Sadie yacía sentada en uno de los tantos inmensos rincones del jardín que adornaba la parte trasera de la casa, un jardín custodiado por rosales con sus respectivas espinas puntiagudas. En sus pequeñas manos, una muñeca de trapo que movía de un lado a otro con sumo desinterés. Anímicamente, estaba triste y sin ganas de nada. Quería jugar, pero ¿de qué le serviría jugar sola si no había alguien que compartiera con ella sus horas de entretenimiento?. Miraba al frente sin ver las rosas que la rodeaban y la contemplaban, era como estar ciega pese a tener la vista sana, se sentía sola, aburrida y hasta podría decirse que desprotegida porque le habían arrebatado algo maravilloso sin permiso y de un día para otro sin haberse hecho una idea. Odiaba la soledad tanto como odiaba en ese momento aquella muñeca inerte que la miraba con una sonrisa cosida en la boca. Era por la tarde y ya llevaba allí sentada varias horas sin sacar algo positivo de su estancia, y a decir verdad, tampoco tenía pensado levantarse hasta que su padre fuera a buscarla ya que, dentro de unos minutos, marchaban a conocer a Charlotte Jones; la mujer que sería ahora la encargada de todos sus cuidados. Estaba tan asqueada, que incluso el nombre le sonaba mal y gigante a merced de sus oídos, no lo soportaba. Pero si algo no soportaba, era saber que William volvía a su trabajo otra vez hasta a saber cuándo, sus viajes se prolongaban cada vez más y Sadie ya iba teniendo ganas de acompañarlo en sus travesías, no obstante, él siempre le había dicho que el mar escondía millones de secretos bajo sus aguas y que no pondría en peligro su vida sólo por un viaje, al menos, hasta que el rumor de los piratas desapareciera por completo.
Los pensamientos de la niña fueron interrumpidos por William, que se acercó a ella y se puso de cuclillas en el suelo, estando a su misma altura. Sus ojos verdes decayeron por un efímero pestañeo, pero los alzó para intentar animar a Sadie un poco y lo que fuera necesario hasta verla sonreír. Se sentía culpable de que su hija estuviera en ese estado, pero estaba convencido de que cuando fuera un poco más mayor, entendería el motivo por el cual, le dijo a Diane que marchase. Tomó la pequeña barbilla de la chica e hizo así, que sus miradas se encontraran.
⸺¿Sigues enfadada conmigo? ⸺preguntó William, dulcemente⸺.
Sadie guardó silencio y aguantó las ganas de llorar allí mismo. La mudez de la situación dibujó en ella, una mueca mustia que se volvió un puchero lloroso y triste a vista de ambos. Los brazos de Sadie rodearon a su padre por medio de un abrazo. Pese a su disgusto, era incapaz de enfadarse con el hombre que había luchado por salir adelante tras la muerte de Helen.
La constante negación con la cabeza por parte de Sadie, respondió la pregunta de William una y otra vez. Este le secó las lágrimas y le dedicó una de sus mejores sonrisas para no hacerla sentir tan mal.
⸺Volveré pronto, y ya verás como lo pasarás bien con Charlotte. Tiene un hijo, seguro que os hacéis amigos y podréis jugar todo lo que queráis.
⸺¿Lo prometes?.
⸺Claro que te lo prometo. Te adorarán.
⸺No me refería a eso. Quiero que vuelvas pronto.
Para Sadie, era más importante ver a su padre de vuelta que ser adorada por unos desconocidos. Esa notable preocupación, conseguiría motivar a William en hacer su trabajo lo más rápido posible y regresar con su familia. Con cariño, tiró de una de las mejillas ajenas y asintió, prometiéndole volver en menos de lo que cantaba un gallo. Lo creyó, su padre no mentía ni era malvado.
Entonces, una vez listo el equipaje de Sadie, padre e hija salieron en dirección a la casa de Charlotte y Jack. La mano de Sadie se sujetaba con fuerza a la de William sin separarse de él en todo el trayecto; aparte, tenía una extraña y horrenda sensación. No se encontraba bien, su cabeza se llenó de un cosquilleo molesto que se metía en lo más hondo de su sesera, dándole la sensación de que varias voces le decían algo incomprensible al unísono. Decidió no pensar para no incrementar todavía más esas voces en su cabeza que podían ser o no, fruto de su misma imaginación.
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Kielhalen: Dulce Venganza (La Esclava blanca 2)
RomansEsta historia cuenta las venturas y desventuras de Sadie, una niña de nueve años que es acusada de ser una víctima de brujería en la época de los colonos británicos en América Sadie se verá envuelta en una lucha interna y física por sobrevivir a pel...