10. Verdades

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Eran las dos de la madrugada, cuando Alessandro se unió a la fiesta. Pero no venía solo. Una chica de pelo castaño claro, alta y ojos azules, que obviamente no era Natasha, iba cogida de su brazo como si su vida dependiera de ello y tenía una sonrisa maligna en los labios pintados de rosa.

—Eh, borde— llamé a Alexandr, se giró para mirarme —, ¿quién es la castaña con la que ha venido Alessandro? No parece que sean familia.

—Porque no lo son. Es la asquerosa de su prometida, Camilla, una auténtica joya italiana a la vista, pero yo de ti intentaría no pasar mucho tiempo a su lado o te echará veneno en la bebida— respondió. Lo miré alarmada, deseando que estuviera bromeando, hasta que recordé que él nunca bromeaba.

—Así que prometida...— murmuré. A Naty no le haría ninguna gracia saber eso.

—¿Estás celosa o qué?— preguntó con un leve tono de enfado.

—Eh, eh, quieto ahí. Para empezar, lo decía por tu hermana, ¿Tan sordo estás que no te das cuenta de que se pasan las noches fornicando como conejos? Sí que tienes el sueño pesado...

Su expresión era una mezcla de sorpresa y enfado demasiado graciosa como para no reírme.

—No me gustan las bromas, Ekaterina— murmuró en un tono amenazante que solo provocó que mordiera mi labio inferior con diversión.

—Me llamo Katia— insistí para acabar de ponerlo más nervioso —. Ódiame, me encanta, te ves muy sexy cuando intentas intimidarme.

Se me escapó una risita nerviosa y él se me quedó mirando serio.

Definitivamente había bebido demasiado champán. Tenía un problema con el alcohol.

Alexandr iba a responderme cuando su mejor amigo lo interrumpió.

—Me acabo de enterar de vuestra escenita con Tania. Me declaro fan tuyo, Katia— el italiano extendió su puño para que lo chocara con el mío, pero negué con la cabeza decididamente.

—Me has decepcionado, Alessandro. Teniendo a una diosa como Natasha a tu lado, vienes con esa cosa huesuda a la fiesta. Pero mírala, si es que es fea de cojones— la notable furia de la chica y el desconcierto del italiano me importaron más bien poco. En realidad no era fea, para nada, pero enfadarla un poquito no traería nada malo. O sí.

—¿Tienes la más mínima idea de con quién estás hablando, zorra?— tenía hasta voz de arpía.

—Zorra no, zorrísima. Y la verdad es que no sé quién eres, pero tranquila cariño, me importa lo más mínimo— mi sonrisa falsa fue la guinda del pastel.

Entonces me di cuenta que Alexandr no había dicho nada. Lo miré y, por primera vez en semanas, vi a un hombre herido, decepcionado, que miraba a su mejor amigo con una cara de asco digna de recordar. Como si hubiera cometido la mayor atrocidad de todas. El efecto del alcohol se me pasó de golpe.

—Solo te pedí dos cosas: lealtad y que no te acercaras demasiado a mi hermana. Pero no has cumplido ni eso. De verdad creí que eras como un hermano para mí— sacó su pistola y apuntó al cuello del italiano. Estaban muy cerca, de modo que nadie más que los que estábamos cerca la podíamos ver. Tuve miedo, mucho miedo. Hasta que Misha, haciéndome recordar que llevaba ahí todo el rato, me susurró algo.

—No lo hará.

—¿Cómo estás tan seguro?— pregunté en el mismo tono de voz.

—Porque es la única familia que cree que le queda.

—¿Cómo que "cree"?

Entonces, como un acto reflejo, miré a Alexandr. No parecía que fuera a bajarla. Puse mi mano sobre la pistola y la bajé lentamente.

Vendida a un mafioso [VAUM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora