8. Confesiones

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Desperté con un dolor de cabeza muy fuerte y uno mayor en mi zona íntima. Una luz blanca me cegó al abrir los ojos, escaneé la habitación y vi a Alexandr acurrucado en un sillón. Intenté moverme para ir a despertarlo de un susto, pero no hizo falta porque con mi grito de dolor fue suficiente.

–Ekaterina...– me llamó, mirándome pasmado.

–Maldito imbécil, ¿cuántas veces tengo que decirte que me llames Katia?– respondí entre dientes, intentando resistir el dolor. Una de mis cualidades era aportar humor a las situaciones tensas o tristes.

Alexandr me miraba fijamente, con las manos sujetándole la cara y los codos sobre sus rodillas.

–¿Cómo estás?– murmuró en un hilo de voz.

–Lo más importante es cómo está Naty, ¿qué tal lo lleva?– pregunté preocupada.

–Ella está bien, teniendo en cuenta lo que ha pasado, esta semana que llevas en coma ha estado yendo a terapia y parece que lo lleva bien, porque dice que solo necesita saber que te encuentras mejor para sentirse recuperada. Te ha cogido mucho cariño– me explicó. Me alegró que lo superara, porque sabía que era una chica fuerte.

–¿De verdad que lo lleva bien? ¿No tiene un trauma ni nada?– él asintió y negó en respuesta a mis preguntas. Suspiré –Eso es bueno, no debe haber sido fácil para ella– me miró asombrado.

–¿Pero tú te estás oyendo? La que ha sido víctima de más de cinco violaciones durante tres días has sido tú y eres la que se preocupa por ella. La verdadera pregunta sería si tú estás bien– dijo levantándose para acercarse a mí. Me encogí en mi sitio inconscientemente, alejándome de él.

–Por favor, no te acerques, no estoy de humor. ¿Quieres saber cómo me siento? Me siento sucia, usada, inútil, despreciada y derrochada. ¿Cómo esperas que esté? Me rompí los pulgares para poder desatarme y así desatar a Naty, me hice la fuerte para darle esperanzas y poder sacarla de esa mierda y por si fuera poco aguanté más de media hora con una herida en el estómago de la que apuesto lo que sea a que salió tanta sangre que tuvisteis que hacerme una transfusión de sangre. Ahora mismo desearía que una bala en la cabeza acabara con mi vida, porque no aguanto más, porque estoy harta de todo esto, estoy harta de sufrir siempre. ¿Tienes la mínima idea del dolor físico que siento ahora mismo, sobre todo en mis genitales? ¿Tienes idea de lo que es ser tratado como una basura durante toda tu vida y que cuando las cosas vayan bien pase algo malo? No estoy bien, nada bien- respondí, dejando salir decenas de lágrimas por mis ojos. Tenía la vista nublada por la cantidad de lágrimas acumuladas.

–Lo siento, es culpa mía– se limitó a decir.

–Tú no sientes nada por mí, no hagas como que te importo. Conmigo no va a colar.

Se quedó pálido. Abrió la boca para decir algo, pero tras pensárselo dos veces la cerró.

–Entiendo que estés así. Te dejaré sola un rato para que puedas llorar, gritar, maldecir o lo que sea que quieras hacer. Estaré fuera hablando con tu doctora, si me necesitas di mi nombre- dijo antes de salir de la habitación. Una vez que se fue, me encogí y lloré con más intensidad. El escozor de mi vagina me hizo aumentar el volumen del llanto. No sabía qué pensar, qué decir ni qué hacer.

–¡Alexandr!– lo llamé y apareció rápidamente por la puerta, con expresión de alerta –Relájate, hombre, solo quería saber cuándo puedo comer, no soy muy fanática de que me alimenten por un tubo– señalé el tubo de suero que tenía inyectado a las venas. Al oírme destensó los músculos, señal de que se había tranquilizado.

¿Desde cuándo era tan observadora con un hombre?

–Ahora hablaré con la doctora sobre eso. Y si quieres volver con tu madre, daré la deuda más que pagada, estabas bajo mi protección y fallé, es lo mínimo que puedo hacer– respondió volviendo a la monotonía de su tono de voz estricto y serio, el de un hombre que mata a otro como si fuera lo más común. La misma mirada que haría retroceder dos pasos a cualquiera, pero que a mí me atraía más de lo que quería admitir.

Vendida a un mafioso [VAUM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora