Capítulo XLI (1/2)

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La cifra de muertos se elevaba a más de la establecida; Sadie, consciente todavía pero muy débil, seguía recostada en el regazo de Killian. Apenas podía distinguir con claridad qué rostro es el que la miraba y qué manos eran las que presionaban su herida, mas sí era capaz de reconocer la voz del soldado diciéndole que todo iba a salir bien aunque ella supiera que no era cierto por la sangre perdida. Killian deseaba encontrar una fórmula rápida con la que ponerse en marcha y sacarle la bala que había incrustada en el interior del abdomen ajeno, sin embargo, no se le ocurría nada.

Como si de un ángel se tratara, Rick apareció súbitamente en medio de la escena, con el semblante paliducho y asustado. Llevaba correspondencia mal guardada en el zurrón, y su torpe equilibrio al ponerse de rodillas con intención de socorrer a Sadie, éstas volaron por los aires. Rick no se preguntó qué diantres hacía Killian Watson junto a ella velando su seguridad e impidiendo, a presión, que la sangre continuara coloreando el suelo de Boston. Lo único que le preocupaba más que nada, era salvar la vida de quien había sido (y es) como una hermana menor. En cambio, Aylén sí se lo cuestionó al llegar un minuto después que Rick al reconocer a la persona que le había robado la dichosa joya de valor. Entre el caos y el desorden, se tensó la situación entre Killian y Aylén.

⸺Hay que llevarla...⸺sugirió Rick⸺.

⸺. . . No ⸺intervino Aylén⸺.

La opción era la casa abandonada donde Sadie se desahogaba de tanto problema y pensamiento, pero Aylén fue lista al respetar ese santuario, y lo hizo porque estaban en presencia de un soldado y porque, una vez, le juraron a Sadie que pasara lo que pasara, jamás revelarían que esa vieja casa la había adoptado ella.

⸺Podemos moverla hasta la nave de pollos en la que trabajó mi padre hace años. ¿Aguantará mucho? ⸺preguntó Rick⸺.

⸺Poco. No más de quince minutos ⸺informó Killian⸺.

⸺Nos sobra. Sígueme, vamos.

Killian alzó a Sadie en sus brazos y caminó tras Rick, no obstante, se giró hacia Aylén con seriedad.

⸺Consígueme alcohol, agua, paños y un par de varas finas para abrir la carne, hilo, aguja y unas tijeras ⸺le ordenó⸺.

Aylén se detuvo, quiso replicar y pedirle que buscara él los materiales, pero también era consciente de que Killian era el único apto de salvarle la vida a su mejor amiga y accedió.

A la postre, Rick y Killian llegaron a la abandonada nave de pollos y dejaron el cuerpo de Sadie encima de un pequeño montón de paja que ajustaron para una mejor comodidad. Los ojos de la pelirroja continuaban abiertos, aunque raudos, se iban cerrando. Killian tomó la cara de Sadie con ambas manos y la acarició mientras le hablaba si eso retrasaba el hecho de que se desmayara.

Aylén, con los elementos curativos, se encaminó hacia Sadie y, Killian, le ordenó que le diera de beber alcohol para que soportara el dolor que venía a continuación. Aylén destapó la botella, irguiendo el torso de la contraria con cuidado de no ahogarla ni lastimarla. Le dolía en el alma, pero no le quedó más remedio que forzarla a beber con la ayuda de Rick, que le abría la boca ante tanta fragilidad muscular, corporal y mental.

Con las tijeras, Killian recortó la camiseta hasta la altura del pecho y sostuvo las dos metálicas varas con las que iría abriendo la piel de Sadie a partir de la incisión circular causada por una bala. No tenía ningún título que le acreditara como un buen médico o enfermero, pero los militares tenían, como obligación, saber algo de medicina por si acaso en medio de una batalla, debían curar a un compañero. Un arroyo descontrolado le brotaba de la frente, dudaba si podría salvarle la vida después de haberlo hecho tantas veces los últimos días, pero no se dio por vencido. Ante los gritos y las súplicas de Sadie, Killian buscó el plomo entre la carne y, sin miedo, combatió contra la Muerte por ella, pues él la quería con el corazón latiente y a su lado, quería sentirse orgulloso de haber hecho algo bueno. Y más cuando era por alguien que le empezaba a importar en demasía, más que respirar incluso. Al cabo de varios minutos de casi venirse abajo por no encontrar la bala, esta chocó contra una de dichas varas y logró sacarla sin dañar ningún órgano vital de Sadie. Ella cayó en un abismal vahído y Killian ordenó, nuevamente, que le colocaran paños húmedos y fríos en la frente para reducir la fiebre a la vez que él cosía la herida con finura y una fúlgida ternura.

Kielhalen: Dulce Venganza (La Esclava blanca 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora