11. Natasha

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Habían pasado tres semanas y Naty seguía sin salir de su cuarto. Pensé varias veces en picar a su puerta e intentar hablar con ella, pero siempre acababa arrepintiéndome.

Respecto a Alexandr, seguía viva, así que eso podía significar dos cosas: que por arte de magia no recordaba mi contestación o que no le interesaba matarme. Por extraño que pareciera, la más lógica era la segunda.

Aunque debía admitir que el hecho de que no me hablara y evitara cruzarse conmigo no hacía que lo odiara más, simplemente dolía.

Oí pasos cerca de la entrada, eran fuertes y de varias personas. Entonces alguien tocó al timbre. Me levanté del sofá y fui a abrir la puerta. Ahí estaba Misha rodeado de varios hombres armados. Algunos de sus guardias de seguridad, seguramente.

–Tus perritos no pueden entrar. Ya sabes cómo es Alexandr con sus normas– le recordé.

–¿Y cómo sé entonces que estoy protegido? Hace un tiempo os secuestraron a Natasha y a ti– eso no me lo esperaba –Imaginad qué me harían a mí, guapo, rico, astuto, brillante...

Si es que no se podía ser más creído y odioso.

–Me das asco, ¿lo sabías?– rodé los ojos y me crucé de brazos.

–Es mutuo, rata de alcantarilla– a esas alturas ya no me sorprendía que supiera tantas cosas. Últimamente venía mucho por negocios, así que me había acostumbrado a tenerlo rondando.

–Mierda seca– lo insulté alejándome de la puerta para volver al sofá.

–Ekaterina, compórtate- ordenó Alexandr acercándose a Misha. Ni siquiera lo miré.

Era una tontería decir que estaba enamorada de él. Porque sabía que no lo estaba. No podía estarlo. Así que me dediqué a ignorarlo tal como había estado haciendo él conmigo. No sentía absolutamente nada por él que no fuera asco.

Subí las escaleras hacia la segunda planta y me planté delante de la puerta de la habitación de Natasha.

Estaba decidida a hacer que se encontrara mejor. No iba a dejar que algo tan vanal como el amor la hundiera.

–Natasha, sal o déjame entrar, no puedes seguir así. Han pasado tres semanas. Él no te merece ni a ti ni a tus lágrimas– no respondió –O me abres tú o echo la puerta abajo, tú eliges– seguía sin responder. Cogí carrerilla desde el otro extremo del pasillo y, justo cuando iba a llegar a la puerta, Natasha la abrió, haciendo que yo cayera al suelo.

Digamos que se había escuchado el estruendo de mi cuerpo contra el suelo desde lejos, estaba segura.

–Yo también te quiero– dije con la voz gruesa. El golpe había dolido. La miré. Tenía una manta enorme encima de los hombros, que la iba arrastrando, un pañuelo en una mano y tenía la cara demacrada: los ojos llorosos, la nariz irritada y unas ojeras que le llegaban casi hasta las mejillas, sin contar el pelo enmarañado –Joder tía, sí que tienes mala pinta.

Ella cerró la puerta y se tumbó encima de su cama. Me senté en el borde y acaricié lo que parecía su espalda.

–Dame cinco motivos por los que deba dejarte en paz. Si no lo haces, me veré obligada a matarte a cosquillas y créeme que no te gustará.

Ella se removió y oí lo que me pareció un sollozo.

–Pégame un tiro– murmuró con cierto tono de asco. Por un lado, me dieron ganas de reir, porque eso era lo que habría dicho yo en su lugar, por otro lado, sabía que eso no era una buena señal.

¿Y qué hice yo? Sentarme encima de ella.

–Gorda de mierda– murmuró. Yo empecé a reir.

Vendida a un mafioso [VAUM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora