10. Escupir, descargar y pies

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Señorito gruñón

- De acuerdo señor. -me dice Ana acercándose a la cama.

Me desabrocha los botones de la camisa dejando al aire mi tripa. Debería hacer deporte. Llevo años engordando sin parar. Ana empieza a acariciarme el cuello con sus largas uñas, y empieza a bajar hasta el ombligo, alborotando todos los pelos de mi pecho. Ronroneo y le doy un suave azote en el culo con la mano abierta. Se sienta encima de mi y empieza a besarme la boca desenfrenadamente. Mi entrepierna vuelve a activarse.

- Joder Ana. -es lo único que consigo decir.

Me quita el cinturón y me lo da. Como de costumbre espera a recibir algún que otro azote en el culo, pero hoy no tengo fuerzas para eso. Le niego con la cabeza y lo deja en la silla de la habitación con cuidado. Cuando vuelve hacia mi, ya me he acabado de desnudar yo. Tengo prisa y ganas. Ella se da cuenta y se posa delicadamente sobre mi miembro para acabar haciéndolo de manera bruta, como a mí me gusta.

           ... 

Al acabar, pretende seguir con la misma rutina de siempre, pasar a la acción oral, pero no tengo ganas de volver a cargar mi querido arsenal. La quito de encima como puedo. Se estira y palpo sus grandes y calientes pechos. La agarro del pelo mientras bajo desesperadamente la otra mano por su vientre hasta llegar al primer vello púbico de la muchacha. Meto uno. Meto dos. Meto tres. Le suelto el pelo y le vuelvo a tocar los voluminosos pechos. Siguen calientes y activos. Ella está activa. Pero su entrepierna no parece estarlo. Pocas veces había conseguido que esa muchacha disfrutara conmigo. Hoy tampoco lo he conseguido. La miro y escupo cerca de su cara. Me mira entre apenada y avergonzada. Siempre le he dicho que estoy dispuesto a pagar una hora más con tal de verla disfrutar, a ella y a su entrepierna. Pero hoy estoy casado, hoy me da igual.

Me siento en la cama, aún desnudo y erecto. Ella se sienta a los pies de la cama y empieza a quitarme los calcetines, algo sudados después del largo día. Primero me los acaricia, con ambas manos. Me mira y le afirmo con la cabeza, lo está haciendo bien. Después se incorpora y pasa su lengua sobre la planta del pie derecho. Gimo y la cojo del pelo. Su lengua pasa por los dedos de mis pies, la planta, los tobillos y se pasa así por lo menos quince minutos, mientras yo empiezo a tocarme, hasta que vuelvo a descargar. Como me gusta. Finalmente me los vuelve a acariciar, pasando cada parte de su voluminoso cuerpo por mis pies. Vuelvo a escupir cerca de ella y me empiezo a vestir.

Cuando llego a casa la cena está hecha, y Sarah me espera en el sofá.

- Hoy has llegado más tarde. ¿Mucha faena? -me dice mientras me quita la chaqueta y deja sobre la silla de la entrada.

- Sí. Mucha faena. -le digo sin apenas mirarla. 

Nos sentamos a cenar, una sopa ya fría y un pescado con más espinas que otra cosa. Sarah nunca ha cocinado bien, pero siempre ha estado a mi disposición. Sabía que debía estarlo, así me lo había jurado cuando nos casamos. Me pongo el pijama y me tumbo en la cama, a su lado pero sin acercarme demasiado. Hace años que no tenemos contacto físico alguno, más que algún que otro beso cuando estamos con alguien conocido. Mi mujer dejó de gustarme hace mucho tiempo, cuando se negó a tocar mis pies, sudorosos y podridos según ella, y yo empecé a ir al club. 





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