8. Un tal Robert, una luz general y un antebrazo morado

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- ¿Pero qué has hecho? - era mi padre. Gritaba mientras abría la puerta de mi habitación.

- ¡No sé que me ha pasado! - dijo mi madre entre sollozos. 

- ¡Rachel! Es la última vez que te lo repito, ¿que narices le has hecho a Abby? -mi padre estaba cada vez más enfadado con mi madre, más alterado por la situación y más nervioso por mi estado. Nunca lo había escuchado gritar así. Muy pocas veces gritaba o se alteraba.

- De verdad John, lo siento. Cuando llegué a casa, Abby estaba en su cuarto. Algo se apoderó de mí, de verdad, no sé qué ha pasado. Todo ha pasado muy rápido. Te he llamado cuando he dejado de sentir los pinchazos. ¡Pinchazos otra vez! ¡Hacía años que no los tenía, la cabeza me iba a explotar, ya lo sabes!. -Mi madre repetía esas tres últimas palabras todo el rato.

Yo escuchaba los gritos como si estuvieran en la planta baja, en realidad estaban a mi lado. No podía abrir los ojos, me pesaban, y la cabeza me dolía mucho. Los gritos se iban apagando cada minuto que pasaba, hasta que dejé de escucharlos por completo. No escuchaba nada. No sentía nada y todo estaba oscuro.


Notaba una luz, cada vez más potente, posada en mis ojos. Moví el brazo para poder tapar esos rayos de luz pero un pinchazo horrible desde la palma de mi mano hasta el hombro me lo impidió. Decidí mover el otro brazo, este no me dolía, me tape de los rayos que intentaban penetrar mis párpados.

- Abigail, deja descansar el brazo. -me dice una voz desconocida. -Apagad la luz y encended la general.

- ¿Papá? ¿Dónde estoy? -consigo decir.

-En el hospital de Mainsted. Tu padre está en la cafetería. Abigail soy Robert, tu médico. Prueba de abrir los ojos- era la misma voz de antes. 

Tal y como me dijo Robert, empecé a abrir los ojos poco a poco. La luz directa ya no estaba. Pues sí, estaba en un hospital. Miré a Robert que observaba mis movimientos a la vez que miraba una pantalla situada a mi izquierda mientras me sonreía.

- No te preocupes pequeña, no tienes nada grave. -me dijo mientras analizaba el brazo que me dolía.

- ¿ Y qué hago aquí? 

- Abigail, no estás grave pero has sufrido algunos daños que en Stonehood no se pueden tratar.

Me miré de reojo el brazo que me había propinado ese pinchazo. Gran parte de este estaba lleno de moratones, sobretodo por la parte del antebrazo, el que había usado para frenar como podía los golpes que mi madre me intentaba dar en la cara. No pude frenarlos todos, mi madre me había dado en la cara más de un par de veces, por eso me dolían los ojos y la cabeza. A pesar de haber adelgazado y haber perdido fuerzas, recordaba como mi madre seguía siendo más grande que yo, una niña de diez años que solo quería descansar después de comer, indefensa. Mi propia madre me había pegado sin motivo alguno y ahora yo estaba en el hospital, con un tal Robert, una luz general  y un antebrazo morado. 

COMPLETOS DESCONOCIDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora