Capítulo LXIII

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Al día siguiente, Nathan dio órdenes claras y concisas: con los viejos mapas de John y Jack Rackham, se dirigieron al Este, a un grupo de islas compuestas de pequeñas aldeas que se dedicaban al cultivo, muy similar a Redville, donde él se mudó y donde John Barlow lo encontró. Era el sitio estupendo para lo que Nathan deseaba. Quería una incursión rápida: mucha destrucción y vuelta al barco.

-Muy bien, perros... Coged lo que gustéis, saciad cuanto apetito tengáis. Hoy nos vamos a divertir.

La espada le centelleaba en la mano al tiempo que mandó arriar al mar los botes necesarios sobre los que navegar hacia la orilla. Como era lógico que no podrían ir todos, unas animadas partidas de dardos fueron las que determinaron quiénes harían arder una reducida porción del mundo. Los que se quedaron a bordo, deduciendo los destrozos, vitorearon al rato de ver, como hormigas, corretear a la multitud. El bote de Nathan, en cabeza de los contrarios, clavó la quilla en la arena movediza por el barro provocado. No importaba lo lejos que huyeran, porque él los mataría y saquearía las chozas, pisotearía los ganados y aniquilaría a los animales comestibles con los que abastecer la bodega hueca y vacía del Oblivion.

Apenas diez minutos después de que la escaramuza obligase a Dios a abandonar a los inocentes que perderían la vida, Nathan ya se divertía de lo lindo como el resto de la tripulación: muerte, sangre, asolamiento y alguna joven forzada por sus compinches. No obstante, la gloria se la proporcionó un regordete molinero que junto a su hija, de unos once años, luchaban por ocultarse de los saqueadores. La mala fortuna se empeñó en que Nathan y un par de los suyos los encontrasen delante de las llamas de un incendio que servía para tragarse cualquier llanto y taponar las heridas en pechos abiertos, cuellos desgarrados y mujeres que, a las que a parte de perder seres queridos, se les sumaba el hecho de haber sido violadas.

Si el capitán había hecho eso con la excusa de olvidar a Sadie, ella surgiendo por la escotilla y con una daga cortándole el labio regresó en un velo ennegrecido y retorcido del pasado, haciendo que agarrase con más solidez el arma. Su ferocidad volaba a ras de los recuerdos. El monstruo nacía otra vez.

... La quietud, para Sadie, era símbolo de mal presagio. Y lo confirmó al despertar cuando no sintió el movimiento sobre las olas. El reloj de arena, poniéndola a prueba, se arriesgó a descargarse más deprisa. A punto de torcerse un tobillo en su afán de salir a cubierta, logró hacer acto de presencia con la despiadada suerte de oler ese humo a paja quemada y a trigo tostado descubriendo el origen del mismo a menos de seis metros de distancia. Los gritos de los niños pidiendo auxilio para que un ángel guardián los protegiera, encharcaron los ojos de Sadie, que sin preguntar la mínima duda de lo que sucedía porque ya lo sabía, se acercó al primer pirata más cercano y le robó un sable que superaba al suyo en cuanto a peso se refiere.

Creyendo que la pelirroja se uniría a la batalla a favor de Nathan, los espectadores le brindaron un homenaje elevando las botellas de ron con silbidos y canciones incapaces de sostener letras coherentes y ritmos continuos. Cruzó la rampa y se adentró en el foco de agresiones y asaltos en busca de Nathan. La inquina y el rencor eran su circuito motor. Y a pesar de que era insufrible regirse a causa de la humedad, siguió las voces y los aullidos de ese demente desalmado, ayudándose del antiguo instinto ladronzuelo donde fue a parar a una de las peores zonas de la aldea. Allí contempló a un molinero resguardando a su hija con los segundos contados. Cuando Nathan avanzó para revivir lo que ya murió en un acto tan cobarde como dejar a una niña sin padre, Sadie paró la estocada con el filo de su sable.

-Atrás, maldito -bufó Sadie-. ¿ES QUE TE HAS VUELTO LOCO?

Nathan tuvo intención de mirar quién portaba semejante arma y valor, consciente de que segaría su vida hasta que la circulación se le heló. Una Sadie despelucada, con la camiseta negra de la noche anterior y roja de impotencia, le apuntaba vociferando. Tardó en reaccionar, pero finalmente lo hizo levantando su espada, cruzándola con el sable contrario.

Kielhalen: Dulce Venganza (La Esclava blanca 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora