me cambies el tema! -Replicó ofendido.

El otro rió por lo bajo y se inclinó a darle un beso en la frente antes de levantarse y dirigirse a la cocina.

-¿Qué hizo que cambiaras de opinión? Tal vez tu experiencia pueda ayudarme con Ororo, quisiera que se sintiera más cómoda aquí. -Insistió el británico mientras lo seguía a la cocina. Era algo gracioso verlo con los guantes de cocina puestos y sosteniendo una bandeja de galletas de chocolate. Estaba seguro de que nadie más en la escuela había visto al atemorizante Erik Lehnsherr de esa forma. Se sentía afortunado de ser el único.

-¿Cómo puedo llamar hogar a un lugar donde no puedo hacer mis cosas favoritas? -Respondió Erik dejando la bandeja en el mesón. -Como alimentarte con galletas u oírte leer textos aburridos. -Esto hizo reír al más bajo. -Donde estés tú, Charles, allí es mi hogar. -Al decir esto le acercó una de las galletas a la boca y lo invitó a morderla, lo cual hizo. Aquello le provocó una sensación cálida en el pecho.

-¿Cómo es que la gente te tiene tanto miedo? -Preguntó este jugando con los botones de la camisa ajena. No era la primera vez que hacía esa pregunta, pero es que cada vez, mientras más conocía a Erik, más le costaba creer que había gente que no podía estar cerca de él.

-Soy peligroso. -Dijo el otro en forma de explicación mientras le daba una sonrisa con todos sus dientes. Algo que probablemente asustaría a la mayoría, a Charles le provocó una carcajada, causando que Erik frunciera el ceño ofendido.

-Erik Lehnsherr, no puedes asustarme. Te conozco demasiado. -Le sonrió coquetamente. -Piensa que cada vez que intentas hacerlo, para mí te vuelves más irresistible. -Dijo mientras pasaba sus manos por su pecho, subiendo a sus hombros y finalmente rodeando su cuello con sus brazos.

-¿Cómo es que siempre hago lo que tú quieres? -Preguntó Erik en voz baja mientras sus narices se rozaban.

-Nunca opones resistencia. -Respondió el otro, embriagado en su olor y en la cercanía, sintiendo su espalda ser recorrida por las manos ajenas. -Ahora bésame. -Suplicó, sin poder contenerse más.

-Tus deseos son órdenes... -Respondió el alemán antes de que su boca proclamara la ajena en un beso lento y torturador con un leve sabor a café y a secreto que no podía explicar. Cada segundo en ese encuentro era dulce y picante porque eso era Erik, el secreto mejor guardado de Charles, su tesoro escondido y la verdad que no podía pronunciar.

Stubborn (Cherik)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora