1. La deuda

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Salí del bar en el que trabajaba a eso de las siete de la mañana, después de limpiar y cerrar el local, para ir directa a mi casa.

Al abrir la puerta del que había considerado mi hogar durante mis 26 años de vida junto a mi madre, mi vista se dirigió rápidamente a un hombre desconocido para mí de traje negro, porte elegante y una postura confiada. Estaba sentado en el sofá. Saqué mi pistola y lo apunté.

—¿Quién eres?— pregunté indiferente, cerrando la puerta tras de mí con el pie. El hombre se levantó del sofá lentamente, con mucha tranquilidad, como si no le importara que le estuviera apuntando con un arma de fuego, y sus ojos azules se fijaron en los míos negros, mientras una sonrisa adornaba su marcado rostro. Era increíblemente atractivo, eso no podía negarlo. Y la confianza y seguridad que irradiaba, como si supiera con certeza algo que yo desconocía, me hizo dudar entre las posibilidades de quién era.

—Mi nombre es Alexandr Petrov, señorita, y por su parecido a su madre puedo asegurar que usted es Ekaterina Vólkova— respondió con toda la tranquilidad del mundo, lo que me confundió aún más que su nombre, que me era muy familiar. En el pasillo que había detrás de él pude ver a mi madre con una bandeja en la que se disponían tres tazas de café.

—¡Ekaterina, baja el arma, el señor Petrov está aquí para ayudarnos!— exclamó mi madre dejando la bandeja en la pequeña mesa delante del sofá. Obedecí, rodando los ojos —Siento mucho la actitud de mi hija, señor Petrov, Ekaterina suele ser más educada y simpática.

—Eso es mentira— no necesitaba disimular mi forma de ser delante de ese tipo —. Nunca nadie nos ayuda y usted no tiene pinta de ser alguien que haga obras caritativas, la verdad— respondí seria, mirándolo fijamente e ignorando las miradas de desaprobación que me lanzaba mi madre. Él se limitó a ampliar su sonrisa egocéntrica. Qué asco me dio.

—No se preocupe, señora Vólkova, sé de buena fe que los críos pueden ser bastante difíciles de controlar por mucho empeño que ponga uno— dijo él, mirándome con una expresión de superioridad. Se estaba burlando de mí en mi propia cara —Como bien ha dicho usted, señorita Vólkova, no tengo pinta de ser caritativo, y tiene usted toda la razón. Mi forma de ayudar a su familia es más bien para cobrarme un favor— explicó él, sin apartar su seria mirada de la mía.

—Señor Petrov, siéntese, por favor, yo le explicaré todo a mi hija— sugirió mi madre tendiéndole una taza de café a él y otra a mí, de la que di un sorbo y el calor de la bebida junto a la cafeína me pusieron más alerta.

Al ver que ambos se sentaban en el sofá, yo me decidí por el sillón externo y dejé la taza sobre la mesa, viendo venir que mi madre iba a soltar una bomba de información.

—Verás, Katia, como ya sabes, tu padre antes de morir dejó varias deudas que nos son imposibles de pagar, y el señor Petrov se ha ofrecido a encargarse de algunas a cambio de una vida— mi cara debía ser todo un poema en aquel momento. No podía creer lo que estaba escuchando —. Me ha permitido atrasarlo hasta que fueras mayor y pudieras valerte por ti misma con tu trabajo, así que ahora debo irme, para siempre.

—Ni hablar— miré al hombre que tenía en frente con decisión —¿Quiere una vida? Tome la mía, pero deje a mi madre en paz.— espeté. Lo miré a los ojos, firme, controlando la rabia que empezaba a querer apoderarse de mí.

—Ni hablar, Katia, eres muy joven, te queda mucho para vivir.— se negó mi madre, en un hilo de voz, con los ojos aguados.

El desconocido alzó la mano derecha, estirando el dedo índice, y supuse que significaba que nos calláramos. No supe porqué le había obedecido, pero me transmitía una sensación de peligro que no quería notar.

Vendida a un mafioso [VAUM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora